Alejandro De la Garza
25/01/2025 - 12:02 am
El imperialismo absoluto del siglo XXI
Estos signos exteriores: del control territorial al control de los mercados y de ahí al control de los datos y la información (Apple, Google, Microsoft, Facebook, XTwitter), e incluso del espacio (Starlink), caracterizan a este imperialismo absoluto del siglo XXI.
El sino del escorpión se asoma al presente y ve que el horno de la historia no está para bollos. El imperialismo absoluto (y sus guerras genocidas) se ensañan en Palestina, Líbano, Siria y buena parte del Oriente Medio. Se esparce también contra los países africanos que buscan resistirlo (Burkina Faso), mientras Rusia y Ucrania (es decir la OTAN y la UE) se debaten en un ajedrez político-económico con miles de víctimas mortales. En nuestro entorno, el intento trumpiano de revivir el anacrónico Destino Manifiesto (ya imposible, inviable, irreal) se ensaña con los mexicanos y centroamericanos emigrados a Estados Unidos sin documentación legal, con la multicolor comunidad LGBT+ y el wokismo, con las resistencias políticas de izquierda estigmatizadas de “radicales y dementes”, con las grupos religiosos del cristianismo blanco y anglosajón, y, al final, contra todo tipo de disidencia ante el mandato “providencial” del emperador “salvado por Dios para hacer América grande otra vez”.
El axioma romano parece mantenerse, observa el alacrán: “los imperios siempre están haciendo la guerra en sus fronteras”; además, la guerra es y ha sido siempre inherente al imperialismo. El concepto de este “imperialismo absoluto” del siglo XXI lo toma el escorpión de Étienne Balibar, filósofo y autor de una vasta obra de reinterpretación del marxismo, de análisis de la modernidad capitalista y sus tendencias actuales. El intelectual participo en noviembre pasado en la Cátedra Edward Said de la Universidad Americana de El Cairo, donde leyó su ensayo “Geometrías del capitalismo del siglo XXI”. Ahí hace una revisión de las diferentes conceptualizaciones del término imperialismo, no sólo desde la visión marxista sino también desde los textos del antimarxista Carl Schmitt.
Balibar parte del célebre ensayo de Lenin “El imperialismo, estadio superior del capitalismo”, y su idea central del reparto del mundo entre las potencias coloniales y la lucha violenta por los sucesivos repartos: de la Conferencia de Berlín (1885), en la que se repartió el África entre las potencias coloniales, a la aparición de potencias imperialistas no europeas en América y Asia, y de ahí a la Guerra Fría (la repartición en Yalta), pasando por las dos guerras mundiales (y, por consiguiente, por el Pacto Germano-Soviético) hasta, finalmente, la construcción de un único orden liberal militarizado después de 1989.
Balibar insiste en que los imperialismos modernos siguen implicando conquista y dominación e incluso son impulsados por el sueño imperial del poder universal, sobre todo el estadounidense, que basa su fuerza en la inversión y la rentabilidad del capital. Los territorios para este imperio son espacios abiertos por la fuerza a la apropiación de recursos energéticos (carbón, petróleo, uranio), minerales, oceánicos y agrícolas (cuya explotación trastorna el medioambiente), recursos humanos (poblaciones susceptibles de ser reducidas a la esclavitud, deslocalizadas, puestas a trabajar, reclutadas en el ejército).
Pronto se revela que gran parte de estos recursos pueden controlarse y extraerse sin recurrir a la dominación directa, lo que ha sido el secreto del imperialismo estadounidense, al dar un carácter abstracto a su apropiación y olvidar las fronteras geográficas para concentrarse en el control de los mercados. Pero aquí la tesis de Balibar da un giro interesante, al apuntar que esta modalidad de dominación imperial de los mercados “ha sido ahora sustituida por una forma completamente diferente de reparto del mundo que concierne a los espacios virtuales (o inmateriales como el metaverso), distribuidos y disputados entre los imperios de la comunicación”. Esta disputa ya no se da entre los Estados, sino entre las multinacionales tecnológicas caracterizadas por sus redes de distribución y recopilación de datos, que controlan las actividades de los Estados en lugar de ser controladas por ellos.
Estos signos exteriores: del control territorial al control de los mercados y de ahí al control de los datos y la información (Apple, Google, Microsoft, Facebook, XTwitter), e incluso del espacio (Starlink), caracterizan a este imperialismo absoluto del siglo XXI. La pregunta es si esta nueva forma de territorialidad virtual tendrá la posibilidad de relegar la lucha por la hegemonía que hoy estructura geopolíticamente el orden mundial. Y aún más, luego de una pandemia global, de una crisis financiera extendida y de una inminente catástrofe medioambiental, factores todos que debían unir esfuerzos conjuntos de las naciones, ¿puede subsistir ese imperialismo absoluto casi autárquico?
Este ensayo nos advierte que los imperios en decadencia son los más violentos (o los más crueles en su forma de hacer la guerra, traficar y vender armamento), porque se sienten acorralados ante la erosión de sus privilegios y la ruina de su pretensión de grandeza. Estados Unidos ilustra hoy esta tesis imperial al querer “Hacer América grande otra vez”. La idea del imperialismo como estadio o período en la historia del capitalismo lleva entonces a precisar esta nueva modalidad del imperialismo que vivimos hoy. Las políticas neoliberales se convirtieron en dominantes a escala mundial tras el derrumbe de los regímenes comunistas (con la excepción de China), y permitieron dar un paso en la transformación del sistema capitalista de finales del siglo XX, hacia el capitalismo de imperialismo absoluto que ahora domina nuestras vidas.
El imperialismo absoluto recalibra el capitalismo histórico, pero ¿va más allá de la categoría de neoliberal? En opinión de Balibar, tal categoría ya sólo corresponde a una parte del capitalismo, esa que enfrenta a las políticas de regulación estatal y a las empresas públicas con la libre competencia y a las fuerzas del mercado. Por ello propone analizar el imperialismo absoluto que rige en la actualidad también como intrínsecamente postsocialista y poscolonial. Postsocialista porque utilizó las estructuras, poderes y beneficios del estado social clásico en su beneficio, al desprenderlas de su contenido de derechos humanos en sentido amplio; y postcolonial en la medida en que la interdependencia y el comercio global hacen imposible un colonialismo territorial o de mercado, pues la deslocalización de los procesos de producción y la formación de cadenas de valor globales ya lo impiden.
No obstante, en este imperialismo absoluto persiste la concentración del capital a costa de la crisis medioambiental, así como en la extensión de la pobreza a costa de la deshumanización, el hambre y la revuelta social. Nada optimista, el diagnóstico sobre este imperialismo absoluto del siglo XXI, se lamenta el alacrán. Pero como signo alentador, Balibar llama a retomar las demandas locales y unirlas con las más universales para combatir por causas extendidas. La causa de los migrantes, por ejemplo, parte de lo local pero se ha convertido en una causa universal que tiene al mundo desarrollado del Norte Global confrontado con el mundo no desarrollado del Sur Global. Esas formas de resistencia desde abajo y que se extienden hacia arriba son centrales para quienes nos parece insoportable la idea del capitalismo como la forma insuperable de la existencia humana, finaliza Étienne Balibar.
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