En el movimiento de la CNTE, el que más ha presionado al gobierno para revertir una reforma –la Educativa–, las mujeres son más. Hay ocho mil maestras en tanto que los maestros son seis mil. Pese a la estadística, su representación en los comités directivos de la coordinadora es mínima. Su rol no dista de las labores tradicionales en los pueblos de México: preparar la comida y organizar los centros de acopio, sin que ello las exima de participar, como cualquier hombre, en las manifestaciones callejeras por violentas que resulten. No son compañeras silenciosas, pero tampoco cuentan con notoriedad. Ellas no muestran gran preocupación por su circunstancia porque piensan que la prioridad es otra: cuál será el acuerdo sobre la enseñanza de los niños pobres de México.
Ciudad de México, 16 de octubre (SinEmbargo).– La única linterna en el campamento de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) es el cuarto menguante de la luna. Es la noche del jueves 12 de septiembre de 2013 en el Zócalo de la Ciudad de México y a fuerza de repetición, el vuelo de los helicópteros de la Secretaría de Seguridad Pública capitalina, ha adquirido ritmo. El miedo se reparte como las decenas de miles de cobijas.
Hay otro sonido en el aire: los hervores de las ennegrecidas ollas de peltre. Medio llenar, caldo de frijol o pollo, rígido peltre, sus tapas son bailarinas en la noche. Junto a los fogones, sólo hay mujeres. El cansancio del cúmulo de 21 marchas, como tren desbocado, arrastró a los hombres hacia un sueño de ronquidos.
Los números se humanizan. El último informe del Consejo Nacional de Población, de 2008, arrojó que 61% de quienes imparten clases en México está integrado por mujeres, casi un millón 60 mil. En la CNTE, según cifras de la propia organización, en el 2013 hay ocho mil maestras, mientras que los hombres son seis mil. No es raro que mujeres solteras, casadas o madres realicen la guardia. Y que el susurro de niños menores de dos años se vuelva, poco a poco, elemento del paisaje. O su llanto. O su risa.
Hay preguntas que sobran. Hay ideas que llegan, pero se escapan porque no resultan urgentes. Un solo ejemplo: ¿Por qué el rol de las mujeres no ha cambiado en el movimiento social que más ha presionado al gobierno federal para que revierta una legislación?
Esta idea suya la fabricó en el cuarto donde vive. Ese cuarto suyo está en la escuela donde trabaja. Esa escuela de Zaira está en una comunidad de Ejutla de Crespo, cerca de Valles Centrales, a donde el camino de terracería lleva una vez por semana a una combi en un llamado “viaje especial”. Si se quisiera emprender el camino a pie, desde la cabecera municipal, se necesitarían tres horas. Los niños caminan menos: una hora o una hora y media. Es que allá, las casas fueron aventadas por alguien al azar: quedaron entre los cerros, en la punta o en las faldas; una muy lejos de la otra, y en medio, la primaria.
Hay preguntas que sobran porque en la Ciudad de México, para los maestros, el de ayer no fue un día bueno. El plan de la manifestación tenía como meta la residencia oficial de Los Pinos para pedirle al Presidente Enrique Peña Nieto que no levante este campamento del Zócalo, opuesto a la Reforma Educativa. Ahora, es probable que esa marcha se inscriba como una de las más violentas. A la altura de El Caballito de Sebastián, en Reforma, el grupo que se hace llamar “anarquista” atacó a los policías del Gobierno del Distrito Federal con palos y piedras. La culpa cayó sobre los maestros. Es muy probable que se le compare –a ese día- con los transcurridos en Oaxaca en 2006, durante la resistencia de la CNTE y la APPO. Ayer, treinta embozados resistieron. Diez policías acabaron con heridas en la cabeza. Como suele ocurrir, los hombres quedaron al frente. Las mujeres, en medio de todo. La historia volvió a contarse de la misma forma que muchos otros días. El signo del género impregnó al movimiento: “Fueron los maestros”, "fueron los maestros", "los maestros hicieron todo eso", se dijo. Acaso fue cierto. Acaso no. Pero fue como si ellas no hubieran estado.
