Julieta Cardona
Hace dos semanas gasté el poco dinero que tenía en cambiar mi cuerpo de forma permanente. Me tatué un buda adentro de un triángulo adentro de un mandala. Lo decidí en mi espalda para que me cuide el corazón.
No sé qué siento por esa ciudad. Ahí nací y viví algunos años. Hice mi bachillerato rodeada de puro clasemediero pretencioso
Yo sí creo que después de terminar con alguien que se amó un montón viene una transformación muy peculiar.
Esto que está sucediendo me huele mal, le dije a Gabriela la última vez que nos vimos. Ya me había dejado algunas pistas de que su noviazgo con Mario iba de la mierda porque él es superagresivo cuando se pone borracho. “Me da miedo”, se le escapó aquel día.
Tiraremos todo por la borda. Serás mi coraje. Yo el tuyo. Mi cólera. Tu bruma (mira, esa es mi niebla). Me aventarás vasos de cerveza. Libros. La moledora de café. El bebedero para colibríes. La tostadora de Mariana. La pipa (romperemos la pipa en dos). Romperemos todo en dos. En más de dos. Nos dividiremos lo que quede entero. Ja, la pinche tostadora. Te besaré las manos. Te pediré perdón. Y me dirás que no: no te atrevas.
Después de años regreso al abuelo. Sucede, como era esperada, una de nuestras pláticas recurrentes.
Llevo días soñando que me persiguen leones marinos; me alcanzan y, al sentir que me quedo sin salida, despierto agitada y entonces me da por no volver a dormir —me dice.
Ella tenía razón: yo siempre buscaba los precipicios para sentirme viva y la arriesgaba al borde de alguno para que, cuando ella estuviera a punto de caer, al límite y con un tres explosiones en el pecho, yo pudiera apreciarla y pedirle perdón por ser un cáncer.
Las despedidas –cualquiera que fuera– no son pérdidas y esta insatisfacción crónica por hablar de lo que ya no está como si no tuviera derecho de irse, es mejor dicho una oportunidad para hacerlo bien la próxima vez.
Marcela es mi relación más estable porque es mi terapeuta. Hago alarde del hecho más por verdad que por gracia. Cada martes voy a su consultorio y le platico, sobre todo, mis desaciertos: estaba por cerrar bien la semana pero recaí …
Kundera escribió: “Estoy bajo el agua y los latidos de mi corazón producen círculos en la superficie”. Allan Poe delató al personaje de su cuento más famoso con los latidos de un cadáver. Yo no nací con esa profundidad creativa ni semejante destreza literaria, pero me alegra haber sentido el corazón, igual que ellos, a punto de desprenderse.
Me apena decirlo, pero no me había sentido agradecida. Entre vivir en la Ciudad de México -que si no tienes cuidado, te chupa el alma-, mi acumulación de actos deshonestos, mi desarrollada soberbia y, por supuesto, más saquitos de mierda, no había reparado en agradecer.
Me despierto a las cinco de la mañana en una cama que no es la de ella. En esta ciudad que tampoco es la de ella aunque viva acá.
Regresar a tu primer hogar nunca es poca cosa. Me tomé el fin de semana y fui a la casa –hoy abandonada– de mis padres porque necesitaba llorar.
Los hermanos Grimm fueron unos culeros muy asertivos. Muy acordes a sus formas: crudas, machistas y prejuiciosas.