Jorge Alberto Gudiño Hernández
Resulta un tanto ridículo que en un país como el nuestro los productos y servicios sean más caros que en Canadá. Sobre todo, porque estamos lejos, muy lejos, de la seguridad social que se proporciona allá.
El lugar común en estos casos es sugerir que lean los libros del autor fallecido para conservarlo en este mundo a fuerza de recuerdos y memoria. Aunque el consejo, ahora, es similar, sugiero leerlo para darse el lujo de habitar su mundo.
Lo peor es que, al menos en nuestro país, la cultura del reciclaje es pobre. Esto provoca que todo ese cartón se vaya directo a la basura sin demasiadas intermediaciones o usos parciales. Toneladas y toneladas de papel que, con suerte, se podrán reciclar.
Ya que se está en ese espíritu reformador, en una de ésas sería buena idea considerar a todos aquéllos que trabajan, pagan impuestos y son productivos dentro de la economía formal, pero no reciben las prestaciones correspondientes, pensión incluida.
"Da la impresión de que existe cierto deterioro en el concepto de lo universitario, de ese prestigio que se supone que otorga el serlo".
Y como no hay forma de iniciar una campaña en contra de los escupitajos en el campo (ni habría quien se sumare al intento), supongo que me tocará ver cómo aumenta el volumen de los salivazos en los campos de juego a donde van mis hijos.
Y no es que maquillar muertes con desapariciones mejore la situación, pues el dolor perdura igual, el daño es similar, las ausencias se resienten, los delitos cometidos siguen a la alza sin que nadie sea capaz de contenerlos.
No es extremo suponer que en un futuro no muy lejano nuestros jóvenes no sean capaces de comprender lo que leen cuando se enfrenten a un texto largo y complejo.
Lo peor es que no parece haber remedio. Se vive en un limbo legal que impide cortar todos esos cables. Algo que, además, no querríamos pues nos quedaríamos sin el servicio contratado.
Una de las secciones que incluimos en esta cuarta temporada fue “Divúlgala”.
Se me ocurre que una de las explicaciones que validen una intención de voto a partir de esas consideraciones tiene que ver con la pérdida de la esperanza. Como en muchos países, a nosotros nos ha ido mal con unos y otros. No importan partidos ni colores.
Como un buen amigo dijo alguna vez: de todos los males de salud, los de los dientes son lo menos grave; ahora ya tenemos cómo remediarlos casi todos.
A veces, sobre todo en esas etapas incipientes de la competencia, se nos olvida que lo importante es el juego.
No me resulta atractiva la idea de hacerme popular a fuerza de contestar lo que no sé, no puedo o no quiero. Ni modo, tal vez me equivoque.
Por eso desconfío, cada vez más, de quienes buscan asirse obcecadamente a una realidad que definen como aquello que existe fuera de la imaginación.
Las primeras, las dedicatorias, las leo con un poco de morbo (…). Me quedo, pues, mucho más tiempo con esos párrafos finales. Si son sólo agradecimiento, mi actitud es similar que frente a las dedicatorias.