Alberto Ruy-Sánchez
La estación de los amantes es un clima de sorpresas, lo mismo llueve que truena, o cantan como hojas sus manos al caer sobre sus cuerpos.
En la historia de cada beso hay una mitología y una exploración subterránea, una contemplación del cielo y de la extensión variable del tiempo.
Hay islas inquietantes que trastornan sin remedio. En las Canarias el viento humedece los sentidos.
Hay un lugar en la tierra donde la inmensidad nos señala que la insignificancia es tremenda, es bella y además no importa.
Hay visiones sorpresivas que nos ofrecen al viajar una plenitud al amanecer. En las Islas Canarias, esta es una de ellas.
Cuando las calles se llenan de lluvia y hojas nuevas, un árbol citadino nos ilumina el paso, la jacaranda renacida.
Los amantes se vuelven otras cosa: encarnan en lo que crean, en lo que aprenden a creer rigurosamente, un instante corporal único que se desliza en el tiempo. Paraíso fugaz y al mismo tiempo, eterno.
A propósito del nuevo lanzamiento de mi libro Tristeza de la verdad. André Gide Regresa de Rusia, que presentaremos en Librería Gandhi, Miguel Angel de Quevedo, el martes a las 7.30 pm, en conversación con Javier Solórzano, esta nota ilustrada.
Se atribuye a Matsumoto la existencia y proliferación de las jacarandas en la ciudad de México. Algo tan excepcional y maravilloso tenía que venir de pensar al mundo de otra manera.
Este es un fragmento de la historia de este gusano enamoradizo, contada en tuiter dentro del #Wordfest3.0. Lleva ilustraciones del fabuloso pintor de Oaxaca, Filogonio Velasco Naxín.
Cuando llega su floración salvaje, ella nos cuenta historias. Especialmente la suya. Mitológica, por supuesto.
Si las ves las reconoces, son habitantes de las historias que brotan en los árboles de las ciudades indomables, imprevistas.
¿Por qué son tan habladoras las jacarandas? Las historias que cuentan son su delirio. Y el nuestro.
El viajero de sentidos abiertos se transforma paso a paso y llega mientras va pasando: es camino.
Cuando se viaja pidiendo ser llevado por quienes se conoce en el camino, sus pasos, por un tiempo, marcan nuestra existencia.
La esencia del viaje es la transformación profunda del que viaja, la idea de que el camino es la meta y al mismo tiempo es un fin trascendente: se va más allá de los propios límites y de los confines exteriores del mundo.