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Ricardo Ravelo

15/12/2017 - 12:05 am

Cárteles, dueños del país

En la primera década de este siglo, el Cártel de Sinaloa comenzó su expansión y consolidación como la organización criminal más poderosa del planeta. Dos sexenios panistas le bastaron al capo Joaquín Guzmán Loera y a sus socios para convertirse en los más influyentes narcotraficantes de los últimos

De acuerdo con un análisis de la agencia Stratfor, “la balcanización de los cárteles de la droga en México ha incrementado los niveles de violencia, tal y como ocurrió en 2016”. Gráfico: SinEmbargo

En la primera década de este siglo, el Cártel de Sinaloa comenzó su expansión y consolidación como la organización criminal más poderosa del planeta. Dos sexenios panistas le bastaron al capo Joaquín Guzmán Loera y a sus socios para convertirse en los más influyentes narcotraficantes de los últimos tiempos.

Sinaloa sólo competía con el Cártel del Golfo, uno de los más viejos que operan en México. Paralelamente, ambos grupos criminales competían con el Cártel de Juárez, afianzado con el poder de los hermanos Carrillo Fuentes, pero esta organización vino a menos tras la muerte de "El Señor de los cielos" y el encarcelamiento de Vicente Carrillo, quien antes de su captura vivía tranquilamente en Lerdo, Durango, al amparo de grupos panistas.

Durante el sexenio de Felipe Calderón –con quien comenzó a recrudecerse la violencia en el país por los yerros y desatinos de su guerra  --Juan José Esparragoza Moreno, "El Azul" –quizá uno de los capos más hábiles y escurridizos que ha existido –propuso a sus socios sinaloenses crear una Federación de Cárteles. Su objetivo, se dijo entonces, era abatir la violencia exasperada que perturbaba el negocio del tráfico de drogas.

Así comenzó un largo proceso de negociaciones entre grupos antagónicos. Sinaloa se acercó a los del Golfo, sus acérrimos e históricos rivales, para proponer una tregua, primero, y una alianza, después. La propuesta no fue mal vista. Quizá apoyados por uno o varios resortes institucionales, el Cártel de Sinaloa trabajaba en la pacificación del país mediante negociaciones con sus rivales.

La idea no era descabellada. Y el gobierno sabía que la única forma de alcanzar la hipotética paz social era dejando al Cártel de Sinaloa tejer fino con otros grupos. Y en estos terrenos movedizos, Esparragoza Moreno se movía como pez en el agua.

El proyecto avanzó. Apoyado en ese tiempo por Ignacio Nacho Coronel, abatido después por la Marina, "El Azul" realizó varias cumbres en Tamaulipas. Habló con los jefes del Cártel del Golfo y sentó a Heriberto Lazcano Lazcano, "El Lazca", jefe de Los Zetas, para negociar. Los del Golfo aceptaron la oferta. "Los Zetas", en cambio, se levantaron de la mesa de diálogo y convocaron a una reunión en un campo deportivo de Nuevo Laredo para discutir, democráticamente, si era o no conveniente unirse a Sinaloa.

A ese capo deportivo acudieron todas las estacas de Los Zetas, es decir, todas las células que operaban en una veintena de entidades. Después de una larga discusión, Los Zetas, cual sindicato de obreros revolucionarios, decidieron que no se sumarían al Cártel de Sinaloa y que lo más conveniente era separarse del Cártel que los fundó.

Así fue como ocurrió una de las rupturas más drásticas de los últimos tiempos, se fracturaba un grupo criminal sólido, el Cártel del Golfo y su brazo armado se dividían no sin enfrentarse y provocar una guerra sin cuartel que en Tamaulipas, Coahuila y Nuevo León generó verdaderos baños de sangre.

Así fue como Los Zetas –quizá el grupo más beligerante de los últimos tiempos –se convirtió en cártel y emprendió la conquista de más territorios. Actualmente tiene presencia en veinte estados.

Ante la captura y extradición de Joaquín Guzmán Loera, la muerte de otros capos importantes, en Sinaloa se abrieron los caminos de la guerra. Familiares de Guzmán Loera se empezaron a matar por el control del cártel y otros grupos, sedientos de poder, como el Cártel de Jalisco Nueva Generación (CJNG) aprovechó la debilidad de estos grupos en disputa para afincarse en los territorios que actualmente no tienen un control absoluto.

Es el caso de Sinaloa, Guerrero y Veracruz. En este último estado el CJNG arribó en el último año del gobierno de Javier Duarte. En ese tiempo ya tenían presencia en Tabasco y en el sur de Veracruz, combatían con lo que quedaba de Los Zetas –amos y señores de ese estado en otros tiempos –y se enfrentaron a la organización Nueva Generación. Hasta la fecha la guerra sigue en Veracruz frente a un gobierno panista que ya fue rebasado.

En los últimos cinco años, el CJNG es el que más ha crecido. Nació en Jalisco, donde opera con toda la impunidad por parte del gobierno de Aristóteles Sandoval –tiene una historia plagada de claroscuros –y ahora domina unos 17 estados de la República.

Bajo el mando de Nemesio Oceguera, quien es nativo de Michoacán, el CJNG consolidó su mercado en Estados Unidos. También en Europa y ahora incursiona en Asia. Exporta cocaína y, sobre todo, drogas de diseño. También explota los secuestros y su abanico de actividades criminales, cual empresa boyante, se explaya por doquier.