Bajo las casas de campaña, el susurro femenino acepta hablar de esas marchas, esas caminatas, esos enfrentamientos, esas protestas y esos desdenes. Zaira Juárez no es nueva en el movimiento. En el 2006 estuvo en Oaxaca y caminó desde su comunidad hasta el Distrito Federal. Hoy puede hacer en el aire de la zozobra un diagnóstico: “Cuando hay un enfrentamiento, los policías van detrás de los compañeros. Sí, de los hombres. Ayer nos quedamos mirando a ver qué pasaba. A nosotros no nos hicieron nada. Iban contra los compañeros. Porque a nosotros no nos ven. Yo creo que sí somos invisibles. O a lo mejor no les gusta vernos. Quién sabe”.
Pereda Alonso es especialista en género y además, formadora de profesores. Su última investigación publicada fue “El estado del conocimiento de la investigación sobre violencia de género y violencia en contra de las mujeres en el ámbito educativo”.
Han pasado dos días desde que el viernes 13 de septiembre, el plantón de la CNTE, instalado en el Zócalo, fue levantado bajo la presión de gases lacrimógenos y una corretiza de cuatro horas. Tanto el gobierno federal como el del Distrito Federal pusieron un ultimátum: a las 16:00 horas no debería quedar nadie ni nada en la plaza principal del país. Se requería un espacio limpio para que el Presidente Enrique Peña Nieto diera el Grito de Independencia, el primero de su sexenio.
Los maestros se han ido al Monumento a la Revolución. Algunas mujeres regresaron a sus casas en Oaxaca, Michoacán o Guerrero. Fueron a ver a sus hijos. También a reunir dinero para su causa. Han empeñado la palabra en un regreso. Acá, pese al fantasma de la amenaza, las manifestaciones no han parado. Ni la polarización. Al movimiento de la CNTE se le aprueba o rechaza. En la balanza de ambos extremos, reciben víveres, ropa y zapatos que forman rígidas montañas sobre el asfalto; o les entregan epítetos como “huevones”, “malparidos”, “mantenidos”, "putos" ... Acá, los maestros están enfrentados a la acusación de haberles provocado serias pérdidas económicas a los comerciantes del Centro Histórico.
La investigadora rehace la cuestión: “¿Qué ocurriría si todo esto cayera, de repente, sobre las mujeres? Si dijéramos: Ahí vienen las maestras a interrumpir el tránsito”. Ella misma responde: “Se estaría confrontando la idea que tenemos de ellas. La idea de que son abnegadas, entregadas y sacrificadas. La idea de que son las segundas mamás y no deben abandonar el hogar para irse a un movimiento”. Una de las respuestas probables sería que las maestras han abandonado a los niños (como ahora se dice de los maestros en general). Y serían culpables. Pero ellas, por doble partida.
Hay una relación con el poder entablada con dificultad. La invisibilidad de las maestras en la CNTE es resultado de ello. Si el rojo fuera el color de los hombres y el rosa el de las mujeres, esta investigadora enrojecería la cúspide del escalafón del magisterio. “El nivel más bajo en el sistema educativo está ocupado por mujeres. Esto ocurre en Preescolar y Primaria. A medida que subes en el nivel educativo (Secundaria, Preparatoria o Universidad), esta relación cambia y empiezan a aparecer más varones. Lo curioso es que, en una profesión ejercida más por mujeres, los polos de conducción estén ocupados por hombres”.
La CNTE fue fundada en la primera asamblea nacional de Trabajadores de la Educación y Organizaciones Democráticas del Sindicato, en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, en 1979. Desde entonces, se convirtió en la disidencia magisterial más notoria, tanto del gobierno como del propio sindicato. En 1989, se opuso con marchas y plantones en la Ciudad de México al nombramiento de Elba Esther Gordillo en la dirigencia magisterial, hoy defenestrada y en la cárcel.
En la historia oficial de la Coordinadora, las mujeres son mencionadas de pasada: los escasos estudios sobre ellas se limitan a decir que son más y que en los plantones se han concentrado en las labores domésticas, a la vez que participan en las marchas, como cualquier hombre. No hay muchos investigadores que deseen hablar de ellas desde la academia. Representan un fenómeno poco estudiado, diluido, casi inexistente, que está sin estar.
