Jaime García Chávez
El Presidente de la República se pasa por el arco del triunfo las prevenciones y limitaciones que le imponen, de suyo, las leyes electorales, y actúa con tal desfachatez que viola la Ley con una sonrisa en los labios, con la cual se burla de uno de los aspectos nodales del Estado moderno y del mexicano en particular.
“López Obrador, en lugar de dar una batalla para transformar de fondo al INE, desaprovechó la oportunidad y centró su objetivo en personas”.
El hecho de su deceso ocupó las principales noticias del país, y poco a poco han empezado a fluir críticas de fondo a su personalidad y a su vasta obra, ligada sin duda alguna a la ruptura del autoritarismo y esta transición, acompasada y a veces errática, que se vive en México.
Esto significaría también que la crisis del sistema de partidos de la transición, que colapsó en 2018 con el triunfo del lopezobradorismo, se iría al vacío, quedando este país a merced de liderazgos carismáticos, unipersonales, narcisistas y populistas, de izquierda o derecha.
Hoy tenemos un presidencialismo exacerbado que crece en facultades desproporcionadas y de facto, que se asume no formando parte de una división de poderes, sino como el poder eje y único de la nación, con todas las instituciones a su servicio.
No hay Instituto Nacional Electoral que levante la voz resolutiva y ponga orden y se haga valer como autoridad autónoma. Tampoco Tribunal Electoral que despliegue la protección de los derechos y principios electorales.
En la obra del francés encontramos la crítica a la modernidad, indispensable hoy; la explicación del valor de la democracia y la necesidad de la misma para reinventar a la sociedad a través de una “sociología de la acción.
Lo que haga Marcelo Ebrard, lo veremos. Por lo pronto es levantisco, ha hecho una contribución que matiza la sucesión actual.
El Poder Judicial Federal, que no dudo, debe reformarse a fondo, está amenazado. Su Corte está en riesgo de ser paralizada para las agendas fundamentales del país.
La visita de Narro se da con vías a incidir en el proceso electivo de 2024, y aunque no se trata ni de un partido ni de una agrupación política reconocida conforme a la Ley, es más que obvio que juega un papel de plataforma para dar soporte a la alianza tripartita de PAN-PRI-PRD, ya que es impensable que puedan decantarse por alguna otra vertiente.
López Obrador enruta hacia la locura política, enajenado ahora como líder que ha perdido su aliento original de inaugurar una democracia, al caer en la testarudez y querer que las cosas sean a su capricho, abandonando la pauta constitucional que obliga.
Los aspirantes morenistas se han estado haciendo presentes en Chihuahua. El primer fin de semana de mayo, estuvo Claudia Sheinbaum, luego estuvo el Canciller Marcelo Ebrard, y seguramente Adán Augusto no tardará en llegar.
En Chihuahua el pragmatismo de María Eugenia Campos, que he denominado “maruquismo”, se ha excedido más allá de lo que es, una posible coalición de partidos; y puedo afirmar, con conocimiento de causa, que el exgobernador Duarte influye en las decisiones del estado
De todo esto desprendo una idea, seguramente calificable de ingenua, pero no por ello menos viable: que la actual dirección del PRD entregue el registro que usurpa, lo ponga a disposición de la sociedad para que exprese, de manera renovada, lo que marcó el sello inicial de ser el partido del 6 de julio, el partido de la insurgencia ciudadana.
En la obra de González Casanova el Ejército se analizó como un factor real de poder, y sin duda resultaba alentadora la apreciación formulada y que parecía una tendencia histórica.
Mientras más tiempo tengamos al Ejército a cargo de eso, sin la construcción de un aparato de seguridad pública profesional, sujeto al brazo civil del Gobierno y que incorpore a estados y municipios, la república estará a merced de los humores de un conglomerado militar que pueda mutar su función y auto asumirse como indispensable en el ámbito político.