Mario Campa
26/03/2025 - 12:05 am
Las potencias se encaminan a economías de guerra
En la actualidad, el hambre de guerra del hegemón es incierta. Que Trump busque ahora mismo revitalizar las industrias del acero, el petróleo y los minerales críticos es una bandera roja.
En días recientes, el New York Times soltó la primicia de que Elon Musk asistiría al Pentágono a recibir información confidencial sobre una guerra potencial entre Estados Unidos y China. Donald Trump se apresuró a negar el rumor y usó de pretexto la fábrica de Tesla en Shanghái como un conflicto de interés para desmentir la noticia. Al final, la versión oficial quedó en que el encuentro del hombre más rico del mundo con la élite militar se produjo como parte de la campaña de eficiencia gubernamental (austeridad) transversal que encabeza Musk, y nada más. Otros medios reportaron que la reunión fue modificada tras la filtración. En una era de baja credibilidad del trumpismo y los medios masivos, la verdad se ha vuelto difícil de acariciar. Pero de confirmarse el runrún, alimentaría sospechas de que las potencias juegan con escenarios de planeación hacia economías de guerra.
Acaso el hecho más contundente que infla la hipótesis es la reactivación del keynesianismo militar en la Unión Europea. La Comisión publicó la semana pasada una hoja de ruta que detalla planes para elevar el gasto militar conjunto por más de 800 mil millones de euros en cuatro años, de los cuales 150 mil serán endeudamiento unificado. Poco antes, Alemania relajó su histórica camisa de fuerza fiscal para reactivar a lo grande el gasto en defensa y seguridad. Al cerrar el grifo a Ucrania, Trump abrió la puerta al rearme europeo. El Viejo Continente muestra los colmillos a Putin ante la imprevisibilidad de los Estados Unidos. En este baile geopolítico de mezcla, la falta de certezas impone preparativos para toda temporada.
Además del gasto militar sobre el PIB global en ascenso tras una desescalada continua, otras trazas sugieren que las economías cortan dependencia mutua en anticipo de hostilidades. La más obvia es la ruleta arancelaria de Trump que reducirá el intercambio y elevará las capacidades de industrias reconvertibles para la guerra. Por ejemplo, las líneas de producción del sector automotriz fueron habilitadas en la Segunda Guerra Mundial para la producción de tanques, motores para aviones y camiones militares ligeros; Ford, General Motors, Rolls-Royce, Mercedes, Volkswagen, Nissan y otras armadoras acumulan bagaje. Ahora, el proteccionismo facilita que los países desempolven capacidades bélicas, aunque las tarifas están lejos de ser la única deriva autárquica propia de economías en guerra.
La feroz carrera por la provisión de materias primas confirma que la seguridad nacional condiciona las relaciones diplomáticas. En el libro The Wages of Destruction (2006) sobre la economía de guerra nazi, el historiador económico Adam Tooze documenta cómo Alemania priorizó Ucrania en la Operación Barbarroja. El detonante de la invasión fue la escasez de acero para la artillería, granos para la dieta de los trabajadores, combustibles para tanques y aviones y carbón para las fábricas y la sustitución del petróleo. La falta de materiales retrasó continuamente los planes productivos de Albert Speer. Tras la fallida ofensiva contra la Unión Soviética, el Eje quedó sin recursos elementales para una guerra prolongada.
Hoy día la provisión de materiales es tan importante como ayer, si bien la matriz de insumos cambió con la tecnología. En particular, gran parte del equipo militar requiere semiconductores para misiles guiados, aviones no tripulados (drones), satélites de espionaje y autotransporte con GPS. Un referente biográfico es La Guerra de los Chips, de Chris Miller (2023). Además, una economía de guerra demanda un ejército que garantice la ciberseguridad contra ataques que comprometan la información digital y la estabilidad de las redes eléctricas. Si las economías estuvieran preparándose para escenarios críticos, debieran observarse disputas por tierras raras y vetos a las grandes tecnológicas, hoy pan de cada día en la relación China-Estados Unidos.
El deterioro es palpable, pero en el peor caso las economías ahora mismo alistan preparativos sin tirar toda la carne al asador. En fases tempranas, la provisión de recursos y el blindaje de proveedores militares son maniobras obligadas. Después, cercano o estallado el conflicto, la centralización económica crecería.
¿Qué alertaría la inminencia de fases avanzadas de planeación bélica? La señal inequívoca de escalamiento anticipatorio irreversible sería una alteración sustancial de las dinámicas laborales. La leva, la ampliación de la semana laboral y la firma de acuerdos migratorios temporales anticiparían un gran despliegue de efectivos. Hasta ahora, ninguna de estas trazas es identificable en Estados Unidos y Europa.
Para transitar a la fase última (la guerra), las economías suspenderían dinámicas de mercado. Por ejemplo, controles de precio, racionamiento y congelamiento salarial son típicos cuando escala el conflicto armado. La planeación central es indispensable para redirigir recursos al frente de batalla, siempre con un ingente costo para la población.
En la actualidad, el hambre de guerra del hegemón es incierta. Que Trump busque ahora mismo revitalizar las industrias del acero, el petróleo y los minerales críticos es una bandera roja. Otra es que Groenlandia, rica en recursos naturales y estratégica por geografía, encabece los diarios. Una más es el cheque en blanco a Israel y la ofensiva contra los hutíes de Yemen. Una “anaranjada” son las deportaciones masivas de migrantes vistas hoy en Norteamérica y antes practicadas por Alemania en el periodo de entreguerras, aunque también es cierto que Estados Unidos suele abrir las garitas del sur a la entrada de braceros cuando toma las armas. Otro atenuante es que Trump sería reacio a los impuestos y la deuda para cualquier campaña militar.
Puesto todo en la balanza, el rearme europeo parece responder al cambio de correlación de fuerzas en la OTAN provocado por Trump. Aún es pronto para saber si los líderes tienen información confidencial sobre una inminente guerra, como podría leerse entre líneas con la visita de Musk al Pentágono. Pero es innegable que la seguridad nacional es causa principal de la desglobalización. Ese corte de amarras entre países bastaría como profecía de guerra autocumplida.
Un sólo actor de poder puede deshacer la frágil e imperfecta institucionalidad que sacia la sed de guerra. Si Trump pretende apagar fuegos como pregona, está lejos de lograrlo. Confundió agua con gasolina.
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