PLAYA PALMERA: ADIÓS DISCRIMINACIÓN

12/11/2011 - 12:00 am

¿Usted conoce la playa de Zipolite? Si no es así debería. Casi cualquier catálogo turista del estado de Oaxaca tiene una referencia a este lugar. De arenas doradas y aguas temperamentales, es una joya del Pacífico que hasta hace poco atraía a los viajeros que buscaban una de las pocas playas nudistas de México.

En la década de los 70, este sitio, entonces prácticamente virgen, atrajo con su magia a los extranjeros que buscaban en su lejanía, libertad y exotismo. Era la época en que la frase “haz el amor y no la guerra”, inundaba la mente de la mayoría de los turistas que llegaban desde todo el mundo a los rincones inexplorados de México.

Diversión, aventura y evasión era la fórmula buscada y encontrada… y ciertamente, muchos de los que llegaron, nunca más se fueron, porque toda una generación, que quería olvidar los problemas del mundo de la postguerra, encontró en Zipolite una puerta abierta al paraíso.

Pero dicen que en toda regla siempre hay una excepción: 15 años después de su gran apogeo entre los turistas hippies, a este paraje oaxaqueño llegó el norteamericano Frank Douglas, cuyos ojos no se posaron precisamente en la inmensidad de sus playas ni en las posibilidades de recreación que le ofrecía el paisaje desnudo de Zipolite.

Cuando llegó aquí en 1984, Douglas vio en cambio el olvido en el que la población de este apartado lugar estaba sumida. Él también quedó a su manera fascinado, y también llegó a esta playa para quedarse; y a pesar de su muerte repentina, apenas dos años después de su llegada, su obra sigue muy viva en esta zona de la costa de Oaxaca.

 

Vida y esperanza, en la playa de los muertos

En lengua zapoteca, Zipolite significa “playa de los muertos”, pues cuentan que hasta este lugar venían los indígenas de la región a depositar en los brazos del mar a sus difuntos.  Precisamente aquí, fue donde Douglas fundó “Piña Palmera”, un albergue destinado en sus inicios para personas con discapacidad y para niños abandonados, a veces, la mayoría de los casos, para situaciones donde se juntaban el abandono y la discapacidad, una como causa de la otra.

“Me llamo Alfredo Hernández Pérez y nací el 25 de agosto de 1982 en Comitán, Chiapas. Desde muy joven estuve en el hospital porque tenía epilepsia muy grave. Pero el hospital no me ayudó mucho, estaba desnutrido. Entonces algunas personas me llevaron a Piña Palmera en 1988. Me gustó mucho llegar ahí, me sentía mejor y feliz. Pero luego mis convulsiones fueron peores, mi condición se agravó y en 1998 estuve cerca de morir… pero sobreviví.”

El testimonio de Alfredo, que hoy, 22 años después de su llegada aún sigue viviendo en el albergue fundado por Douglas, ilustra con perfecta nitidez cuáles son los problemas que esta asociación sin ánimos de lucro ha venido realizando en una de las zonas más golpeadas por el olvido de esta región del pacífico mexicano.

Por tierra, Zipolite está a 16 horas de distancia de la Ciudad de México y a seis horas de la capital del Estado, Oaxaca. Es en estos lugares donde podría brindarse atención e información más especializada sobre las causas y los tratamientos necesarios para quienes padecen algún tipo de discapacidad, que las hay muchas, de muy distintos niveles, tipos y originadas por la misma diversidad de causas: desde un parto mal atendido, la desnutrición, la ingestión de químicos en los alimentos, o accidentes.

“Nosotros llevamos 27 años de trabajar en toda la zona de la costa y la sierra de Oaxaca con población que va desde recién nacidos hasta los 80 años. Aquí atendemos todo tipo de discapacidad, ya sea  intelectual o física (…) pero trabajamos de una forma muy diferente, porque en Piña Palmera no nos centramos solamente en la rehabilitación, ni en la ayuda asistencial (…) aquí buscamos soluciones integrales, trabajamos con quienes  tienen la discapacidad, pero también con sus familias y con sus comunidades” dice en entrevista con Proméxico  Flavia Anau, una de las coordinadoras generales de Piña Palmera.

Desde su fundación, alrededor de 5 mil personas de todas las edades, se han beneficiado de las labores que realiza Piña Palmera. En la actualidad, y gracias a la labor de 27 trabajadores, y apoyados por unos 15 voluntarios llegados de distintas partes del mundo, su influencia llega a más de 450 pobladores de la zona de la costa y la sierra de Oaxaca, 20% de los cuales son niños, 35% jóvenes, 35% adultos y 10% de ellos ancianos.

