Jorge Javier Romero Vadillo
19/12/2024 - 12:02 am
Morena: el espejismo de la unidad y la lucha por el botín
"Morena no es un partido; es una empresa electoral ensamblada para conquistar el poder y saquear el presupuesto. Si bien, al igual que el PRI, sus principios son mutables de acuerdo con las circunstancias, a su gran líder le falta la visión de Estado que buscaba insertar al país en el siglo XX".
Desde que existe el poder, la política ha sido un escenario de tramoya donde actores de diverso talento interpretan sus papeles con mayor o menor convicción. México, tierra fértil para los grandes farsantes, ha visto desfilar generaciones de políticos que confunden la administración pública con la escenificación teatral. López Obrador, con sus delirios históricos, creyó que podría convertirse en un nuevo Plutarco Elías Calles, un jefe máximo que controlara el destino de su creación política desde las sombras. Sin embargo, López Obrador no es Calles: no es un caudillo militar con lealtades construidas en la guerra ni tiene el talento concertador del fundador del antiguo régimen por muchos añorado.
En lugar de tratar de sumar, López Obrador ha polarizado al país. Morena no es un partido; es una empresa electoral ensamblada para conquistar el poder y saquear el presupuesto. Si bien, al igual que el PRI, sus principios son mutables de acuerdo con las circunstancias, a su gran líder le falta la visión de Estado que buscaba insertar al país en el siglo XX.
El reciente choque entre Ricardo Monreal y Adán Augusto López es apenas un atisbo de lo que vendrá cuando el caudillo termine de desvanecerse del escenario público, ya sin control presupuestal y sin visibilidad cotidiana para soltar admoniciones y anatemas. La coalición de intereses que se mantiene unida por la expectativa del reparto del botín muestra sus primeras grietas. Lo que a algunes les parecía un bloque monolítico es, en realidad, una congregación de tribus que se toleran por conveniencia, unidas solo por la promesa de acceso a los recursos públicos.
Claudia Sheinbaum, sucesora designada, ha mostrado poca capacidad para controlar a esta amalgama de intereses enfrentados. Su liderazgo sigue siendo un ejercicio de propaganda, sostenido por el aparato mediático oficial, pero sin raíces profundas en la intrincada red de complicidades y pactos que definen a Morena. La pretendida disciplina del partido es un espejismo; detrás de la fachada de unidad se esconde una guerra constante por cuotas de poder.
Mientras López Obrador fue el único capaz de arbitrar entre los bandos y repartir posiciones, la maquinaria funcionó. Su dominio sobre la distribución del presupuesto y su control férreo del discurso le permitieron mantener la ilusión de un movimiento homogéneo. Sin embargo, ahora que el poder efectivo comienza a transferirse, el andamiaje empieza a ceder.
El conflicto en torno al INFONAVIT es una muestra evidente de esa erosión. El director actual de la institución es uno de los principales operadores financieros de López Obrador, encargado de exprimir a PEMEX y ahora colocado estratégicamente para manejar los fondos de vivienda de los trabajadores sindicalizados. Sin embargo, la Cámara de Diputados, liderada por Monreal, frenó la reforma que pretendía otorgar mayor discrecionalidad al gobierno en el uso de esos recursos. El plan era concentrar el control presupuestal para volver a construir vivienda desde el Estado, probablemente adjudicando contratos a los militares, pero los sindicatos se opusieron. La autonomía tripartita del INFONAVIT, donde trabajadores, empresarios y gobierno toman decisiones de manera conjunta, se convirtió en un obstáculo insalvable para la reforma.
En su obsesión por dejar una huella indeleble, López Obrador impuso reformas constitucionales absurdas y peligrosas. Por un lado, cedió ante las exigencias de los militares, eliminando cualquier control civil sobre sus actividades. Por otro, impulsó reformas de inspiración decimonónica, como la elección de jueces por voto popular, un disparate que desmantela el equilibrio de poderes y recuerda los episodios más autoritarios de la historia mexicana. Hasta ahí logró la unidad de su maquinaria, pero en la medida en la que ha perdido voz pública, también ha menguado su control, sin que la nueva Presidenta parezca capaz de tomar las riendas.
Frente a las posibles fracturas, los militares pueden emerger como un actor político clave en el desenlace de esta trama. ELl Ejército se ha convertido en un poder de veto ineludible, gracias a las concesiones que le ha logrado arrebatar a los civiles durante las últimas dos décadas, pero sobre todo durante los últimos sesi años. Su capacidad para imponer condiciones, torcer políticas públicas y manejar recursos presupuestales sin rendir cuentas los coloca en una posición privilegiada. La militarización de la seguridad pública y la asignación de proyectos de infraestructura clave consolidaron a los militares como un actor político de primer orden, con poder real para influir en el desenlace de la muy probable descomposición de la coalición de Morena.
A diferencia de los políticos que dependen de las veleidades del electorado, los militares tienen una estructura vertical, recursos garantizados y lealtades internas que trascienden los sexenios. Sin López Obrador como intermediario y protector, su poder de negociación puede crecer. La historia reciente muestra que en situaciones de crisis política, los militares mexicanos han preferido mantenerse al margen, pero su peso institucional es ahora demasiado grande como para descartarlos en los cálculos de sucesión y en el reparto final del poder.
Lo que se atisba es una lucha de facciones dispuestas a todo por asegurarse cuotas de poder antes de que la dispersión se materialice. Monreal y Adán Augusto López encarnan dos proyectos personales enfrentados que compiten por mantener control sobre un partido donde la lealtad es una mercancía negociable. Los enfrentamientos son mucho más que choques de egos; son la manifestación de la descomposición interna de un movimiento que nunca fue ideológico, sino oportunista desde su origen.
En este escenario, la disputa por el poder se convierte en el verdadero eje de la política interna de Morena. Las cámaras del Congreso, que hasta ahora han sido un instrumento de dominación presidencial, pueden acabar transformadas en arenas de combate donde las facciones intentarán sobrevivir y mantener sus privilegios. Sin López Obrador como árbitro, el nuevo proyecto de hegemonía puede acabar como el Rosario de Amozoc.
El espejismo de unidad que Morena ha intentado proyectar se puede desmoronar ante la realidad de una lucha interna feroz. Si Claudia Sheinbaum no sale del pasmo y toma el liderazgo, lo que implicaría sacudirse la sombra del caudillo, el partido está condenado a repetir el ciclo de fragmentación y enfrentamientos que ha caracterizado a otros proyectos personalistas de la historia mexicana. La gran farsa de la "transformación" se revela como lo que siempre fue: un proyecto de poder sostenido por la propaganda y el clientelismo, demasiado dependiente de la figura de su patriarca como para institucionaizarse. La desgracia es que enfrente, sin oposición, lo que queda es el vacío.
Los contenidos, expresiones u opiniones vertidos en este espacio son responsabilidad única de los autores, por lo que SinEmbargo.mx no se hace responsable de los mismos.
más leídas
más leídas
opinión
opinión
21-01-2025
21-01-2025
21-01-2025
20-01-2025
19-01-2025
19-01-2025
19-01-2025
19-01-2025
18-01-2025
destacadas
destacadas
Galileo
Galileo