Julieta Cardona
Cumplí treinta. Tengo menos cosas y menos amigos. Me despojé de lo primero para sentirme más liviana y me quedé con un poco de lo segundo porque nos cansamos de empujarnos –unos a otros– hacia ideas en las que no creíamos. Yo me sentía burda yendo a sus celebraciones que asumía inútiles y ellos se sentían austeros por sentarse en mi sala a tomar vino en vasos de vidrio reciclados.
Ella despierta esperando que, por arte de magia, algo cambie. Que algo aparezca. Algo, cualquier cosa: un mensaje de su ex que diga estas dos: «me equivoqué». Algo que remueva su ego y le confirme que haber dejado a aquella idiota estuvo bien. Merecería mi silencio, piensa. No le contestaré, se confirma. Pero no hay mensajes, ni llamadas, ni emails. No hay flores sorpresa en la puerta. No hay, al parecer, arrepentimiento de la idiota aquella.
Así que seguimos midiéndole el agua a los camotes, no vaya a ser que en una de esas, por salirnos del huacal, perdamos pertenencia y ganemos identidad.
Que mi abuela murió de cáncer. Dicen. Y que mi abuelo también. Que en él la metástasis se fue de los pulmones al corazón. Y que en ella de los riñones al corazón. Que el punto era atacar su centro para pudrirle primero el amor y luego la vida.
Me recuesto boca arriba y espero a que llegue. La escucho entrar, conozco el taconeo. Conozco sus ruidos. Todos. Cómo se enoja, cómo mastica, cómo gime, cómo canta, cómo sopla, cómo finge cualquier cosa. Llega a mí, me muerde la boca y luego se va corriendo al baño. Mea y me coquetea desde el excusado. Ahí, con los calzones a media pantorrilla, me guiña un ojo. Siento peces nadarme desde el estómago hasta las entrañas.
Crecí sin poner atención a la siembra. Este sistema culero y controlador menosprecia a los campesinos, a los granos, al cultivo, al color verde. Aplasta el deseo de ver vida saliendo por la tierra. Aplasta el deseo del que quiera arar con las manos. Condena a quienes vierten semillas y cantos sobre suelo fértil. La […]
La miras, la tocas, la piensas. Pero ella no lo sabe. Te amo, le dices, primero sin fuerza y luego con fuerza. Pero ella no escucha. Está soñando con alguien que no eres tú. Ha pensado en dejarte, lo sabes. Por eso le compras flores todos los días. Si se enoja, flores. Si no se enoja, flores. Si haces la cena, flores. Si no llega a casa, flores. Si gritan, flores. Si no hablan, flores.
Puede ponerle play antes de comenzar: https://vimeo.com/25046095 A pesar de ser una buscona del jazz, no había visto tamaña banda en años. Ayer, después de una semana complicada y casi insalvable, caí redonda en el teatro de esta cuidad donde todavía vivo. Silvia, la vocalista, sin poder soltar los nervios de los primeros diez minutos, […]
Fui cristiana durante algún tiempo. Tenía el sentido común nublado, por supuesto. Y cuando a eso se suma la ignorancia acumulada, todo está jodido. Es como si caminaras con una venda en los ojos: a tientas, tal como la fe definida en la Biblia: “la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve”.
París huele. Huele a sudor rancio y seco. A café. Orines. Tabaco. Basura. Pan. Romero. Césped. Vino tinto. Rosado. Queso maduro. Flores. Higo. Perfume. Frambuesas. Mulato bronco. Piedra húmeda. Agua estancada. Mermelada de naranja. Tabaco. Incienso de iglesia. París huele a encerrado. A río. Al Sena que parte la ciudad en dos: Chanel y […]
Es más fácil llamarle ciencia ficción a lo que no nos atrevemos a ver. Es más cómodo validar el concepto de ficción: pensar en personajes imaginarios arrojados a escenarios imaginarios que simulan una realidad alternativa. Es menos complicado cuestionar al gobierno, por eso estoy segura de estos dos tipos de personas: las que creen que […]
María llega a su casa y le dice a su esposo: No quiero que te acerques tanto porque tengo miedo de que descubras que no soy bonita.
Hace unos días vi a la turba alborotarse por la foto de un obrero de La Costeña simulando que orinaba los chiles que debía supervisar. Fue hermoso por dos cosas: la primera es porque cada que sucede algo similar siento un respiro colectivo, como si a quien está apachurrándote el pescuezo con su zapato le dijeras, cansado pero lleno de rabia: “Hoy no y métete por el culo tus 10 pesos por una hora de mi trabajo”.
La ruta –casi toda y siempre– estaba llena de nubes. Algodones de agua condensados bien arriba. Vida en el cielo. Y, bueno, el camino –casi todo y siempre– estuvo lleno de retornos.
Tengo años pateando la escritura de este libro. La razón no importa porque siempre es la misma para casi todas las respuestas que expongan vulnerabilidad: por miedo.
Imagina que te desplomas, cierras los ojos y te traga el mar. La tierra. Que ya ves. Que comienzas a descender. Que, al caer, eres la rama del ciego. La montaña. La pluma. El viento. Que, cuando caes, tienes tal como el hombre al que seguiste hace unos días, un tercer ojo en el corazón.