Jorge Alberto Gudiño Hernández
Es cierto, a muchos les urge regresar por diferentes razones. Sobre todo, a aquéllos que no pueden ni pudieron confinarse. Para el resto, la pregunta se vuelve recurrente: ¿no será que tienen razón?
Hace tiempo, un ingeniero me confesó que cuando estaba muy estresado se ponía a resolver ecuaciones.
Si al principio del confinamiento no sabíamos cuánto duraría, para inicios de este ciclo escolar ya estaba claro que los meses se acumularían fuera de las aulas.
Siempre han existido personajes muy oscuros. Excepciones que se convierten en un peligro público, que cambian el curso de algunas vidas y que se insertan en relatos aterradores.
Hay una frontera difusa (que no delgada) entre la culpa y la responsabilidad. Es difusa porque no aplica igual en cada caso.
Hoy me quiero centrar en el libro, ese instrumento maravilloso que nos ha sabido llevar de un mundo a otro a lo largo de, al menos, varias decenas de siglos.
Cuando hay alguien que se beneficia sin razón, otra persona sale perjudicada.
Estudios en diferentes países han mostrado la conveniencia de reducir el número de estudiantes por salón de clases (aumentar el volumen de aire por persona) y mantenerlos mejor ventilados, ya sea con ventanas abiertas, ya con sistemas eléctricos diseñados para tal fin.
En el mundo se sabe que es prioritario vacunar a todos los trabajadores de la salud. Acá se sigue insistiendo en no hacerlo, pensar en una explicación racional para ello es demasiado pedir.
Más tarde, salió un comunicado en el que se explicaba que los doctores particulares nunca estuvieron convocados a dicho centro de vacunación. También, que todos los médicos de hospitales privados que atienden en la primera línea ya han sido vacunados.
La lista no es extensa, se ocupa de los mínimos. Falta agregar, por supuesto, a todas esas personas que siguieron trabajando durante el confinamiento pues sus labores se desarrollaban dentro del marco de las actividades esenciales, pero ésa es otra discusión.
También al personal de enfermería, a los afanadores, a todos los que intervienen para que las instalaciones de los hospitales y consultorios estén limpios, a los farmacéuticos, a quienes tienen contacto cotidiano con personas que, se sabe, están enfermas.
Y como somos tantos, es sencillo encontrar contrastes por doquier. De nuevo, el espectro es amplio y apunta a muchas direcciones. Sin importar cuál es la postura de cada uno de nosotros, cuáles nuestras experiencias, cuántos los sacrificios, la forma en la que se acumulan las emociones y demás, lo cierto es que el deterioro se ha instalado en nuestras vidas.
Tengo fea letra, ni modo. Además, nunca me gustó el corrector: ese simulacro de la perfección.
Aquí, de entrada, llevamos un año con una suspensión absoluta de lo presencial sin que algo permita pensar en flexibilizarlo. Y eso es algo que afecta a los niños, a sus padres, a la economía en general.
Al margen de las críticas al sistema debido a las largas filas, a que el personal de las brigadas portaba chalecos partidistas, a que, en algunos casos, se solicitaron fotos que apuntan a un uso proselitista, hubo un ambiente generalizado de bienestar.