Jorge Javier Romero Vadillo
La provocación presidencial está surtiendo efecto y está llevando a que sus críticos se estén colocando solos en el mismo saco en el que los quiere López Obrador.
El machismo antimascarilla tiene un paladín en México: el Presidente de la República. Arrogante, solo se le ha visto con ella a bordo de los aviones, notablemente ahora que voló a los Estados Unidos.
El hecho es que la tragedia no para y el Gobierno ha tenido un desempeño lamentable.
A dos años de aquella sacudida el paisaje es desolador. Empeñado en refundar la patria, el Presidente se ha dedicado a socavar incluso las estructuras endebles sobre las que se podría comenzar la construcción de una nueva edificación estatal basada en un orden jurídico legítimo y consensado.
En su afán por congraciarse con las fuerzas armadas, López Obrador no solo les concedió el control de la Guardia Nacional, contraviniendo también con ello la reforma constitucional que la creó, sino que las ha provisto de pingües negocios en la construcción de sus obras y ahora, al igual que su némesis Calderón, les da carta blanca para seguir haciendo lo mismo, por lo que son esperables los mismos malos resultados, con su cauda de violaciones a los derechos humanos.
La medida serviría también para evitar contagios y salvar vidas, pues un porcentaje muy alto de la población mexicana, alrededor del 15 por ciento, depende de su ingreso diario para poder vivir, por lo que quedarse en casa es un lujo que no se pueden permitir ni un solo día. Si el Estado les garantizare un ingreso de emergencia, sería mucho más probable que se resguardaran para cuidar su salud y la de todos los demás.
Así, polar, entiende López Obrador al mundo y esa forma de razonar, con rasgos paranoides, ha sido una de sus ventajas competitivas en su carrera política. La historia está llena de ejemplos que nutren la teoría planteada en ciernes por el gran Elías Canetti y desarrollada después, entre otros, por Robert S. Robins y Jerrold M. Post –uno politólogo y el otro psiquiatra, que trabajaron de consuno en un libro sobre la paranoia política que lleva por subtítulo "La piscopolítica del odio"– de que las personalidades paranoides suelen ser especialmente exitosas en la política.
No solo la población negra sufre los prejuicios abusivos de una institucionalidad diseñada a lo largo de dos siglos por el establishment blanco en los Estados Unidos y que no acaba de reformarse, a pesar de los avances logrados y de ingentes programas de capacitación y de cientos de procedimientos y controles
Cada mañana, en la perorata presidencial, se suelta una andanada de mandarriazos contra lo establecido, que luego se traducen en acciones de desmantelamiento y sustitución por alguna estructura improvisada inspirada en el diseño del líder.
El nuevo pacto social se construirá, me temo, sobre los escombros del fracaso del actual Gobierno que, empero, todavía tiene la oportunidad de dar un giro en el sentido correcto: el de concitar acuerdos amplios para comenzar a construir un auténtico Estado de bienestar.
Ahora, con un acuerdo presidencial, se pretende legitimar lo que ya fue declarado inconstitucional por la Suprema Corte: la presencia militar sin controles civiles.
¿Cuál es mi eutopía para el orden humano post crisis? El avance de la reorganización del Estado en todo el mundo, con preocupación política por los temas esenciales de distribución social: salud, educación, alimentación y vivienda, por la reducción de la violencia con respeto a los derechos humanos y con compromiso contra el cambio climático.
López Obrador está usando su mayoría legislativa no para garantizar su programa de Gobierno, sino para desmantelar lo avanzado en los últimos 40 años, con el pretexto de que ha sido solo producto del neoliberalismo. El riesgo de regresión autoritaria es enorme.
Es hora de construir una opción de izquierda democrática, razonable y deliberativa, que se nutra de conocimiento experto, capaz de movilizar a los intelectuales que tanto maltrato han recibido de este Gobierno. L
La estabilidad es un valor colectivo. Donde la crisis sanitaria y económica haga saltar el arreglo político, las pérdidas serán mayores, a menos de que se trate de las ruinas estatales de Cuba, Nicaragua y Venezuela, donde poco queda por destruir.
Así, lo peor de la religiosidad presidencial no es que la exprese en público, sino que determine la manera en la que gobierna. Lo primero es demagógico, lo segundo puede ser criminal.