Su representación ha sido casi nula. A diferencia del SNTE, la Coordinadora no tiene líder ni comité nacional, sino dirigencias colegiadas en cada estado. En estos órganos, el promedio es de dos mujeres por diez hombres. Por ejemplo, el comité seccional de la 22, el primero en llegar al Zócalo para protestar por la reforma educativa y el que ha dialogado con el gobierno en mesas de trabajo, tiene diez integrantes. Sólo dos son mujeres.
La CNTE está en todo el país, pero es más fuerte en Guerrero, Michoacán y Oaxaca. En esos estados, sobreviven los regímenes de usos y costumbres. Marlene, de 22 años, de Valles Centrales, Oaxaca, exclama que no resulta extraño que las mujeres cocinen en este campamento. “Los roles son los mismos en la batalla que en el pueblo”, dice y suelta una carcajada que se extiende en la oscuridad y que ni el viento de la madrugada es capaz de callar.
Nada las exime del mismo temor de los hombres. Este es uno de esos momentos. En el Zócalo, todo se reduce a esperar porque se desconoce cuándo, el cuerpo de Granaderos llegará para levantar todo este plantón de 40 mil personas.
Acaso por eso, se puede hablar de mucho y preguntar de todo:
-¿Dan ganas de llorar?
-Bueno sí, digamos -relata Zaira y levanta la mirada como si buscara a la luna-. Pero de impotencia. De pensar hasta dónde pueden llegar todos los intereses.
–¿Y el periodo? ¿Cómo se lleva el periodo menstrual en una batalla como esta?
Marlene habla:
–Así, como agarre. Ir a la tienda. Gastar lo que no tienes. Cambiarte en casa prestada. Aceptar a que te digan que no. Luego cobran cinco pesos. En la Comercial Mexicana cobran tres pesos, pero la mayoría cobra cinco pesos. Si vamos unas cinco veces al baño ya son 25 pesos. Gastamos más en ir al baño que en comer. Eso, a veces.
Completa que en esos días, “las batallas son más difíciles”.
Zaira, sentada sobre el suelo, con las manos sobre las rodillas, dice con un movimiento de cabeza que todo es verdad.
Esta noche, el Zócalo parece uno de esos pueblos de México en los que las mujeres se quedaron solas por culpa de la migración o por culpa del abandono: de mujeres preparando caldo de pollo y frijoles, de mujeres cepillándose el cabello, de mujeres cuidando niños, de mujeres haciendo recomendaciones pertinentes, de mujeres buscando soluciones.
Zaira es de ojos grandes y es la que más habla. Cuenta que ha extendido el mensaje de no beber muchos líquidos porque faltan baños. Luego, proyecta un reconocimiento al futuro: la deshidratación y las infecciones urinarias son las enfermedades que se quedarán como recuerdos en los cuerpos femeninos después del plantón de 2013.
Frente a ella, Marlene no es tímida y logra que la conversación gire, como en partido de esgrima. Suelta y declara que el amor es incompatible con el movimiento de la CNTE. “Sí, dejé novio. Él está en oposición a esto. No, no está de acuerdo con lo que se hace. Está muy en contra. Le he tratado de explicar que no nada más nosotros queremos tener beneficios. He escuchado la opinión de él. Pero mi batalla es que él también me oiga a mí”.
–¿Y tú, Zaira? ¿Y tus hijos? ¿Y tu esposo?
–No tengo hijos. Mi esposo se quedó en Oaxaca. Me apoya como puede. A querer o no, lo que importa ahora es el movimiento.
Marlene dice con un movimiento de cabeza que todo es verdad.
Es viernes 13 de septiembre. Las mujeres han salido antes que los hombres del plantón del Zócalo capitalino porque el cuerpo de Granaderos está por tomar la plaza. Es una estrategia bajo acuerdo. Hay que seguirla con disciplina. En las últimas cinco asambleas de la CNTE, efectuadas en el edificio del Sindicato Mexicano de Electricistas, se acordó que así sería de ahora en adelante. La decisión está basada en la experiencia fallida de 2006, cuando todos se fueron al mismo tiempo y nadie encontró protección y algunos, la muerte.
