Julieta Cardona
Entonces hoy la luna me trajo a esta casa que tiene un par de autos abandonados en el mero centro del jardín.
Bastó que una paloma te cagara la espalda para gastar lo que quedaba de la tarde en hablar del códice de las aves.
ya cuando caía la tarde sacábamos lo que guardábamos dentro (frutas, botellas de agua, bolsas con ropa, palitas de madera para cocinar) y lo convertíamos en nuestra guarida. y muchas noches, un montón quizá, dormimos con frío,
se acercan y se dan un beso corto en la boca. tan cortito que no se te ha olvidado. amas como una bestia y lloras en su regazo porque te convertiste en lo que nunca deseaste.
ahora nos agrupamos y nos quejamos de cómo nos ofende la nueva #Lady o aquella lesbiana despiadada que va caminando de la mano con su novia
se me ocurre que, por el cuidado que tiene en no romper lo que ama, ha de ser maquinista.
No olvido. No huzmeo. No odio. No juro. No prometo. No vuelvo. No digo la verdad, digo la mía. No tengo posesiones pero tengo tribu. Linaje. Tengo lo mío. Y tengo, también, el corazón bien expuesto. No es rojo, es de colores.
Soy homosexual. Mujer. Pécora. Hace años, una señora en su crisis de mediana edad, me gritó que era una pecadora de mierda.
Soy engreída. Escribo de mí porque soy lo único que conozco. Soy entrometida. Incómoda.
pero antes de que todo eso suceda, mi amor, tengo que hacer dos cosas: preguntarte cómo te llamas y luego invitarte a salir.
pasé la mayor parte de mi vida pensando que ser el último era cosa de perdedores: ser el último en las pruebas de natación, o en las de velocidad, o en aprender los pasos de baile, o hasta ser el último en reír. pasa que en la escuela así nos educan: el último en terminar el ejercicio que el profesor puso en la clase es un burro: el bufón que ha de avergonzar incluso a su propia madre.
últimamente me pasa que veo la hoja en blanco y se me abalanzan las memorias como sanguijuelas.
es que es mayo y no es culpa mía. tampoco tuya, no es eso lo que quiero decir, no me malentiendas. es que llega y nomás me acuerdo de tu ombligo a la altura de mi garganta. ¿te acuerdas? antes de ser novias llegué a tu casa de madrugada, cayéndome de borracha y con […]
la desconocida no sabe que ese día por la mañana me asomé al espejo tratando de reconocerme, pero no pude.
ahora me siento en este pórtico y espero, no vaya usted a creer que no, que el olvido llegue. qué importa si me agarra desprevenida.