Lorena Amkie
La primera vez duele, cómo no. La primera vez, cuando te has hecho más promesas de las que te daría la vida para cumplir, cuando has develado el presente y empeñado el futuro, cuando te has creído que el amor basta, duele, cómo no.
“El que lo dice lo es, el que lo dice lo es”, repetía, sonriente, mi sobrina de cuatro años. Jugábamos a llamarnos distintas cosas.
Las mujeres que defienden una causa que les roza las sensibilidades al sistema, son etiquetadas FEMINAZIS.
Hay que contar historias como ésta, porque las otras abundan. Dicen que las historias de la gente feliz no venden: ni siquiera se escriben porque quién quiere realidad.
Volví al Teatro de la Ópera. Navegué por las aguas negras del río subterráneo, dejé a Raúl y la historia feliz de todos mis días, la historia olvidable de la musa que se convirtió en mujer, que se bajó del pedestal y se dejó poseer en una cama cualquiera.
El martes pasado tuve la oportunidad de formar parte de una mesa de diálogo entre escritores y booktubers en la Feria del Libro del Palacio de Minería.
Yo ni sabía que existía el término Mommy Wars, y al principio creí que era una parodia de Star Wars.
Yo creía que las velas, la noche, la piel preparada y tersa, la música perfecta y el atuendo especial.
Tom, el astronauta de Space Oddity, sí iba a volver. Tenía una esposa y una vida en la Tierra. Tenía un entrenamiento valioso, una carrera y no era un humano callejero.
Debe haber unas trescientas personas, a ojo de buen cubero. Nomás llegar, los de hasta atrás de la fila te ven con lástima. Tú piensas que no puede ser, te ennecias y encuentras a alguien con cara de saber algo y le preguntas cuál es la fila para el predial.
Hace unos meses compartí con un texto fársico mi opinión acerca del mundo gringo de las alergias y cómo en su supuesta búsqueda de tolerancia y corrección política, nuestros vecinos a menudo acaban mostrándose como los más incorrectos intolerantes.
Hoy en día los usuarios de las redes sociales viven para los Likes. El número de “me gusta” en Facebook, YouTube o Instagram o los RT en Twitter son lo que determina si… ¿si qué? ¿Qué son exactamente estos likes?
Los adultos solemos burlarnos de los niños que se dicen enamorados porque asumimos que no entienden nada y que usan la palabra para emular cualquier cosa: una película de Disney, el matrimonio de sus padres, una fantasía abstracta. Pero en algún momento estos ensayos comienzan a forjar nuestras ideas de lo que son las relaciones.
A juzgar por los artículos que inundan el internet estos días y por los repetitivos leit motifs de las películas gringas que nos llegan, detecto dos temas principales: el conflicto que a las personas les causa reencontrarse con sus familias (“Cómo sobrevivir esta Navidad”), y las ausencias, que se hacen más evidentes cuando una silla en especial queda vacía (“Duelo y melancolía durante las festividades”). Lo suyo, que ahora es lo mío, es distinto.
En la adultez, todas estas características se pueden resumir en discapacidad emocional. Los “hombres malos”, pues ya no son chicos, son los infieles, los problemáticos, los bebedores, los peleoneros… y las mujeres alrededor del mundo siguen queriendo salvarlos. O quizá no es eso.
¿Preferirían acaso que las generaciones de lectores fueran envejeciendo como las poblaciones de ciertos países europeos? ¿Hay que ser adulto para leer? ¿Para escribir? ¿Para publicar?