A las cinco de la tarde, la estrategia se desmoronará. Un grupo de granaderos encapsulará a unas 40 mujeres entre las calles 16 de septiembre y el Eje Central. Caminaban rumbo al Monumento a la Revolución, donde sería instalado el nuevo campamento, pero fueron detenidas. El director del Colectivo Contra la Tortura y la Impunidad (CCTI), Javier Enríquez, dirá que, basado en experiencias anteriores, la probabilidad es que las maestras sean trasladadas en pequeños grupos hacia delegaciones alejadas del Centro Histórico como Cuajimalpa o Milpa Alta. No ocurrirá. Una hora y media después, las maestras serán libres. Después, este texto obtendrá el relato de cómo pasó todo en la voz de Irma, de Lázaro Cárdenas, Michoacán. Ella dirá con voz quebrada y de corrido que las obligaron a sentarse en la banqueta y a cualquier estirón de piernas, podían ver llegar, desde muy arriba, una macana que aterrizaba sobre sus pies. Ninguna protestó. Nadie usó el celular. La paciencia fue la bandera. Había un abrigo común: la firme creencia de que ser invisible, a veces, es la mejor coraza.
La confusión del desalojo pasará. El 15 de septiembre todo volverá a empezar: en el nuevo campamento del Monumento a la Revolución, extendido en casi 17 kilómetros, las mujeres organizarán centros de acopio de zapatos y ropa limpia. Los montones de cosas, sobre el asfalto, parecerán invencibles cerros de tierra y polvo. Otras comisiones, cada amanecer, irán al mercado de La Merced y acarrearán pollo y frijol. Algo de verduras. Las ollas han sido lavadas. Hay carbón suficiente. Se anuncian otras noches.
Los maestros no se han ido de la Ciudad de México a pesar que ya es 14 de octubre y apenas el 6, después de 12 horas de asamblea, la sección XXII había aceptado retirar el plantón. Pero la protesta de los maestros del sur ha encontrado eco en las entidades norteñas: al Monumento a la Revolución esta noche han llegado docentes de Baja California, Jalisco, Nayarit y Sinaloa.
Charo Choncoa, una mujer que permanece de guardia, de Tehuipango, Veracruz, informa que hubo una confusión: el plantón se quedará en forma indefinida y no es que haya acuerdo para levantarlo, sino que quienes se han ido, lo hicieron para hacer brigadas y recoger fondos. Dice que algunos maestros de Oaxaca han cedido al temor de quedarse sin empleo, tras las declaraciones del Gobernador del estado, Gabino Cué.
Hay un nuevo plantón. Quizá renovado. Así lo describe Charo Choncoa mientras los números vuelven a humanizarse. En este paisaje remozado las mujeres son más, como al principio de todo. Las rutinas se repiten. Charo ha estado en la ciudad de México desde el 6 de septiembre. Esta noche hace un resumen de su participación: “Las mujeres también tenemos que entrarle a las guardias. Nos toca apoyar en todas las actividades. En las tomas de las embajadas y de las casetas. Y sí, también nos ha tocado quedarnos para cocinar para los compañeros”.
Alguna vez, hace veinte años, Tehuipango fue el municipio más pobre de México. Hoy, el Consejo Nacional para la Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) indica que es el undécimo, pero se mantiene a la cabeza en alcoholismo. Y la maestra Charo Choncoa, de 27 años, quien imparte las clases de Primaria en la comunidad de Loma Bonita, relata que los niños se mueren de padecimientos inexplicables, pero lo más seguro es que sea por la contaminación del agua. “Los dan por muerte natural cuando sabemos que es por enfermedades. Empiezan con un dolor de estómago. Luego, viene lo que viene. Se mueren, pues. Y es que consumen el agua que está acumulada en piletas”.
Su relato se torna generoso: “Mis alumnos se están durmiendo en el salón. Faltan muchos durante un mes. Tienen que caminar distancias largas. Hace frío del que parte la cara. Estamos debajo de los 10 grados a diario. Incluso cuando hace sol, el viento es muy frío”.
Cuando piensa en que las mujeres no han perdido su rol tradicional, aun en la batalla, expresa que ello es importante para debatirlo en el futuro. Ahora mismo y según ella: “Urge aclarar cómo vamos a seguir enseñándole a esos niños. A los pobres, pues”.