Jorge Alberto Gudiño Hernández
Escucho pues, sin creer que leo. Escucho, entonces, consciente de mis contradicciones.
Más allá de las buenas y malas decisiones que ha traído este galardón, lo cierto es que sirve como una posible guía de lectura.
Al margen de lo mucho que me pude entretener con su humor exacto, me mostró ciertos actos de magia que, con o sin truco, me siguen sorprendiendo ahora. Vida eterna, pues, para Mafalda.
Es una lástima que, por las razones que sean (y se pueden argumentar muchas y algunas hasta sonarán sensatas), hoy tengamos más muertos de los que habríamos tenido si todos usáramos mascarillas y mañana tendremos más.
Ha pasado un semestre. Las cosas siguen sin estar claras. Si acaso, hoy sabemos que es muy probable que los niños no regresen a clases este año. También hemos aprendido mucho.
Si alguien, verdaderamente, necesita hacerse de un libro y no cuenta con los medios para hacerlo (económicos, geográficos, idiomáticos y demás) que lo haga. De ahí a pregonarlo, fomentarlo o presumirlo, hay una gran diferencia.
Es cierto, lo que nos pasa no siempre está relacionado con lo que merecemos. El asunto, ahora, es qué pasará si un buen día, después de ir al cine, al bar o a cenar con los amigos, terminamos contagiados.
Me parece que ésa es la gran pérdida que implica la educación a distancia. Al menos hasta ahora. La falta de convivencia, de contacto físico, de pláticas.
Este regreso a clases tiene la pinta de un no regreso. Es muy complicado resolver el tema. No sólo en términos educativos, dado que la realidad del país es muy diferente.
Sin embargo, resulta más o menos claro que la estrategia falló. Quizá no la que estaba orientada a no saturar las capacidades hospitalarias; sí, en cambio, la que debía reducir el impacto en muertes de la pandemia.
La pandemia continuará un buen rato entre nosotros. Quizá mucho más de lo que podamos seguir conteniendo la salida multitudinaria.
A diferencia de los dos ejemplos en que, claramente, había un defecto de habla que los hacía sonar bien y hasta ser simpáticos, el amamacho partía de un asunto más profundo: la idea de que, por el simple sonido, el apapacho incluye a papá y el amamacho a mamá.
Vino la pandemia y el encierro. Si seguí corriendo fue porque descubrí, en ese parque que queda a 300 metros de mi casa, a las cinco de la mañana cuando está vacío, que correr me aportaba ese silencio que ya no había en casa.
Para darnos una idea de la dimensión de esta medida correctiva y del tamaño de los adeudos, basta ver lo que debían tres grandes empresas que han saldado sus deudas fiscales
No es que, necesariamente, uno esté en contra del otro; simplemente, tenemos distintas visiones del mundo. Cerrarnos, con tozudez, a que sólo la nuestra sea válida, es estar dispuestos a empequeñecernos en nuestra propia opinión.
Sinceramente, no se ve para dónde hacerse. Salvo que uno quiera convencerse de que las cosas no están tan mal o sea capaz de comprarse aquello de las oportunidades en medio de las crisis, la verdad es que no parece haber razones para el optimismo.