Rubén Martín
16/02/2025 - 12:03 am
La guerra perdida con Estados Unidos
Así es como perdimos esta guerra que ya inició, y que no necesariamente es comercial: volviéndonos un país subordinado y dependiente de Estados Unidos.
A pesar del repugnante discurso nacionalista, supremacista y racista que repite día tras día Donald Trump desde que asumió por segunda ocasión como Presidente de Estados Unidos, hay algo que debemos agradecerle: que habla sin tapujos sobre los intereses y objetivos expansionistas e imperialistas que tiene en su segundo mandado y que está empujando junto con su nuevo equipo de Gobierno y el conjunto de oligarcas que lo están acompañando en el poder.
Para la sociedad mexicana es mejor conocer los planes expansionistas e imperialistas del nuevo inquilino de la Casa Blanca que creer en los discursos supuestamente progresistas de los demócratas como Barak Obama que se encubrían con mensajes de supuesta amistad o de buenos vecinos, o el discurso liberal de Joe Biden de socios comerciales, cuando en la realidad han deportado a más mexicanos que los presidentes republicanos, al tiempo que mantienen los intereses hegemónicos en todo el mundo.
Por eso creo que el discurso descarnado y vulgar de Trump de estigmatizar a los migrantes como criminales y a sus “socios comerciales” como países que se aprovechan de Estados Unidos, le conviene a la sociedad mexicana y así prepararnos mejor para enfrentar lo que se avecina. Es una guerra, y no necesariamente comercial. Sino uno guerra imperialista. Esto porque el actual momento de conflicto con el Gobierno de Estados Unidos que encabeza Trump no es sólo para definir las relaciones comerciales, migratorias y de seguridad entre ambas naciones sino la redefinición de la subordinación y supeditación de México a Estados Unidos.
Como han señalado algunos analistas, como Carlos Heredia (profesor del CIDE), el actual conflicto no es sólo para definir en cuanto aumentan los aranceles sino para definir el espacio de seguridad y geoestratégico de EU que abarca desde Panamá y Colombia, hasta Groenlandia y al Ártico en el Norte, pasando por Canadá. Trump y el nuevo grupo gobernante (es decir, los megarricos que están gobernando en la nueva oligarquía estadounidense) van en serio en ese objetivo. Y en ese contexto, México ya perdió esa batalla, o esta guerra.
La prioridad geoestratégica de Estados Unidos en el segundo mandato de Trump fue establecida por el jefe del Pentágono, Pete Hegseth, en la sede de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) el pasado viernes 14 cuando declaró que su país enfrenta amenazas significativas más importantes y colocó como prioridad la seguridad de la frontera sur.
Vistas así las cosas, de poco o nada servirán las cartas que la Presidenta Claudia Sheinbaum Pardo le envíe a Trump para tratar de exponerle que no es buena idea imponer sanciones comerciales, o los intentos de explicación de Marcelo Ebrard para tratar de explicarle a su contraparte que imponer nuevas tarifas es un balazo en el pie para EU. No es así, los aranceles son apenas un arma en el repertorio de recursos de fuerza que tiene a su disposición Estados Unidos.
Y cuando muchos asumían que conceptos como imperio e imperialismo, colonialismo, o dependencia eran de un pasado que ya no existe, Donald Trump nos vuelve a recordar que el moderno sistema-mundial capitalista se ha construido sobre relaciones jerárquicas en las que los países centrales, obviamente con Estados Unidos a la cabeza como la actual potencia hegemónica, impone sus condiciones sobre los países periféricos.
Los principales estudiosos del capitalismo nos recuerdan que en éste, existe una división internacional del trabajo que explica los papeles diferenciados que los países juegan en la economía-mundo. La distinción es geográfica, pero también jerárquica en términos económicos, y asimétrica en términos políticos. Lo explicó claramente el gran intelectual estadounidense Immanuel Wallerstein: “Así pues, el capitalismo implica no sólo la expropiación de plusvalor producido por los trabajadores, sino también una apropiación del excedente de toda la economía-mundo por las áreas centrales. Y eso era tan cierto en la etapa del capitalismo agrario como en el capitalismo industrial”.
Y en las relaciones interestatales, México juega un papel periférico, es decir de supeditación y subordinación, a los intereses estratégicos de Estados Unidos y esta dependencia ahora vuelve a desnudarse por las amenazas de Donald Trump. No llegamos a esta situación de la nada. Llegamos aquí porque así lo han diseñado y pensado los grupos gobernantes de Estados Unidos apenas se consolidaron como nación.
Uno de estos políticos era William Henry Seward, Secretario de Estado de 1861 a 1869, un “fervoroso creyente en el destino manifiesto de Norteamérica”, y que en su periodo promovió varias anexiones, intervenciones y tratados de compraventa de territorios para la ascendente potencia. Este es un fragmento de los postulados de Seward: “Todas las naciones prósperas necesitan expandirse; esa expansión se hará, si es posible, hacia regiones adyacentes; en caso contrario, sobre territorios que, aunque distantes, ofrezcan menor resistencia” (escribió Fared Zakaria en 2000). En varias ocasiones “señaló como cosa inevitable la anexión de Alaska (en ese momento aún no se adquiría a Rusia), Canadá y México”. Era tal la confianza de este influyente político estadounidense en el destino manifiesto de su país que “dedicó serias consideraciones al emplazamiento de una nueva capital para el extenso y futuro imperio: así, decidió que la Ciudad de México era el lugar estratégicamente más indicado” (Fared Zakaria, 2000). Pero cuando la anexión forzosa o las compras no funcionaban a Seward se le ocurrió una idea genial: los tratados comerciales.
Y esta es la segunda parte de la explicación de nuestra dependencia Estados Unidos: la rendición de la clase gobernante mexicana a los intereses estadounidenses. Si ahora las amenazas de Trump nos ponen en vilo es porque 83 por ciento de nuestro comercio internacional es con esa nación y porque tomaron decisiones que llegaron a aumentar la dependencia con el país de norte a grados extremadamente peligrosos. En este momento 96 por ciento de la producción nacional y de la generación de energía eléctrica depende totalmente de la importación del gas natural de Estados Unidos y el país apenas tiene capacidad para almacenar gas por 2.4 días (Austria tiene gas para 318 días y Alemania 89 días), de tal modo que si eventualmente Trump quisiera dañar seriamente al país, no sería necesario enviar 20 mil soldados a invadirnos, bastaría con cerrar los gaseoductos una semana para lograr la rendición del Gobierno. La compra de gas natural a Estados Unidos aumentó tres mil 800 por ciento en los 30 años del tratado de libre comercio con América del Norte, según datos del Conahcyt.
Así es como perdimos esta guerra que ya inició, y que no necesariamente es comercial: volviéndonos un país subordinado y dependiente de Estados Unidos. Así como es necesario desempolvar conceptos como imperialismo, también será necesario revisar de nuevo ideas como la “teoría de la dependencia” de Theotonio Dos Santos, André Gunder Frank y Pablo González Casanova. Sólo así podemos imaginar y pensar un país que no esté atado y subordinado ni a Estados Unidos ni a ninguna otra potencia.
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