“Lo que hacemos aquí es un proceso de toda la vida y que va más allá del trabajo mecánico de terapias físicas o psicológicas; para nosotros, cada persona es un universo distinto y por eso atendemos su individualidad, pero a la vez sabemos que el entorno influye mucho en la situación social y médica, por eso intentamos hacer cambios estructurales, cambios de raíz, que se noten en la vida cotidiana de quienes apoyamos” afirma Anau.

 

Rehabilitación en comunidad…y al compás de la naturaleza

En Piña Palmera el enfoque médico es importante, pero no es el eje de su trabajo. Si cuando el norteamericano Frank Douglas fundó el albergue a mediados de los 80, pensándolo como un refugio interno, hoy la idea se ha expandido y ha crecido, igual que crece todo en estos parajes casi vírgenes del sureste mexicano.

“El nuestro es un lugar formado y deformado aquí; pensado y construido para sus necesidades. Nuestros techos son de palma y las paredes de barro, dibujadas con materiales nativos, rodeados de áreas verdes. El ambiente y el contexto fue hecho pensando en ellos, todo es accesible para todos, pero sin grandes tecnologías (…) lo que queremos es que quienes vienen aquí, se sientan como en su casa, porque somos una comunidad dentro de su comunidad, ni más ni menos”, asevera Flavia Anau.

Sin embargo, uno de los grandes logros de Piña Palmera estriba precisamente en que las personas que viven con una discapacidad en esta zona se benefician   del trabajo de intercambio entre personas con y  sin discapacidad

Aunque hay quienes –por la gravedad de su situación de discapacidad– viven permanentemente en el centro, estos ya son una minoría. Ahora es el equipo del  centro el que se traslada a sus comunidades, a sus casas, a las escuelas y a sus poblados para capacitar a las PCD y sus familias, y cuando alguien necesita de tratamientos médicos especializados, se les acompaña a la Ciudad de México o a la capital oaxaqueña.

En todas las actividades del centro participan familiares, amigos, maestros, personas con y sin discapacidad, promotores, voluntarios, hombres, mujeres, niños, adultos y ancianos. Todos se involucran en lo que a fin de cuentas, es un tema que es individual  y a la vez comunitario; porque cuando una persona tienen algún tipo de discapacidad, todo el entorno se verá afectado, pero la idea es precisamente, que sea el “entorno quien ayude a solucionarlo”, dice Anau:

“Nuestra lucha no es sólo a favor de la inclusión en el tema de la discapacidad, también queremos formar comunidades más solidarias, más informadas y más independientes. Cuando una persona con discapacidad se acerca a nosotros, nos interesa conocer cómo vive, qué factores pudieron haber influido en su discapacidad y tratar de solucionarla; formamos a la familia en la rehabilitación, visitamos las escuelas para que se abran a aceptar a estudiantes distintos, hacemos visible la discapacidad pero con un enfoque más integral, más humano, porque nuestra lucha también es en contra de la discriminación, que en un Estado como Oaxaca es (y siempre ha sido) muy fuerte”.

 

Diversidad y autosuficiencia: el verdadero paraíso

Llegar a la playa de Zipolite fue siempre una aventura para los turistas nacionales y extranjeros, el camino era difícil pero el resultado valía la pena: quienes lo conocen afirman que esta es –todavía hoy– una de las playas más bellas de México.

Pero no se trata de una belleza fácil, su geografía es engañosa y paradójica. Lo mismo ocurre en casi todo el estado de Oaxaca, que es uno de los tesoros del país, pero que esconde en sus entrañas, una gran complejidad social.

Investigaciones del Instituto Mexicano de Derechos Humanos y Democracia, publicadas a finales de 2009, describieron a Oaxaca como una de las entidades con más rezago en materia de discapacidad. De acuerdo con estos informes, apoyados en datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), 90% de los niños con discapacidad no vive más de 20 años, debido a la falta de atención adecuada.

Playa Palmera, ubicada en Zipolite, ha logrado desde su lejanía, transformar el paisaje social de sus pacientes, y revertir en cierta medida los índices de aislamiento de las personas con discapacidad, allanándoles el camino no solamente a quienes enfrentan los padecimientos, sino también y además, a las familias y a comunidades enteras de esta zona del Pacífico mexicano.

En este centro, niños como Alfredo, que llegaron hace más de 20 años a sus instalaciones, no sólo han logrado superar sus expectativas de vida, sino que han mejorado las condiciones en que sobrellevan discapacidades severas.

