Antonio Salgado Borge
Empoderado, el Partido Conservador buscará, sin mayores contrapesos, remodelar la cara de la sociedad y de la economía de Reino Unido. Una primera víctima podría ser la BBC, a quien Boris Johnson le tiene especial tirria. La que desde afuera es la imagen ejemplar de medio público tendrá que enfrentar golpes directos e indirectos por parte del gobierno británico.
Pero no todo está perdido para Reino Unido y para los laboristas. Aunque la distancia que les separa en las encuestas es amplia, la brecha se ha venido recortando. Algunas casas encuestadoras los ponen a 6 o 7 puntos de los conservadores. Además, el sistema parlamentario les podría permitir, en caso de darse ciertas combinaciones de resultados y considerando posibles alianzas con el Partido Nacionalista Escocés y con el Partido Liberal Demócrata, neutralizar al partido de Johnson en el parlamento o, de plano, formar un Gobierno.
Pero no todo es color de rosa en el mundo de MeWe. Esta empresa ha sido increíblemente permisiva con quienes promueven el discurso de odio.
Al ello se podría responder que es difícil pensar en algo que vaya más contra la naturaleza que la crisis climática.
Los defensores de la objeción de consciencia indeterminada podrían responder que el problema se soluciona introduciendo una determinación bruta -es decir, no explicable- o discrecional: que la objeción de consciencia sólo aplica en casos donde exista fundamentos religiosos.
Por otra parte, la justificación consiste en una forma de dar sentido moral a una acción.
Por ponerlo de otra forma, dado lo que se conoce, pedir calma a Greta Thunberg o a quienes comparten su temor equivale a ver en la televisión imágenes de un incendio avanzando hacia nuestro hogar y escuchar que el fuego nos alcanzará en los próximos años, pero decir a quienes habitan la casa con nosotros que son unos exagerados si se preocupan; que podemos ignorar esta noticia; que luego veremos qué hacer; o que basta con cortar el pasto para que el fuego no avance tan rápido. Para ser claro, la solución a estas alturas no pasa por suspender todas las actividades cotidianas -esto no ayudaría gran cosa-, sino tomar en serio la urgencia de presionar a quienes tienen el poder de frenar el avance de este incendio.
Si la inconsistencia o el uso convenenciero de información son suficientes para penalizar socialmente a quienes caen en supuestos como los aquí planteados, con mucha mayor razón se tendría que sancionar de la misma forma a quienes han probado mentir intencionalmente o a quienes no les importa esparcir mentiras.
Dos aclaraciones preliminares son importantes. La primera es que tomo como buena la palabra del Presidente y de la directora del Conacyt en el sentido de que buscan genuinamente y con apertura lo mejor para el país.
Para ver por qué esto es relevante, empecemos reconociendo que el caso mexicano no ha surgido en el vacío. El asenso político de los grupos evangélicos en el continente es un fenómeno perfectamente documentado. Quizás los casos más notables sean los de Brasil y Estados Unidos.
En este escenario, dos preguntas estrechamente interrelacionadas se imponen. La primera es: si existen explicaciones disponibles, ¿por qué sustituirlas por descalificaciones repetitivas como las mencionadas arriba? La segunda pregunta es: si es bien sabido que el discurso en estos términos representa un daño a la imagen del actual Gobierno, ¿por qué entonces no se ha corregido este discurso?
Sabemos cuál fue la puerta por la que quienes mandan en el Congreso de Yucatán introdujeron el método votación secreta. Ahora nos falta una justificación; es decir, una explicación de por qué la iniciativa del matrimonio igualitario, y no algún otro tema previo, ameritó abrir esta puerta por primera vez.
Quienes defienden la prohibición de todas las drogas pueden intentar resolver esta tensión rechazando el segundo cuerno de esta tensión; es decir, postulando que, contrario a lo que parece, sí hay forma de justificar la pertinencia de sostener prohibición radical. Una forma de hacerlo es argumentando que lo ideal sería reemplazar los criterios científicos respaldados en estudios por criterios basados en alguna religión. Sin embargo, un problema inmediato con este enfoque es que no necesariamente todas las religiones tienen los mismos puntos de vista en este sentido. Todavía más problemático resulta aceptar en una democracia que criterios exclusivamente religiosos terminen por delinear las políticas de un Estado que tendría que ser laico. La religión queda, entonces, fuera de la lista de opciones en la mesa de los prohibicionistas que quieran defender su punto racionalmente.
Que el Gobierno busque estrategias para hacer frente a la descomposición social y a la deshumanización tendría que ser leído como una buena noticia.
Es importante hacer un par de aclaraciones sobre nuestras definiciones. Aunque puede ser considerado indicativo de la reacción del lenguaje ante hechos en el mundo, no vale la pena detenernos aquí a polemizar sobre el hecho de que “heterofobia” no es un término reconocido por la RAE, mientras que “homofobia”, sí lo es. Por otra parte, es importante señalar el sentido original de “homofobia” claramente no incluye la aversión o miedo hacia personas transexuales, bisexuales, intersexuales... Sin embargo, dado que la intención de este texto es mostrar que el término “heterofobia” no tiene referente y por qué implica homofobia, por motivos de simpleza su comparación con “homofobia” será suficiente.
Si bien la cantidad exacta de contenido chatarra, como fotos alteradas, noticias falsas, infografías tramposas o memes burlones es imposible de determinar a ciencia cierta, a estas alturas la existencia de un esfuerzo coordinado y masivo está fuera de duda.