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María Rivera

02/01/2025 - 12:01 am

¿Año nuevo?

"Año nuevo, vida nueva, ojalá fuera así de simple, querido lector".

2025
"Hoy, solo la indigencia silenciosa, la tragedia indigna, en un nuevo año que parece que será igual que el anterior, salvo más triste, solitario e injusto". Foto: Andrea Murcia Monsivais Cuartoscuro

Año nuevo, vida nueva, ojalá fuera así de simple, querido lector; que, a las doce de la noche del 24 de diciembre, todo cambiara mágicamente ¿se imagina? Amanecer súbitamente convertido en otro. Y aunque esto no es posible, ciertamente los ciclos de la tierra, las estaciones, han marcado la vida de los seres humanos desde el comienzo de los tiempos. Todo muere para revivir y vive para morir, incansablemente. Los ciclos de la cosecha que a tantas culturas han marcado, por ejemplo. Muy metafísica amanecí ayer, querido lector. Cada vez más, empiezo a entender que los años nos van cambiando la perspectiva. Desde que uno es joven cuando las fiestas de fin de año nos parecen una especie de obligación, y nos sentimos compelidos a cumplir con el significado de estas fechas: ser felices, hacer propósitos, pensar en el futuro. Luego, uno descubre que el futuro puede no parecer tan promisorio, cuando comenzamos a conocer de duelos y desconsuelo, cuando ya se han ido nuestros mayores, y entendemos que marchamos, irremediablemente, tras ellos. Vamos, que ocupamos un lugar distinto, envejecemos. Nuestra infancia, nuestra juventud se ha ido, decididamente. Son otros, los que vienen, los más jóvenes quienes cumplen con su edad y sus sueños.  Y luego, recordamos que nosotros también fuimos esos jóvenes que todavía no alcanzan a pensar el futuro en los términos que nos da el tiempo. Todo un misterio el tiempo, querido lector.

Aguafiestas, grinchs, descreídos es un poco lo que veo entre mis amigos de las redes, pérdidas que en muy pocos años se van acumulando ¿efectos de la pandemia, efectos de la mediana edad que ya alcanzamos? A decir verdad, no lo sé. Solo sé que cada vez más leo a personas de mi medio, el artístico, que están viviendo estos años de la cuarta transformación de manera totalmente pesarosa. Falta de trabajo, enfermedades, precariedad que lleva a acortar la vida. Le he dedicado al tema algunas columnas, como sabe, si he tenido la fortuna de que me lea. Pero no puedo dejar de escribir aquí el terrible estado de desamparo en que viven artistas mexicanos mayores de setenta años, maestros y amigos. Y usted podría pensar que qué mala suerte, pero en realidad no lo es, porque déjeme le cuento: en México la cultura, el arte, solía estar subvencionado por el Estado. Más allá de las becas y estímulos, que apenas y cumplen con migajas del presupuesto ayudando a algunos creadores a dedicarse a su trabajo por un tiempo limitado, la mayoría sobrevive apenas, sin trabajos que solían estar asociados a la actividad estatal, es decir, si el Estado cancela programas y con estos el presupuesto, las fuentes de trabajo se acaban. No eran regalos, querido lector, sino trabajos que a su vez constituían parte importante de la cultura mexicana. Trabajos que, además claro, no proporcionaban ninguna seguridad social, pero al menos medios de subsistencia mínimos. Con el nuevo gobierno, estas fuentes de trabajo prácticamente desaparecieron y su ausencia dejó en la completa desprotección a creadores ya mayores que deberían estar pensionados, no mendigando chambas. Y ahí los tenemos: artistas que no pueden vivir sin trabajar, maltratados, después de aportar durante décadas a la cultura mexicana. Luego, claro, sumidos en la depresión, en las deudas y enfermándose sin tener seguridad social ninguna. Si acaso logran acceder al sistema de salud, sufren la misma suerte que millones de mexicanos: negligencias médicas, falta de medicamentos, falta de espacios en hospitales saturados. No, no es Dinamarca: es un horror sin concesiones. Ese es el país que tenemos y ese el gobierno.

Hace un mes, un amigo escritor que no cuenta con seguridad social, como la mayoría de los creadores mexicanos, se encontraba muy enfermo y acudió a Nutrición por un dolor agudo en el vientre. Dos veces lo devolvieron a su casa hasta que no les demostrara que estaba moribundo. Dos veces querido lector. La tercera, regresó con una tomografía que se había costeado con sus propios medios, tras acudir a una consulta privada, y que indicaba que tenía varias perforaciones intestinales. Ante ello, se vieron obligados a recibirlo, cuando ya tenía un cuadro muy grave. Todo esto lo hizo público, paso a paso. Esto es lo que se llama “cuarta transformación”, y no, no es un ataque insidioso, es la realidad, la terrible realidad del sistema de salud. Y eso que hablamos de un Instituto que, sin duda, es el mejor del país en su campo.

No sé, querido lector. Cuando yo escucho los discursos de que por primera vez se trabaja para “los pobres”, los “de abajo”, me pregunto ¿cómo puede ser compatible ese discurso con la dolorosa realidad que millones de mexicanos padecen? Y no estoy diciendo que no la padecieran antes, sino que la padecen hoy también, tras el arribo del nuevo poder en México.

Y sí, me pregunto, qué hubiera sucedido si el gobierno de López Obrador hubiera priorizado al sector salud otorgándole uno de esos enormes presupuestos que le otorgó a sus megaproyectos ¿habría mi amigo sido despedido dos veces del mejor hospital público a falta de insumos y espacios? Es más, me pregunto ¿qué hubiera sucedido si al arribar al poder López Obrador le hubiera cumplido con lealtad a la comunidad artística que lo apoyó durante años y hubiese reformado el sector dándoles seguridad social, empleos, y apoyos en cantidad suficiente? si no hubiera desmantelado a las instituciones y los programas que realizaban ¿mi amigo habría tenido trabajo y hubiera podido cuidar su salud, vivir con dignidad productiva su vejez?

Y luego, me pregunto, querido lector, una pregunta muy tonta ¿qué importancia tienen los libros de poemas en este nuevo México? ¿qué tan ínfima importancia tiene la poesía para el gobierno mexicano que trata así a sus poetas? ¿A quién le importa ya en este gobierno un poema de López Velarde o de Paz o de cualquier poeta contemporáneo? ¿Saben siquiera cómo se llaman, en qué condiciones viven?

Iguales no, querido lector, son peores. Los otros al menos se sabían sus nombres y conocían sus penurias, al menos estaban dispuestos a escucharlos, parecía importarles sus obras.

Hoy, solo la indigencia silenciosa, la tragedia indigna, en un nuevo año que parece que será igual que el anterior, salvo más triste, solitario e injusto. Desolador panorama para aquellos que le dedicaron su vida a crear cultura e identidad, caminaron a lado de la izquierda mexicana durante décadas y que los desapareció una vez que arribó al poder.

María Rivera
María Rivera es poeta, ensayista, cocinera, polemista. Nació en la ciudad de México, en los años setenta, todavía bajo la dictadura perfecta. Defiende la causa feminista, la pacificación, y la libertad. También es promotora y maestra de poesía. Es autora de los libros de poesía Traslación de dominio (FETA 2000) Hay batallas (Joaquín Mortiz, 2005), Los muertos (Calygramma, 2011) Casa de los Heridos (Parentalia, 2017). Obtuvo en 2005 el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes.

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