Mario Campa
26/02/2025 - 12:05 am
México necesita un fondo soberano de grueso calibre
México necesita un fondo soberano de grueso calibre. Restaría dependencia del T-MEC y podría dar usos más productivos a las reservas. Sería artillería pesada contra la trampa de ingreso medio que limita el potencial transformador del país. La pregunta no es si podemos permitírnoslo, sino si podemos permitirnos no hacerlo. Basta de pistolitas, es hora de una bazuca.
Una noticia capturó mi atención en días recientes: Indonesia destinará 20 mil millones de dólares de su fondo soberano a energías renovables y manufacturas avanzadas como parte de un plan para administrar 900 mil millones en activos a largo plazo. Y recordé que Trump manifiesta el deseo de fundar uno para Estados Unidos, pero también que México enfrenta un rezago significativo frente a las economías asiáticas y mediorientales. Al sumar los activos administrados por el Fondo Mexicano del Petróleo, el Fondo de Estabilización de los Ingresos Presupuestarios, el Fondo de Pensiones para el Bienestar y el Fondo Nacional de Infraestructura, los recursos agregados rondan cinco mil millones de dólares que equivalen a menos de medio punto porcentual del PIB. México tiene una pistolita frente a las bazucas de Kuwait (500 por ciento del PIB), Noruega (285 por ciento del PIB), Catar (215 por ciento del PIB) o Abu Dabi (200 por ciento del PIB). La comparación duele: es como enfrentar huracanes con paraguas.
Los fondos de riqueza soberana son vehículos de inversión gubernamental o estatal que gestionan los excedentes financieros derivados de recursos naturales, superávits comerciales o reservas internacionales. Tienen como objetivos generar rendimientos de largo plazo, diversificar una economía, preservar la prosperidad intergeneracional y garantizar la estabilidad financiera frente a fluctuaciones cíclicas. Invierten en todo tipo de activos, desde instrumentos de deuda hasta acciones, startups, proyectos de infraestructura, bienes raíces e incluso fondos de cobertura (hedge funds). Al invertir fuera del país también ofrecen protección cambiaria, pero a diferencia de las reservas administrados por el banco central no tienen como misión estabilizar una moneda. Su vocación es de largo plazo.
El horizonte de inversión descarta los activos administrados por el Banco de México como fondos de riqueza soberana. Las reservas en manos del banco central son instrumentos conservadores con un alto costo de oportunidad. Si bien mitigan choques cambiarios y pueden trasladar remanentes al presupuesto Federal, obtienen rendimientos precarios del extranjero—en esencia de bonos del Tesoro estadunidense—. En años sin depreciación, un país con necesidades urgentes tira cofres al fondo del mar. México haría bien en buscar un uso productivo y doméstico a una fracción de ese tesoro nacional mediante un nuevo vehículo institucional con reglas de operación claras y un administrador probado.
Sobran ejemplos de fondos soberanos exitosos. El ejemplo por excelencia es Noruega, que invierte 70 por ciento de su cartera en acciones del mundo entero, 27 por ciento en bonos, y tres por ciento en bienes raíces y energías renovables. Otro caso de éxito es Mubadala, fondo de Emiratos Árabes que es accionista minoritario en empresas como Waymo en Estados Unidos, Revolut en Reino Unido o Xpeng en China, pero a la vez controla GlobalFoundries, el tercer mayor fabricante de chips por volumen de ventas. Un tercer ejemplo es PIF, que concentra 60 por ciento de su portafolio en Arabia Saudita, conserva el 16 por ciento de la petrolera Aramco y posee entre otros activos más del 15 por ciento del aeropuerto Heathrow y 85 por ciento del equipo de futbol Newcastle, ambos del Reino Unido.
La ausencia de un fondo soberano en México es materia de estudio de la economía política. El principal motivo de vacío es que el PRI y el PAN comprometieron los excedentes petroleros para sostener el gasto presupuestal general. El resultado no sólo fue la ausencia de un fondo que pudo ser capitalizado con las altas tasas tributarias de Pemex que rondaron el 80 por ciento de las utilidades, sino también una deuda excesiva en las empresas paraestatales y niveles subóptimos de inversión nacional. La llana cobardía o el sospechoso interés de no incomodar al rico para mejoría del pobre mediante una reforma fiscal progresiva tuvo efectos de sobra conocidos.
