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Francisco Ortiz Pinchetti

21/03/2025 - 12:03 am

Se alquilan toros bravos

Por supuesto que los taurinos –ganaderos, toreros, subalternos, empresarios y demás—no se prestarán a esa “nueva modalidad”, que me recuerda cuando de niños jugábamos “al toro” con una sábana vieja como capote y un palo de escoba partido para simular los pitones. Se acabó el ya de por sí maltrecho y decadente espectáculo taurino en la capital mexicana, ni hablar. Creo que la fiesta taurina merecería un final más digno, carajo. Válgame.  

Se alquilan toros bravos.
Toros. Foto: Especial.

A la memoria de mi padre, el cronista taurino José Ortiz y Ortiz, “Don José”.

No se necesita ser aficionado a la fiesta taurina, pienso, para darse cuenta del lamentable mamotreto que resultó de las propuestas de Clara Brugada Molina avaladas por Claudia Sheinbaum Pardo y convertidas en Ley prácticamente por unanimidad por el Congreso de la Ciudad de México el martes anterior. 

Para evitar el costo político que implicaría una prohibición plena de ese espectáculo --que tiene 500 años de tradición en nuestro país y que sus detractores juzgan atroz--, como lo demandaba la iniciativa ciudadana firmada por 27 mil personas, las funcionarias y los legisladores optaron por evadir el bulto, y darle una larga afarolada al tema, para acabar por impulsar ellas y por aprobar ellos un galimatías que ante todo denota ignorancia.

Ignorancia supina, se dice, que resulta lamentable en ellas pero absolutamente imperdonable en sus supuestos “asesores”, que debieron tenerlos.

Y quedaron mal con todos.

El bodrio que engendraron supone un desconocimiento evidente de la naturaleza del toro de lidia, y de la esencia y tradición de la llamada fiesta brava. ¿En serio supondrán que con esta ley llamada de “corridas de toros sin sangre” habrá en adelante festejos “taurinos” bajo las normas establecidas en esa legislación?

"No se busca la desaparición de la tauromaquia, sino su evolución, para que la Plaza de Toros México se transforme en un espacio de cultura, arte y espectáculos (...) dejando atrás el sufrimiento animal, al tener corridas sin sangre", dijo muy ufano el congresista Víctor Hugo Romo, de Morena.

Estas son las normas del nuevo "espectáculo taurino libre de violencia": prohibición de la muerte del toro dentro y fuera de la plaza; los animales serán devueltos a su ganadería una vez concluido el espectáculo; protección de la integridad física de los toros, evitando maltratos antes, durante y después del evento; eliminación del uso de objetos punzantes como banderillas, espadas y lanzas, permitiendo sólo el uso del capote y la muleta, protección de los cuernos del toro, evitando daños a otros animales o personas, y  limitación del tiempo de la corrida, a 10 minutos por toro y seis toros por función. 

Imaginemos un espectáculo en la que no puedan utilizarse más que capotes y muletas y en el que los toros deberán tener protectores en los cuernos “para no dañar a ningún otro animal o persona”. Tal vez unos forros de cuero, o unas pelotas de hule en la punta de los cuernos. Y tras de corretear por el ruedo durante 10 minutos mientras los “toreros” juegan con ellos, deberán volver a su ganadería para vivir más felices que los mexicanos en tiempos de la cuatroté. ¿O acaso serán utilizados una y otra vez? Seguramente los promotores del mamotreto piensan que los toros pueden ser usados varias veces, como perros amaestrados. Y supondrán en consecuencia que los ganaderos podrán ahora dedicarse… ¡a rentar toros bravos!

Ignoran que el ganadero los cría y cuida con esmero durante cuatro o cinco años, para luego venderlos a una empresa y enviarlos a la plaza de toros. Ahora, cuando se los regresen, tendrá que mantenerlos durante siete, diez años más, sin ningún objeto ni utilidad, porque no podrán ser toreados nuevamente… lo cual ignoran también seguramente la Jefa de Gobierno, la Presidenta de la República, sus asesores y los legisladores que aprobaron el dictamen por 61 votos a uno.  

Los toros aprenden. Una vez lidiados se vuelven intoreables, porque evaden el engaño del capote o la muleta y atacan directamente al lidiador Ya se la saben, pues. Esta fue una de las primeras enseñanzas que recibí de Don José, mi inolvidable padre, que llegó a ser el decano de la crónica taurina en México, cuando me llevó literalmente de la mano a una plaza de toros. “En las ganaderías cuidan que ni siquiera de lejos vean un capote los toros”, me decía.

También ignoran que diversos estudios de veterinarios mexicanos y españoles, incluido entre éstos el titular de la plaza de Las Ventas, en Madrid, Juan Carlos Illera del Portal, han demostrado que cuando los toros sufren mayor estrés no es en la lidia, sino  durante su traslado de la dehesa a la plaza, por carretera, a veces durante 24 horas o más, en cajones individuales instalados en un camión. En el ruedo no sufren, pelean, en razón de su propia naturaleza. 

“El  toro de lidia es un animal especial endocrinológicamente hablando, ya que tiene una respuesta totalmente diferente a la de otras especies animales”, establece Illera del Portal en su tesis de doctorado. “Durante su lidia, los niveles hormonales del animal llegan a ser prácticamente normales, contrariamente a lo que ocurre durante su traslado, cuando sufren tres veces más estrés”, afirma el también director del Departamento de Fisiología Animal de la Facultad de Veterinaria de la Universidad Complutense de Madrid. (Ahora, en la capital mexicana los toros tendrán que viajar ¡de ida y vuelta!).

Lo que los antitaurinos y defensores de los animales pedían –y seguirán pidiendo, seguramente—es la abolición de las corridas de toros, no su mañosa conversión en un espectáculo bufo que resulta una burla a ellos y al público, y que ofende la dignidad de quienes se dedican a esa profesión, que para mí es absolutamente respetable.  

Los toreros toman bien en serio su actividad. Saben que se juegan la vida en el ruedo cada tarde. Sin eufemismos: los toros pegan cornadas y a veces matan. Vestir de luces es no sólo una tradición centenaria, sino un compromiso grave. Además de dominar la técnica, observan un ritual y normas muy estrictas, inviolables, amén de las supersticiones inherentes a su singular oficio.   

Por supuesto que los taurinos –ganaderos, toreros, subalternos, empresarios y demás—no se prestarán a esa “nueva modalidad”, que me recuerda cuando de niños jugábamos “al toro” con una sábana vieja como capote y un palo de escoba partido para simular los pitones. Se acabó el ya de por sí maltrecho y decadente espectáculo taurino en la capital mexicana, ni hablar. Creo que la fiesta taurina merecería un final más digno, carajo. Válgame.  

DE LA LIBRE-TA

FELIZ, FELIZ, FELIZ. Resulta que el pueblo mexicano, además de sabio e infalible, es irremediablemente feliz. Todo se le resbala. La inseguridad, los 70 asesinatos diarios, los 120 mil desaparecidos, la corrupción, las mentiras, la escasez de medicamentos, los paros magisteriales, la carestía, los caos viales cotidianos, la falta de transporte digno y suficiente. En medición de la ONU, México aparece como el décimo país más feliz del mundo. ¿Será? 

Francisco Ortiz Pinchetti
Fue reportero de Excélsior. Fundador del semanario Proceso, donde fue reportero, editor de asuntos especiales y codirector. Es director del periódico Libre en el Sur y del sitio www.libreenelsur.mx. Autor de De pueblo en pueblo (Océano, 2000) y coautor de El Fenómeno Fox (Planeta, 2001).

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