Jorge Alberto Gudiño Hernández
«Viví en una colonia cerrada durante mi infancia, en lo que entonces era la suburbia de la ciudad».
Años más tarde, cuando el posible delito ya ha prescrito (aunque es irrelevante pues ya fue juzgado), decide lanzarse como precandidato para un puesto de elección popular.
unque es justo decir que la historia que ha ocupado a buena parte de las finanzas norteamericanas de esta semana no parte de un robo.
Mucho se ha dicho sobre el reclamo que debería hacer la población a la forma en que los encargados han manejado esta pandemia.
Bajar la Luna y las estrellas es imposible, decirlo resulta tentador.
Así que, por mucho que uno quiera, es impensable que un hombre volador de acero con capa llegue a rescatar a cierto mago con una cicatriz en la frente en la batalla final.
Pese al problema con los semáforos, bien podemos ser cautos.
Un estudiante universitario a cuya familia (mamá, papá y hermano) les dio COVID. Él ha estado en su cuarto para no contagiarse. Por suerte, salió negativo en la prueba. Así que aprovechará para irse el viernes a Acapulco con varios amigos.
No se sobreinterprete, estos cuentos y novelas cortas no son especialmente complicados. Si acaso, funcionan en el mismo sentido en que lo hace la mejor de las literaturas, que es al sitio al que pertenece: nos permiten cuestionarnos asuntos relacionados con nosotros mismos.
En primer lugar, porque la FIL no es sólo su organización sino sus resultados. Sí, uno podría traer al más acérrimo crítico de la 4T.
Antes que otra cosa, debo decir que no la considero una gran película.
Las que ahora nos ocupan parten de esa convicción de poseer un pacto con la razón o la verdad. Se ostenta como superioridad intelectual.
Esa misma falta de conciencia social está causando estragos en el manejo de la pandemia.
Escucho pues, sin creer que leo. Escucho, entonces, consciente de mis contradicciones.
Más allá de las buenas y malas decisiones que ha traído este galardón, lo cierto es que sirve como una posible guía de lectura.
Al margen de lo mucho que me pude entretener con su humor exacto, me mostró ciertos actos de magia que, con o sin truco, me siguen sorprendiendo ahora. Vida eterna, pues, para Mafalda.