“Al menos en la costa y la sierra de Oaxaca las personas con discapacidad ya “son visibles” y no tienen que esconderse, algo que no ocurría antes. Muchos –alrededor de unos 60 niños– han sido incluidos y aceptados en escuelas  formales y  algunos de nuestros jóvenes han terminado la universidad (…) hasta tenemos a un terapeuta físico que hoy es parte de nuestro equipo, pero que llegó aquí hace años como usuario(…) el cambio ha sido paulatino, pero ya se nota: en las comunidades aproximadamente un 10% de las personas con discapacidad a quienes hemos atendido, ya han encontrado una actividad para incluirse en la sociedad”, dice Flavia Anau.

Si la discapacidad no desaparece, que desaparezca al menos la discriminación

Y no sólo eso. La influencia de Playa Palmera es sin duda creciente, y no se limita a su rincón paradisiaco: aquí llegan voluntarios de todo el mundo, a quienes sólo se les pide disponibilidad de seis meses y un manejo medio de español hablado.

Su personal imparte constantemente ponencias en universidades internacionales para compartir el modelo de trabajo, y gobiernos como el de Japón, Francia y Finlandia, han dado apoyos puntuales a su muy particular visión de la rehabilitación, insertada en la vida comunitaria.

A nivel nacional, otros Estados de la República Mexicana como Veracruz, Chiapas, Sinaloa o el Estado de México, ya han comenzado a pedir que el personal de Piña Palmera les ayude a replicar este modelo en sus propias regiones, porque aunque la discapacidad no es privativa ni de Oaxaca ni de las zonas marginadas, lo que sí es muy peculiar es la forma en que Piña Palmera ha decidido afrontar el problema.

Y su gran enemigo no es tanto aquello que causa la discapacidad, como la forma en que una sociedad reacciona ante las personas que viven  con la discapacidad. Por eso, las estrategias de Piña Palmera también apuntan a eliminar la gran barrera que separa a estos individuos de las personas  sin discapacidad

“Tenemos también un programa de radio semanal, que Mariano, uno de nuestros  integrantes del equipo,  que  es ciego, traduce al zapoteco para que la información pueda llegar incluso a quienes no hablan castellano. Hacemos radionovelas, programas y noticias que tienen que ver con los derechos humanos (…) porque uno de los grandes problemas alrededor de la discapacidad es precisamente la desinformación… la ignorancia”.

El presupuesto de Piña Palmera –afirma Flavia Anau– ronda aproximadamente los 3 millones y medio de pesos cada año. Y si la cantidad no es más elevada, es porque la mayor parte de sus terapias las realizan en el propio entorno que les ha regalado la naturaleza: el mar, la tierra fértil y firme, ríos y en medio de un clima generoso, aunque un poco extremo en temporadas de calor.

“Tenemos también talleres productivos. Talleres de distintos tipos que sirven de terapias ocupacionales y a la vez, nos ayudan a ser cada vez más autosustentables. Las personas con discapacidad y sus familias hacen artesanías, trabajos de carpintería, textiles y papel reciclado. En nuestra huerta producimos  algunos de nuestros alimentos, y en la pequeña tienda que instalamos, vendemos todos estos productos y otros que nos trae la gente de la región… así nos ayudamos todos”.

Desde hace años, un grupo de ex voluntarios de Suecia se ha organizado para reunir dinero en aquel país europeo y enviar cierta cantidad periódica a Piña Palmera, pero este monto apenas cubre 20% de las necesidades del centro.

“Por eso ahora queremos estrenar un programa parecido en México: que la gente pueda donar un mínimo de 100 pesos a nuestros programas. Somos una organización sin fines de lucro y deducibles de impuestos. Aquí las necesidades son muchas y crecientes, y queremos que más gente se involucre en este problema, que no es sólo de Oaxaca, sino de todos los que vivimos en México, tengamos o no una discapacidad”, expone la coordinadora de Piña Palmera.

A decir de Flavia Anau, los programas de apadrinamiento no son una opción para este centro, pues esto puede fomentar diferencias entre las mismas PCD que participan en las actividades, es decir, que algunos reciban más que otros, incluso dentro de una misma familia.

En cierto sentido –y de acuerdo a los parámetros de Piña Palmera– esto sería discriminatorio… y ya hemos dicho que en este paraje del bello Zipolite, la discriminación, ha sido expulsada de su particular paraíso.

 

No te fijes en lo que no puedo, sino en lo que soy capaz”.
Ezequio Ruiz  (paciente de Piña Palmera).

Cristina Ávila-Zesatti
Es periodista especializada en temas internacionales y en el llamado ‘Periodismo de Paz’. Fundadora y editora general del medio digital Corresponsal de Paz www.corresponsaldepaz.org
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