Óscar de la Borbolla
04/12/2017 - 12:00 am
El nombre de los días
Incluso, extremando este planteamiento, ni siquiera existen propiamente los días; son designaciones que nos han parecido apropiadas para armar unidades que contengan horas diurnas y horas nocturnas en el continuo indiferenciado del tiempo.
Los días son, sin más, paquetes de horas que pasan, que se van. En nuestro ánimo -siempre dispuesto a singularizarlo todo- les hemos puesto nombres y los hemos agrupado en series a las que llamamos semanas. Así los distinguimos y hasta hemos podido asignarles diferentes tareas que nos permiten reconocerlos: no son lo mismo los jueves que los domingos ni los sábados que los viernes. Sin embargo, insisto, todos los días son iguales: son meros paquetes que miden 24 horas.
Incluso, extremando este planteamiento, ni siquiera existen propiamente los días; son designaciones que nos han parecido apropiadas para armar unidades que contengan horas diurnas y horas nocturnas en el continuo indiferenciado del tiempo.
Los días van llenándose de acontecimientos: suceden muchas cosas en un día y, en ocasiones, pasa algo significativo: uno conoce a una persona o pierde a un ser querido, nos ocurre un accidente o nace alguien que nos importa. Entonces se establecen fechas inolvidables, cada quien va fijando su propio calendario afectivo. Para mí los 24 de febrero, los 20 de marzo, los 8 de julio, los 18 de enero son fechas decisivas. Fechas que se me han tatuado para siempre en el alma.
Cada quien tendrá su propio calendario con sus fechas alegres o siniestras. Para cada quien un día, que le había venido pareciendo inocuo, se convierte en el mejor o en el peor de los días para el resto de su vida.
Somos los seres del sentido, y por ello hasta sobre el indefinible cuerpo del tiempo hemos dejado caer nuestras redes simbólicas, y por nombrarlo nos movemos en él como si supiéramos, como si fuera nuestra casa. No entendemos qué sea, pero fijamos citas que llegan sin que tengamos que hacer nada salvo acudir y, aunque nosotros no nos presentemos, el tiempo llega, como dice el lugar común: inexorablemente.
Y entre los días hay uno que tiene su hora y su minuto y su segundo irrebasable para cada uno de nosotros: ese instante en el que desertaremos del tiempo sin haberlo entendido, habiéndolo desperdiciado o aprovechado, da igual. Un día que no sabemos ni sabremos ni recordaremos. Un día, como todos los otros, a partir del cual el tiempo seguirá sin nosotros.
Un día en el que ya no podremos decir buenos días, pásame el salero, qué calor hace, ni qué vamos a hacer hoy, pues ese hoy ya jamás será nuestro de nuevo. Hoy, sin embargo, Buenos días a todos, a todos aquellos que siguen aquí hoy, en este día.
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