Alejandro Calvillo
22/03/2025 - 12:05 am
“Fabricación”, una historia de terror
Se reportó públicamente el fallecimiento de la señora Wallace unos días antes de que el libro llegara a librerías y de que la madre de una de las hijas de Hugo Alberto declarara en un consulado en los Estados Unidos que él la contactó mucho tiempo después de que se anunció su secuestro y asesinato.
El caso Wallace, descrito a profundidad por Ricardo Raphael en su libro Fabricación, es una historia de terror, de las que existen muchas en México, pero destaca porque ha sido muy bien documentada y narrada. Señalo que es una excelente narración, ya que aborda esa telaraña tan compleja de relaciones, sucesos e interferencias, y Raphael lo hace muy bien.
A lo largo del desarrollo del libro, vemos cómo se fabricó una realidad paralela utilizando la tortura como mecanismo central para obtener declaraciones bien dictadas por la propia señora Wallace. Ese asesinato y desaparición de su hijo, Hugo Alberto, aparece como una trama muy bien construida, un gran engaño para ocultar algo mayor que aún no se acaba de revelar, pero a lo que puede bien apuntar la investigación publicada. Como lo dice el autor, un delito fabricado suele ocultar un delito mayor, pero también puede convertirse en un delito mayor para proteger los propios intereses.
Las descripciones de las torturas a los inculpados, confirmadas la mayoría por peritos, buscaron construir una supuesta verdad, como la verdad histórica de Ayotzinapa, como la verdad mediática del caso Florence Cassez y otros casos más. Para entender cómo se logró, durante años, imponer esta farsa que ha dañado a decenas de personas —unas encarceladas, otras amenazadas, familiares de las víctimas dañadas en su reputación, sus ingresos, su trabajo—, hay que considerar el poder mediático de la señora Wallace, con su gran empresa de espectaculares en las principales vialidades de la Ciudad de México.
El libro Fabricación lleva en la portada la imagen, justamente, de uno de los múltiples espectaculares que la señora Wallace utilizó para poner el rostro de las mujeres y hombres que acusó públicamente de haber secuestrado y desaparecido a su hijo. La elección de esa imagen, de ese espectacular, para la portada del libro no es fortuita. Difícilmente esa campaña hubiera logrado la complicidad del poder judicial, de legisladores, de los medios de comunicación y del propio Presidente sin esos espectaculares. Los espectaculares fueron sentencias: se presentaban rostros y nombres de personas a quienes se les acusaba de ser secuestradores y asesinos; se ofrecían recompensas, como si se tratara de comunicados del Poder Judicial. Pero no eran mensajes del Poder Judicial, sino de una persona que había decidido, sin juicio, sin derecho a la defensa, que eran culpables. El daño a estas personas, a sus familias, será imborrable para ellas, así como el daño a muchos otros, como a la abogada que los defendió por años, a un bloguero que entrevistó a dos de las encarceladas y que decidió salir del país, a las mujeres que se relacionaron con su hijo Hugo Alberto, entre muchos otros.
La historia alcanza niveles de lo que podría pensarse como una exagerada fantasía de una serie policial televisiva. Costaría imaginar que una persona que llevó a la policía a obtener, por medio de torturas, declaraciones autoinculpatorias de un crimen que nunca existió, recibiera de manos del propio Presidente de la República el Premio Nacional de Derechos Humanos.
Los medios se encarnizaron contra los acusados que se habían fabricado, reprodujeron la versión fabricada de los hechos, repitieron la versión fabricada del secuestro y desmembramiento de Hugo Alberto. En el libro queda documentada la siembra de pruebas, las maniobras para que incluso la tortura llegara de forma bestial hasta las Islas Marías a una de las acusadas, que, de manera inexplicable, sin sentencia, fue enviada a esa cárcel. La lista de cómplices es larga: desde los agentes del Ministerio Público, abogados y medios de comunicación, hasta el Poder Legislativo y la propia Presidencia. Diversos periodistas, columnistas y medios no sólo difundieron esa versión bien fabricada, sino también la llamada versión histórica de Ayotzinapa y la televisiva de Florence Cassez.
Hugo Alberto contactó a varias de sus amistades después de “muerto”; se encontró con la madre de una de sus hijas, así como con la que se dice fue su mejor amiga. A pesar de estos testimonios, los acusados siguen en la cárcel; solamente una de ellas está en arresto domiciliario. Sus vidas y las de sus familias han sido profundamente afectadas: su salud, su economía, su tranquilidad.
Se reportó públicamente el fallecimiento de la señora Wallace unos días antes de que el libro llegara a librerías y de que la madre de una de las hijas de Hugo Alberto declarara en un consulado en los Estados Unidos que él la contactó mucho tiempo después de que se anunció su secuestro y asesinato.
Esta situación requiere una reparación del daño por parte del Estado mexicano, responsable de las atrocidades y daños provocados a tantas personas por la complicidad de las autoridades. Y que se esclarezca cuáles fueron las causas de toda esta fabricación, que trataba de ocultar. Ricardo Raphael da pistas importantes.
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