Julieta Cardona
Trabajo en este viñedo que veo si me asomo por cualquier ventana. Soy de ajustarme las botas, amarrarme un paliacate a la cabeza, montarme unos lentes de sol y correr a limpiar las filas de vides, ahora sí, sin miedo. Sudo, a veces a chorros. Huelo a árbol desplumado, a hojas caídas, a manos con tierra, a ramas secas, a pájaros, a silencio. Huelo a campo.
Nos las dábamos de querernos como nadie, como dos Evas arrojadas en el mundo, solas, sin dioses.
Que nos demos cuenta de que nacer, estar vivo y morir, son los tres instantes donde ocurre la magia: la vida.
Quién soy yo para decirte que renuncies a tu trabajo a la mierda. Que hagas una maleta liviana, agarres a tu perro, me mandes una carta: «quiero sentir la vida: llévame» y que, después de aventar tus pocas chivas a mi Toyota 92, nos inventemos un camino que nos lleve al centro de la Tierra. […]
Hay pecados que una comete al mismo tiempo porque llegar a los 31 sin tener puta idea de cualquier cosa es resencillo: pan comido. Como ejemplo, mi más reciente episodio: ayer, de lo borracha, me tiré encima el mejor vino tinto que he probado en siglos mientras cantaba –con las mínimas cualificaciones de dignidad vocal […]
Para picarle al play antes de comenzar: RITUAL- Josephine Vine a vivir este instante. Este de dibujarte los colores. De quedarme sin palabras. De tomar absenta del pico de la botella. De cantar mal. De bailar mal. De picarte la panza. De besarte el vientre. De soñar que las olas rompen para atrás. De aventar […]
Me tiendo en el suelo y mi cabeza comienza a buscar el norte. Me quedo quietecita y el aire se me cuela fresco, por cómo huele sé que anuncia dos cosas: lluvia y cambio. Me quedo boca arriba un buen rato y experimento, con tremendo placer, la misma sensación de cuando niña: todo me importa un carajo.
Meteré la mano en mi bolsa y tocaré el anillo que hice junto a mi madre. Habré recolectado las piedras mientras cruzaba desiertos y me sumergía en el mismo mar que rompía en tus pies y ella lo habrá diseñado mientras ganaba el mínimo en una joyería. Te contaré de dónde viene el cuarzo y dejaré que tú adivines de dónde salió la esmeralda. Servirás más té.
reíste que la temperatura estaba en el punto y esparciste sales de vainilla como esparces romero cuando cocinas. Metiste un pie, dijiste auch porque te quemó un poco, pero igual te sumergiste lento, suavecito. Le picaste a la playlist del tango y te serviste una copa de vino.
La verdad es que no sucede gran cosa pero a mí me parece fuera de serie. Lo que para muchos es insignificante, para mí es una gran movida del mundo a mi favor. Una sacudida justa de la Tierra. Una forma de ponerme en mi lugar. Todas las formas de ponerme en mi lugar. Una […]
Total que me puse a caminar rumbo a la luna y, además de preguntarme cuántas décadas nos tomaría llegar si camino a buen paso y sin prisa, se me ocurrió que también pasaríamos a comprar agua, elotes y café con hielo. Pararíamos, sin exagerar, en cientos de lugares. Coincidiríamos en el camino con un montón de personas e intentaríamos hablar sus lenguas.
Con ella las cosas siempre fueron de la misma manera: no sabía cuándo la vería y cuando sí, no se hablaba de una próxima. Todo ello tenía un encanto casi poético porque cada repetición era una última. Los encuentros eran sinónimos: hablábamos apenas y nos metíamos a la cama o primero nos metíamos a la […]
José bailaba las manos sobre todo cuando usaba figuras retóricas, que era gran parte del tiempo –en serio, si lo conocieran sabrían a qué me refiero–. Y de pronto se quedaba callado esperando alguna respuesta de la que se valía para evaluar si tenía sentido seguir hablando. Cómo me encantaba provocarlo sin pelearle a la contra: a ver, carnal, explícate, le decía cuando no quería olvidar lo que estaba a punto de regalarme.
me convencí de necesitar otro punto de partida. otro final. por eso me rapé a la mierda. claro, además estoy en mi crisis de los treinta y eso ayuda a tomar cualquier decisión sin tanto drama y decir que no con más soltura. que no o que no sabes.
que, a pesar de meter la lengua en las esquinas, nada sana.
Te daba por pensar que llegar al lugar que sea era cualquier cosa, pero llegando aquí, adonde estás, resuelves que no hay que quebrarte tanto la cabeza para darte cuenta de que caminar, correr, manejar –e incluso huir– para llegar, no lo es.