Jorge Alberto Gudiño Hernández
Y no es que maquillar muertes con desapariciones mejore la situación, pues el dolor perdura igual, el daño es similar, las ausencias se resienten, los delitos cometidos siguen a la alza sin que nadie sea capaz de contenerlos.
No es extremo suponer que en un futuro no muy lejano nuestros jóvenes no sean capaces de comprender lo que leen cuando se enfrenten a un texto largo y complejo.
Lo peor es que no parece haber remedio. Se vive en un limbo legal que impide cortar todos esos cables. Algo que, además, no querríamos pues nos quedaríamos sin el servicio contratado.
Una de las secciones que incluimos en esta cuarta temporada fue “Divúlgala”.
Se me ocurre que una de las explicaciones que validen una intención de voto a partir de esas consideraciones tiene que ver con la pérdida de la esperanza. Como en muchos países, a nosotros nos ha ido mal con unos y otros. No importan partidos ni colores.
Como un buen amigo dijo alguna vez: de todos los males de salud, los de los dientes son lo menos grave; ahora ya tenemos cómo remediarlos casi todos.
A veces, sobre todo en esas etapas incipientes de la competencia, se nos olvida que lo importante es el juego.
No me resulta atractiva la idea de hacerme popular a fuerza de contestar lo que no sé, no puedo o no quiero. Ni modo, tal vez me equivoque.
Por eso desconfío, cada vez más, de quienes buscan asirse obcecadamente a una realidad que definen como aquello que existe fuera de la imaginación.
Las primeras, las dedicatorias, las leo con un poco de morbo (…). Me quedo, pues, mucho más tiempo con esos párrafos finales. Si son sólo agradecimiento, mi actitud es similar que frente a las dedicatorias.
Ojalá no nos toque elegir en torno a quiénes son menos tramposos o quiénes son capaces de reconocer sus errores, aunque los minimicen.
Los escritores inseguros dudaremos tanto que perderemos la oportunidad de obtenerlas. Escribiremos, así, en los márgenes de otros libros, cada vez más poblados de garabatos inextricables.
Esperamos, en esta nueva etapa, sumar más páginas leídas, más contertulios, más autores… A fin de cuentas, sea lo que sea la literatura, estamos convencidos de que es una de las formas en las que nos volvemos más humanos.
“Es probable que ese diccionario de mi infancia haya sido como cualquier otro”.
“Corrí el riesgo y vi con atención uno de los anuncios. En efecto, dicen que determinados billetes valen una fortuna”.
“Una maldad tan cotidiana e impune que ya nos roba muchas posibilidades. Entre ellas, la de vivir libremente. De ahí que suene sensata la renuncia. A vivir, sí, de ciertos modos”.