Ernesto Hernández Norzagaray
Resulta, inevitable, vincular los actos conmemorativos del 2 de octubre de 1968 con la llegada de Morena al poder presidencial, como también no ver en la ofrenda floral que AMLO depositó en la Plaza de las tres Culturas, un acto de gran simbolismo por el futuro de las libertades públicas.
Después de la campaña, decidimos continuar trabajando con la misma intensidad, para no perder el paso -palabras más, palabras menos, fue la respuesta que AMLO dio a los medios de comunicación para justificar del trabajo en campo poselectoral.
La noche del 15 de septiembre la gente despedía al presidente Peña Nieto con un sonoro, uniforme, contundente y desgarrador: ¡Vete ya!
La convocatoria era a las 10 de la mañana en el penal de Mazatlán y luego de cruzar los filtros de gruesas barras de hierro, cámaras y rostros adustos que menguaban con los primeros acordes de violines, trompetas, timbales, voces agudas y graves.
Es un viejo debate transicional. Las transiciones históricamente están selladas por una serie de pactos y acuerdos entre los que se van y los que llegan para garantizar un mínimo de tersura sucesoria. Se podrá decir, no sin razón, que en una sociedad democrática no debe haber otro pacto que no sea el constitucional y las leyes que de ella emanen.
El traje sastre oscuro en política se volvió símbolo de distinción, formalidad, sobriedad, elegancia y respeto intimidante. Esa imagen impostada a la que se nos ha acostumbrado a ver siempre fue una fachada infame para esconder lo que realmente se busca en la representación política: Poder, para hacer lo que se quiera en su radio de acción, asumir cargos públicos a los que se le asignan buenos presupuestos y una parte de ellos termina en sus cuentas privadas.
Hay una curiosa coincidencia entre Peña Nieto y López Obrador, la percepción de una franja de la sociedad de que ambos acordaron la liberación de Elba Esther Gordillo y ahora los dos presidentes, uno en funciones y el otro electo, parecieran querer librarse de ella.
Siempre la ceremonia del adiós será un acto íntimo que llama inequívocamente a la memoria, al recuerdo, a los pasos cortos y largos de la existencia.
En los últimos años he vivido temporadas en Guadalajara y esas estadías me han permitido ver el estilo de gobernar de Enrique Alfaro.
Luego del triunfo presidencial de Vicente Fox en su gabinete se planteo la pregunta: ¿Qué hacer con el PRI?, así lo documenta detalladamente el entonces canciller Jorge Castañeda en su libro autobiográfico: Amarres Perros.
Hubo, hay, alguna vez en México una Presidencia imperial que lo alcanzaba todo como una enredadera tropical: Reunía una persona poderes plenipotenciarios que subordinaba al resto del Estado; centralizaba decisiones al margen de la soberanía de los estados y municipios.
Francia ganó la Copa Mundial teniendo en su nómina a 14 jugadores que tienen sus orígenes en el África negra.
Una de las buenas experiencias de la pasada elección presidencial es sin duda alguna la iniciativa colaborativa de decenas de instituciones, medios de comunicación y profesionales de la información que crearon Verificado 2018 destinado a “combatir noticias falsas, promesas, denuncias y críticas sin fundamento basadas en datos equivocados con el objetivo de engañar al elector”.
Cada uno de los mexicanos vivimos de distinta manera la experiencia electoral del domingo pasado. Unos desde la ausencia, otros desde la indiferencia y la mía la viví desde antes que se instalara el Consejo General del INE para poner en marcha el proceso electoral.
Elías Canneti en su libro Masa y Poder que le mereció el Premio Nobel de Literatura en 1981 habla de que el fuego convoca a multitudes.
Ese triángulo Ciudadano-INE-TEPJF debe no solo parecer virtuoso sino serlo para garantizar una elección de calidad de la que todos nos sintamos orgullosos: el ciudadano que emite responsablemente sus votos preferentes, el INE que organiza cada una de las más 150 mil casillas electorales y el TEPJF con resoluciones en estricto apego a la ley.