María Rivera
16/01/2025 - 12:01 am
Emilia Pérez
"Emilia Pérez no tiene nada de mexicano, salvo el tema o el pretexto, diría yo: ni los personajes, ni los actores principales, ni la historia, vamos, ni el idioma son mexicanos".
Resulta, querido lector, que el otro día, y ante el escándalo que ha producido la película Emilia Pérez del cineasta francés Jacques Audiard en México, tuve la oportunidad de verla, no en el cine, se lo confieso, sino en una liga de Internet gratuita. Me gustó el argumento del que la posteó subrepticiamente en X con respecto a no darle ni un peso al bodrio (así se refería a la película).
Y sí, la película es aberrante, en más de un sentido. Procuraré no hacerle spoilers pero se antoja algo imposible, por lo que si a usted no le gustan los spoilers, no siga leyendo.
Ya llevaba varios días intrigada sobre el escándalo que la cinta, ya multipremiada, ha producido en México: que si era ofensiva para los mexicanos, que si era inverosímil, que si la actriz Selena Gomez (una de las protagonistas) lo había hecho fatal porque no saber hablar español.
Lo primero que tendría que decir es que, en efecto, todas las críticas que se le han hecho son más que merecidas. Porque en efecto, es una película que supuestamente transcurre en México y retrata a personajes mexicanos, hablada en español. Lo cierto es que Emilia Pérez no tiene nada de mexicano, salvo el tema o el pretexto, diría yo: ni los personajes, ni los actores principales, ni la historia, vamos, ni el idioma son mexicanos. La actriz Selena Gómez no habla español en la cinta, lo grita mal digerido restándole credibilidad y haciendo un inmenso ridículo, seguramente usted ya habrá visto algunas escenas bochornosas en las redes.
Ese no sería un problema tan grave como es la inverosimilitud de la historia: desde el personaje principal, un supuesto capo sanguinario del narco que se convierte en buena persona por obra y gracia de las operaciones estéticas destinadas a crearle una identidad femenina, que no solo lo vuelve bueno, sino irreconocible hasta para su propia esposa…(no le reconoce ni la voz, ni los ojos, nada, elevando la inverosimilitud hasta el ridículo); una esposa “mexicana” queu habblaaa aasíi y escupe palabras que no sabemos si son en español o en gringo selénico. Una chapuza total. Una abogada “mexicana” incapaz de poner su negocio porque la discriminan por “prieta”… que habla como dominicana, porque, pues es gringa de origen dominicano y que actúa bastante bien… hasta donde le permite esta cinta que es, más que una comedia musical, un cuento de princesas de Disney mezclado con la ideología de género y lo woke, delirante y cursi. La película también es parte de la moda global del cine de denuncia política de la violencia en México: no es la primera vez que cineastas extranjeros tratan el tema: deja muy buenos réditos usar las tragedias de países en desarrollo, cómo no. Obviamente, no se necesita conocer a fondo el conflicto, basta con abrevar de las denuncias anteriores, estereotipadas, que abundan… Porque Emilia Pérez es planita, planita repleta de personajes estereotipados destinados a poner en escena una mirada exotizante y ficticia de México. Vamos, es una ficción francesa, mal traducida al español.
Sería totalmente risible y hasta divertida, si es que la fantasía de Emilia Pérez no fuera totalmente ofensiva al tratar una tragedia nacional, como es la de los desaparecidos y la violencia, en una comedia que naturalmente borra el horror y cuando lo muestra, lo banaliza. El colmo, sin embargo, no es éste, sino que el melodrama está destinado a “generar empatía” (porque pues eso hace el cine de denuncia) no por las víctimas, los desaparecidos o sus familiares sino por… los sicarios y los criminales (sí, leyó bien) como es el personaje de Manitas alias Emilia Pérez, al que nunca se muestra como un delincuente sanguinario y sociópata, ni se detallan sus crímenes, sino como un pobrecito hombre que quisiera ser una mujer, una secreta ama de casa que ama a sus pequeños hijos y que, claro, una vez modificada su apariencia corporal, se convertirá en… ¡activista de los desaparecidos que él mismo asesinó! Claro, sin que lo reconozca nadie y en la total impunidad, lo cual no importa, porque es una caricatura grotesca de una supuesta redención que nunca se lleva a cabo en la película.
Pero el director no se queda allí; en un lance de total audacia ofensiva, lanza el mensaje del “perdón”, la reconciliación, entre las víctimas y los victimarios, en el climax sentimental de la película. Nada de “ni perdón ni olvido”, ni justicia, obviamente: es una comedia donde los sicarios se vuelven buenos y ayudan a la causa que ellos mismos crearon con la participación de las víctimas, que aparecen muy agradecidas con su victimario que se entretiene, en su faceta de “mujer”, siendo muy bueno y teniendo relaciones amorosas con ellas, por si faltaba algo. Víctimas agradecidas, además, con los asesinos, porque mataron a sus maridos machos y violentos, otros criminales, pues. ¿Le suena calderonista el argumento? Para este punto, Audiard debió concebirse a sí mismo como un genio. Los malos son, entonces, los funcionarios y el gobierno y claro, él tiene la superioridad europea de denunciarlos con rabia, cómo no.
No le develo el final, querido lector, pero es casi obvio a dónde llevó el francés la historia: el narco sanguinario convertido en santa, sí señor, con cantos y rezos, y flores y días de muerto: la mexicanidad folklórica ¿cómo más podía terminar?
Por todo lo anterior, no me sorprende que la película haya sido premiada y vaya a seguir siéndolo muy probablemente. Es una versión de la sentimentalidad global woke, muy exitosa y extendida y también, una manera perfecta de normalización del horror y la tragedia de los desaparecidos en México en el imaginario cultural; ya no son una herida abierta, una tragedia, sino el coro de un musical dedicado a los victimarios.
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