Jorge Javier Romero Vadillo
El Presidente perdió la oportunidad de usar el foro de Naciones Unidas para hablar del papel que debería jugar la comunidad internacional para superar la peor crisis mundial desde la fundación del organismo.
Con la mera presentación de la propuesta de consulta formal, López Obrador ya mostró su intención de controlar a toda costa el proceso electoral de 2021
Mi irredento institucionalismo me hace así voltear a las reglas del juego como causales efectivas de la ausencia de partidos.
Cuando la realidad alcanzó al médico que por un momento se sintió estrella y se hizo evidente que México sería uno de los países más afectados del mundo, entonces se buscó en el pasado a los culpables del fracaso de la estrategia, como suele hacer el Presidente López Obrador frente a todos sus descalabros.
Pero, aunque así no fuera, no me cabe la menor duda de que las desproporcionadas sanciones de la Secretaría de la Función Pública para la empresa tienen una razón política y constituyen una acción de censura.
Diez años y el hecho ha quedado solo como una más de las barbaridades a las que los mexicanos parecemos acostumbrados, porque, como ocurre en toda guerra, la vida continua y la enorme capacidad de adaptación humana acaba por hacer que parezca normal lo horrendo.
El trato dado a Lozoya y todo el manejo mediático de su extradición y sus declaraciones hacen sospechar que el Fiscal, lejos de ser autónomo, está dosificando el asunto para beneficiar al partido del Presidente de la República en los comicios del próximo año y que irá administrando el proceso de manera que sirva de antídoto a la caída del apoyo a Moronea y a López Obrador como resultado de las múltiples crisis en las que está sumido el país, sobre todo la económica, que seguramente se dejará sentir con crudeza en unos meses y golpeará las expectativas electorales de la coalición de poder.
Pero en el caso mexicano, la crisis educativa, lo mismo que la sanitaria y la económica, tendrá efectos aún más devastadores, por las precariedades previas del arreglo estatal mexicano.
La provocación presidencial está surtiendo efecto y está llevando a que sus críticos se estén colocando solos en el mismo saco en el que los quiere López Obrador.
El machismo antimascarilla tiene un paladín en México: el Presidente de la República. Arrogante, solo se le ha visto con ella a bordo de los aviones, notablemente ahora que voló a los Estados Unidos.
El hecho es que la tragedia no para y el Gobierno ha tenido un desempeño lamentable.
A dos años de aquella sacudida el paisaje es desolador. Empeñado en refundar la patria, el Presidente se ha dedicado a socavar incluso las estructuras endebles sobre las que se podría comenzar la construcción de una nueva edificación estatal basada en un orden jurídico legítimo y consensado.
En su afán por congraciarse con las fuerzas armadas, López Obrador no solo les concedió el control de la Guardia Nacional, contraviniendo también con ello la reforma constitucional que la creó, sino que las ha provisto de pingües negocios en la construcción de sus obras y ahora, al igual que su némesis Calderón, les da carta blanca para seguir haciendo lo mismo, por lo que son esperables los mismos malos resultados, con su cauda de violaciones a los derechos humanos.
La medida serviría también para evitar contagios y salvar vidas, pues un porcentaje muy alto de la población mexicana, alrededor del 15 por ciento, depende de su ingreso diario para poder vivir, por lo que quedarse en casa es un lujo que no se pueden permitir ni un solo día. Si el Estado les garantizare un ingreso de emergencia, sería mucho más probable que se resguardaran para cuidar su salud y la de todos los demás.
Así, polar, entiende López Obrador al mundo y esa forma de razonar, con rasgos paranoides, ha sido una de sus ventajas competitivas en su carrera política. La historia está llena de ejemplos que nutren la teoría planteada en ciernes por el gran Elías Canetti y desarrollada después, entre otros, por Robert S. Robins y Jerrold M. Post –uno politólogo y el otro psiquiatra, que trabajaron de consuno en un libro sobre la paranoia política que lleva por subtítulo “La piscopolítica del odio”– de que las personalidades paranoides suelen ser especialmente exitosas en la política.
No solo la población negra sufre los prejuicios abusivos de una institucionalidad diseñada a lo largo de dos siglos por el establishment blanco en los Estados Unidos y que no acaba de reformarse, a pesar de los avances logrados y de ingentes programas de capacitación y de cientos de procedimientos y controles