El mayor problema para la fundación de un fondo soberano en México es que en apariencia no sobra dinero. Algo hay de cierto, pero es tramposo a la vez. La bonanza petrolera quedó atrás sin que signifique el fin del mundo. Temasek, el gran fondo soberano de Singapur, fue fundado sin petróleo, gas o metales y aun así probó las mieles del éxito y es hoy motor insustituible. Como advirtió Lee Kuan Yew, su fundador: "Sin recursos naturales, nuestra única materia prima es el talento. Un fondo soberano es la semilla para cultivarlo".
Existen al menos cinco posibilidades de aportación inicial para arrancar en México. La más obvia es la vía que tomaron la Corporación Coreana de Inversión (KIC) y la Corporación China de Inversión (CIC), que alargaron el horizonte de inversión de una fracción de las reservas administradas de sus bancos centrales para mejorar eficiencia y rendimiento. La segunda es la vía de Singapur, que implicaría depositar activos estatales en el fondo soberano, aunque el riesgo de futura privatización indirecta ameritaría candados. Una tercera es la vía australiana para la recaudación minera, sin caer en la inmediatez y corrupción del programa mal llamado Fondo Minero. Una cuarta es una reforma fiscal progresiva que resguarde los primeros superávits primarios anuales, y de paso reste resistencia de las patronales y los magnates. Una última más heterodoxa y objetable sería canalizar la recaudación arancelaria adicional en el contexto del Plan México. Ninguna solución es redonda, pero todas sentarían las bases del Estado inversor en nuestro país. El mango bajito (low-hanging fruit) son las reservas. Un Plan B sería un champurrado ecléctico.
Un cuestionamiento previsible sería de carácter administrativo. La gobernanza institucional del fondo es clave para legitimar la iniciativa. Existen múltiples formas de estructuración directiva, desde una administración del Banco de México hasta esquemas mixtos que incluyan a terceros o al Gobierno, y cuiden la alineación de incentivos y minimicen conflictos de interés. Un tema más abierto a discusión sería el régimen de inversión. Por ejemplo, algunos fondos tienen mandatado desinvertir en carbón o priorizar sectores estratégicos.
En cualquier caso, aprender sobre la marcha, y tolerar riesgo político y de mercado es inherente a cualquier fondo de riqueza soberana exitoso. Podría argumentarse que, por escala y planeación, algunos recursos encontrarían fines más eficientes que puestos en manos gubernamentales o privadas cortoplacistas. Cabe añadir que en la gran mayoría de inversiones el fondo soberano actuaría como inversionista pasivo, es decir más como acompañante que líder. Su meta final es elegir bien a partir de una debida diligencia, y un mandato claro de inversión para generar rendimientos al Estado y bienestar a la gente, no la producción per se.
Las ventajas de un fondo bien administrado serían variopintas. Además de las identificadas líneas arriba, darían oportunidad al Estado de participar en sectores y empresas emergentes con necesidades de capital paciente. Además, dotaría armas de negociación geopolítica hoy faltantes. También relajaría las restricciones de los presupuestos federales, que no están diseñados para horizontes multianuales, y podría mitigar la vulnerabilidad a los ciclos económicos—en particular, los importados del norte. Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía, lo resume bien: "Los fondos soberanos son un puente entre el presente y el futuro. Permiten convertir riqueza efímera, como la de los recursos no renovables, en prosperidad duradera".
Es hora de dejar atrás la timidez fiscal. La influencia neoliberal por geografía y “ajustes estructurales” impuestos del exterior perdura por temores y prejuicios. Pensar una política económica libre de encajonamientos toma tiempo, pero se empieza por un trazado de horizonte que sirva para caminar, como alentaba Galeano.
México necesita un fondo soberano de grueso calibre. Restaría dependencia del T-MEC y podría dar usos más productivos a las reservas. Sería artillería pesada contra la trampa de ingreso medio que limita el potencial transformador del país. La pregunta no es si podemos permitírnoslo, sino si podemos permitirnos no hacerlo. Basta de pistolitas, es hora de una bazuca.
Los contenidos, expresiones u opiniones vertidos en este espacio son responsabilidad única de los autores, por lo que SinEmbargo.mx no se hace responsable de los mismos.
más leídas
más leídas
opinión
opinión
destacadas
destacadas
Galileo
Galileo