Desde que la violencia se recrudeció y alcanzó niveles de guerra –y no solamente por la presencia militar en el combate a este flagelo –en México todos nos preguntamos por qué la violencia no cesa en México. Hay muchas respuestas. Lo cierto es que ningún gobierno ha diseñado una estrategia integral y, al no existir, los niveles de impunidad siguen creciendo a niveles de escándalo.

La corrupción de los grupos criminales está más desatada que nunca, opera sin dique alguno que la contenga, lo que ha debilitado a las instituciones que no terminan se fortalecerse. La corrupción lo impide y las vuelve vulnerables y las hace ver atrofiadas frente a la violencia desenfrenada de los cárteles.

Pero existen otras causas que también vale la pena revisar: la pulverización de los grupos criminales. Frente al viejo anhelo del Cártel de Sinaloa de consolidar una Federación de narcotraficantes y con ello disminuir la violencia, lo que ha ocurrido en el país es que todos los cárteles se han dividido, se han atomizado y han surgido decenas y decenas de ramajes criminales por todas partes, células que tienen capacidad de generar tanta violencia como para poner en riesgo la gobernabilidad de cualquier entidad federativa.

De acuerdo con un análisis de la agencia Stratfor, “la balcanización de los cárteles de la droga en México ha incrementado los niveles de violencia, tal y como ocurrió en 2016”.

En un análisis de esta realidad –la pesadilla mexicana –la agencia también considera que otra severa limitación de la capacidad del gobierno mexicano para alcanzar algún tipo de acuerdo con los cárteles es que el panorama del cártel ha cambiado drásticamente.

Y explica: “Dos grupos principales (Guadalajara y Golfo) controlaron la mayoría del tráfico de drogas en México en los años ochenta. Incluso hace una década sólo había un puñado de grupos que controlaban la mayor parte de la actividad. Pero hoy las luchas intestinas causadas por la codicia y la sospecha, así como la decapitación causada por el arresto y/o asesinato de líderes del narcotráfico, ha llevado a la balcanización de los cárteles en México”.

Esta es la opinión de Scott Stewart, vicepresidente de análisis táctico de la agencia Stratfor. El añade que el gobierno mexicano no sólo parece sino que está rebasado ante esta violencia cada vez más severa y resulta evidente que el gobierno carece de una estrategia ni siquiera para llevar a cabo una negociación.

La realidad devora al país por más de una razón. En lugar de una Federación monolítica como Sinaloa, docenas de grupos de la delincuencia organizada se han fragmentado. Del mismo modo, lo que era el Cártel del Golfo es actualmente una constelación de bandas geográficas que a menudo están en desacuerdo y en la guerra permanente.

Incluso si el gobierno mexicano quisiera llevar a cano acuerdos para poner fin a la violencia e incluso si cada grupo en esta serie de bandas criminales estuviera dispuesto a recibir tal oferta, sería imposible llegar a algún tipo de acuerdo de paz integral con muchas partes, explica Stewart.

El escalamiento de la violencia no es nuevo, dice. Los homicidios vienen aumentando desde hace aproximadamente tres años por distintos factores: desde la creciente conflictividad social en el país –que ha dispersado las fuerzas del gobierno federal –hasta el auge que ha cobrado el robo de combustibles, un negocio al que no son ajenos ni políticos ni militares ni policías.

Según Stratfor, una causa que ha detonado la violencia de alto impacto en México es la expansión del CJNG. El repunte de las ejecuciones en Tamaulipas y Sinaloa –por citar sólo dos estados atenazados por la criminalidad –es que el CJNG ha incursionado a sangre y fuego a esos territorios.

Otra razón es la división de los cárteles, su descontrol en todo el territorio, la corrupción, la ausencia de una estrategia clara y de un proyecto policiaco integral. De ahí que el gobierno de Enrique Peña Nieto no tenga más alternativa que seguir militarizando el país, ahora con una mayor presencia de las fuerzas armadas, quienes tendrán más poder y atribuciones. La Ley de Seguridad Interior terminará por armar con mayor poder tanto a militares como a los marinos, a pesar de que dicen ya estar agotados de casi doce años combate contra los grupos criminales.

Según Emilio Gamboa –el trapecista del PRI en el Congreso, pues brinca de cámara en cámara cada sexenio o mínimo cada tres años –la aprobación de la Ley de Seguridad Interior no derivará en una mayor militarización del país. Pero todo está por verse, ya que de no ser así el país quedaría a expensas de los criminales, pues el 80 por ciento de los policías mexicanos operan ligados con las bandas del crimen organizado.

Y, peor aún, muchos gobernadores han pactado con el narcotráfico y gobiernan amasando fortuna y de espaldas a la guerra criminal que destroza todos los días un pedazo de país.

 

Ricardo Ravelo
Ricardo Ravelo Galó es periodista desde hace 30 años y se ha especializado en temas relacionados con el crimen organizado y la seguridad nacional. Fue premio nacional de periodismo en 2008 por sus reportajes sobre narcotráfico en el semanario Proceso, donde cubrió la fuente policiaca durante quince años. En 2013 recibió el premio Rodolfo Walsh durante la Semana Negra de Guijón, España, por su libro de no ficción Narcomex. Es autor, entre otros libros, de Los Narcoabogados, Osiel: vida y tragedia de un capo, Los Zetas: la franquicia criminal y En manos del narco.

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