Alberto Ruy-Sánchez
Los amantes del Kamasutra de piedra de Kayurajo adquieren la destreza de los dioses amándose para ser varios al mismo tiempo.
Los amantes se respiran, nutren sus sueños de su aliento que es tacto y alimento.
Los enamorados trastocan todos los sentidos. Lo que va viene y lo que se mira huele, sabe y se toca. Cuerpo a cuerpo todo en ellos se transforma.
Todo regreso se vuelve un encuentro anhelado pero lleno de desasosiego y, si se tiene suerte, de alegría.
En homenaje a Durero, Francisco Toledo rehizo su rinoceronte, pero le dio una pareja y los puso a fornicar. En homenaje a Toledo recojamos su sonrisa y gozamos su travesura.
Los enamorados saben que la noche llega por fuera y por dentro.
En el invierno de 1921, la poeta Anna Ajmatova observa detenidamente las reacciones del héroe popular ruso que fermenta en tirano y lo pone en estas palabras.
Entre todos los misterios felinos la lengua guarda uno mayor, muy antiguo.
Expresa cosas misteriosas, habla de su naturaleza indómita, dicen que con la cola habla con sus muertos.
La memoria es ave de paso, la mira solo cuando ha llegado y siempre se va sin decir algo.
En el Templo de Kayurajo, el Kama Sutra de piedra, la sonrisa de la amante y el giro extremo de su torso es el lenguaje secreto que señala, en la danza sagrada, su aprobación del amante.
La poesía no esperaba la sinrazón agresiva sin ser adversaria siquiera. El pájaro más obscuro va por su cuenta contra todo lo que vuela.
Moriré así, tal cual, me dijo un día, cuando comentábamos su novela Ardores que matan (de ganas). Pero resucitaré para morir de nuevo, porque de eso se trata, de tener ganas y morir con ellas. Y luego, Ramón ponía sobre la mesa la enorme carcajada acostumbrada. Brindábamos por eso, con ganas, y seguíamos riendo.
En las noches de la historia se golpea a la poesía
en nombre de obscuras causas, de prioridades inciertas,