Alberto Ruy-Sánchez
Algunas veces los amantes quisieran convertirse, para quien se ama, en la primera sensación de certidumbre del día.
«Fija en su ventana, como atrapada entre dos nubes, respirando en el mar la sal de sus anhelos, Fatma era como una duna sumergida bajo la más alta marea de sus sueños.» De Los nombres del aire.
Nada en Mogador es lo que parece: ni siquiera nosotros. Y los dioses ahí andan sueltos ejerciendo su apetito.
La misma imaginación que creó las obras urbanas que nos asombran habita en los juegos de los niños que en la plaza de la ciudad se persiguen y se esconden, se encuentran y se convierten en todo lo posible.
Barco y muralla al mismo tiempo, el puesto de jugos en el puerto de Mogador es una delicia que se afina con el tiempo.
Un gran fotógrafo es alguien que mira de otra manera y que gracias al dominio de su arte puede compartir con nosotros esa visión. Un creador de miradas que nos hace sentir por los ojos su sorpresa o su emoción, su desagrado o su fascinación. Que nos ayuda además a “pensar con los ojos”: a reconocer nuestro lugar en el mundo. Nos empuja a sabernos humanos primitivos que todo parecen verlo por primera vez: contemplativos y sin embargos cazadores, hambrientos elementales y al mismo tiempo con sed de trascendencia.
Los amantes se convierten en lo más inesperado que los ata y los consume. No son dos sino ese lazo invisible que surge y les muestra que juntos son otra cosa.
Los amantes y el azar suelen ser buenos amigos: los junta hasta cuando no están y de todo a su alrededor hace carta que se envían.
En la distancia de la noche diferida, los amantes, sin saberlo, se transforman en cosas que cruzan los sueños mutuos, divertidas.
En Mogador, los amantes, se saben observados por una terca curiosa que los ilumina desnudos y sabe todo de ellos y sus vaivenes amorosos.
Entre los muchos secretos que guarda el puerto de Mogador, está el de la flor que esconde en su dibujo una estrella, la de David.
El amante voraz se adelanta y desea convertirse en todo lo que lo precede dentro de la amada.
No patrañas, ni concreto, ni especulación dañina: las tristes flores humanas. Las jacarandas rebeldes nos muestran otro camino de convivencia y belleza.
Hoy me encontré un gato alterado, borracho de luz y de olores, enamorado de las jacarandas que abrumadoras lo rodean.
Los amantes se transforman en el ritmo que los mueve. Aprenden a escuchar la sangre y, ritualmente, a obedecerla.
Los amantes se transforman en aire, en luz, en palabras con las que al amanecer se tocan.