Jorge Alberto Gudiño Hernández
Lo que me da trabajo comprender a cabalidad es la disposición que tenemos a ponernos en riesgo. Es peligroso manejar como manejamos.
Sé que suena pueril, pero es molesto. He preguntado a vecinos y a amigos. Casi todos están de acuerdo con la molestia que generan estos actos de campaña. No sólo es el ruido, sino la contaminación conceptual. Más que ofrecer propuestas, se dedican a criticar a los otros partidos.
Tengo amigos que viven en las colonias afectadas por la contaminación del agua. Están desesperados. Uno de ellos me contó que, tras comentar algo al respecto en sus redes sociales, muchos se le echaron encima: se quejaba desde su privilegio, desde la costumbre de tener agua potable, ¿acaso no pensaba en todos quienes no tienen agua corriente? Evidentemente no.
Me queda claro que ese “Lo entiendo” es parte de un manual sobre cómo responder a los clientes en un momento determinado. Es una forma de simular una empatía que no existe.
A lo largo de ese medio millar de entradas que abarcan tres años, el hilo conductor, además de la pandemia, debe ser la preocupación por el oficio, por la escritura y por lo que significa. Y es ahí donde inicia el diálogo.
“¿Cómo se hace para leer más rápido? Leyendo más tiempo. Ya sé que rompe la idea de la fórmula y, de hecho, la trastoca”.
“De lo que estoy cada vez más convencido es de que las elecciones son un asunto de memoria y nada más”.
Peor aún, hay varios estacionamientos que piden que uno no deje computadoras o aparatos electrónicos dentro del vehículo cuando se baja a hacer sus compras porque, al parecer, hay ciertos dispositivos capaces de detectar pilas de litio al interior de los coches.
No creo que exista un comercial, spot, pinta, pendón o espectacular que pueda convencerme de votar por un candidato diferente (pese a que no sé por quiénes votaré).
Considerar la posibilidad de defender a un político o a un partido me resulta absurdo, sin importar sus ideologías o sus resultados.
Resulta un tanto ridículo que en un país como el nuestro los productos y servicios sean más caros que en Canadá. Sobre todo, porque estamos lejos, muy lejos, de la seguridad social que se proporciona allá.
El lugar común en estos casos es sugerir que lean los libros del autor fallecido para conservarlo en este mundo a fuerza de recuerdos y memoria. Aunque el consejo, ahora, es similar, sugiero leerlo para darse el lujo de habitar su mundo.
Lo peor es que, al menos en nuestro país, la cultura del reciclaje es pobre. Esto provoca que todo ese cartón se vaya directo a la basura sin demasiadas intermediaciones o usos parciales. Toneladas y toneladas de papel que, con suerte, se podrán reciclar.
Ya que se está en ese espíritu reformador, en una de ésas sería buena idea considerar a todos aquéllos que trabajan, pagan impuestos y son productivos dentro de la economía formal, pero no reciben las prestaciones correspondientes, pensión incluida.
“Da la impresión de que existe cierto deterioro en el concepto de lo universitario, de ese prestigio que se supone que otorga el serlo”.
Y como no hay forma de iniciar una campaña en contra de los escupitajos en el campo (ni habría quien se sumare al intento), supongo que me tocará ver cómo aumenta el volumen de los salivazos en los campos de juego a donde van mis hijos.