Ernesto Hernández Norzagaray
15/02/2025 - 12:01 am
La sociedad del silencio
Algo pasa cuando una sociedad que vive en medio de la violencia no sale de la parálisis que le provoca saber que está en riesgo y que, en cualquier momento, puede alcanzar a cada una de sus familias.
En 2009, hice una estancia de investigación en el Instituto de Iberoamérica de la Universidad de Salamanca, dirigido en ese entonces por el Dr. Manuel Alcántara, uno de los politólogos españoles más reconocidos en los estudios de parlamentos, elites políticas, partidos y sistemas de partidos latinoamericanos y me interesa comentar, una actitud que viví en esa comunidad ante un suceso violento.
Aquella mañana la organización separatista vasca ETA había atentado con explosivos contra las fuerzas de seguridad del Estado español provocando muertos y heridos en el sur del país.
La noticia trágica se esparció rápidamente en los medios de comunicación que para muchos era rutina para los españoles, pues ETA había empezado su actividad en la década de los sesenta con un saldo de varias centenas de muertes de políticos, militares y ciudadanos que sorprendía a un mexicano medianamente enterado de este clivaje violento.
Y es que en México se libraba una guerra contra el narco y, me sacudió gratamente ver que cuando se conoció la noticia del atentado etarra, todos los que estábamos en los recintos de la Universidad sus funcionarios, académicos, bedeles, administrativos y estudiantes salieron al acceso principal del instituto caminamos a la entrada universitaria y estuvimos unos minutos en silencio como señal de protesta ante el nuevo agravio que sufría la sociedad española.
Luego me entere, que esto ocurría, simultáneamente, en todas las instituciones públicas contra la violencia de la organización separatista.
Y, más, cuando los hechos involucraban la vida de españoles, familias rotas, hijos huérfanos, esposas viudas, madres, y al recordar, este pasaje de mi paso por Salamanca y vivir en Sinaloa, donde, con mucho, es más de lo que sucedía en aquellos años en el país hermano. Resulta sorprendente la diana de miedo, indiferencia, negación -afortunadamente, sacudida hoy con las grandes marchas de Culiacán y actos de protesta ante el Congreso del Estado- entre millones de sinaloenses y frustrante ver como políticos minimizan lo ocurrido.
Un ejemplo de ello fue lo ocurrido el sábado pasado en la presentación exitosa que hicieron Alejandro Páez y Álvaro Delgado en Mazatlán de su libro sobre la derecha mexicana ante un público principalmente morenista y donde nadie en la sesión de preguntas y respuestas les planteo los temas de lo que ocurre en Sinaloa desde hace casi siete meses cuando se secuestro a Ismael El Mayo Zambada y asesinó a Héctor Melesio Cuén Ojeda.
Algo pasa cuando una sociedad que vive en medio de la violencia no sale de la parálisis que le provoca saber que está en riesgo y que, en cualquier momento, puede alcanzar a cada una de sus familias. Hay acaso la idea de que mientras más alejados este cada uno del fuego, menor será el riesgo, y lo mejor es estar en el ámbito de lo privado y someterse a su dictadura viendo un partido de futbol o de beisbol, una película, nada que le de visibilidad y lo ponga en riesgo como una persona en medio de la noche por las calles de Culiacán.
Y quizá, una explicación fácil de esa actitud protectora radica en que a diferencia de aquella España sacudida por explosivos es que los atentados estaban dirigidos a los agentes del Estado y sólo, colateralmente, a los ciudadanos que estaban en el momento y el lugar equivocado.
En cambio, en nuestro país, lamentablemente la situación es peor, los cárteles, frecuentemente, no distinguen y los ataques resultan indiscriminados con saldos fatales incluyendo cada vez más a menores. Incluso, cientos de desapariciones forzadas que dan cuenta, del papel central, para mal, de cómo estamos en peligro.
Al final, quizá, lo que buscan las bandas criminales con esta estrategia es inhibir la acción del sistema de seguridad y mantener a través del miedo el control sobre la sociedad y las imágenes están a la vista con el rechazo de cualquiera manifestación pública.
Hace unos días apareció una convocatoria por la paz y contra la violencia en Mazatlán -haciendo eco de la que había hecho exitosamente organizaciones civiles de Culiacán- y fue frustrante ver que solo acudió una columna de un centenar de personas, la mayoría de ellas, con un familiar desaparecido.
Y la nota era que habiendo recorrido a pie el malecón -algo más de 5 kilómetros- hasta llegar a los accesos del Palacio Municipal no sólo llamaba la atención la languidez de la protesta, sino que la sede de este poder, se encontraba cerrada con las luces apagadas y sólo el Secretario de Gobierno, acompañado de un puñado de policías, vigilaban los movimientos de los manifestantes.
¿Por qué en España había una protesta simultánea en las instituciones públicas contra la violencia de ETA y esto no ocurre en Sinaloa, donde si nos vamos a los números en los casi siete meses de violencia supera los de 40 años de actividad armada de ETA? ¿Por qué no se manifiestan solidariamente las autoridades y funcionarios de los gobiernos municipales con los gobernados incluso cuando atacan a sus integrantes? ¿Por qué no se manifiestan simultáneamente las universidades públicas o los organismos empresariales o los sindicatos o las ONG, dando una muestra de cohesión ante un enemigo común? …
No tengo la respuesta, pero, pero, hay una hipótesis que vale la pena explorar y que recientemente expresó Ismael El Mayo Zambada en una entrevista que brindó a la revista Proceso realizada antes de su secuestro y traslado a una prisión estadounidense.
El capo sinaloense dijo al reportero Jorge Carrasco que la escalada de violencia se explica por la inacción de las autoridades que simulan perseguir a las organizaciones criminales cuando en realidad son parte de ellas y eso, coincide, con lo dicho por la administración Trump de que existe una alianza de gobernantes con los cárteles.
Y bien lo decía un político ibérico que para empezar a resolver un problema de este calibre todos debemos reconocer que existe inequívocamente eso, es lo que explica, las estampas ciudadanas de Salamanca y de la que deberíamos aprender en lugar de refugiarnos en lo privado.
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