Jaime García Chávez
17/06/2024 - 12:01 am
PRD, ni un responso merece
Si bien a sus sepultureros Jesús Ortega Martínez y Jesús Zambrano Grijalva se les puede tildar, sin exceso, de ser unos miserables, eso no exime de la tarea de explicar el porqué sus grandes dirigentes y fundadores también contribuyeron a la debacle.
En realidad el PRD tenía muchos años de muerto, precisar el número sería tarea difícil de arqueólogos políticos.
El PRD, llamado partido del 6 del julio en recuerdo del gran fraude y la usurpación salinista de 1988, terminó sus días en el más grotesco abandono producto de los peores vicios que se pueden tener en cuenta para explicar el naufragio de una organización que surgió bajo muy buenos auspicios.
Si bien a sus sepultureros Jesús Ortega Martínez y Jesús Zambrano Grijalva se les puede tildar, sin exceso, de ser unos miserables, eso no exime de la tarea de explicar el porqué sus grandes dirigentes y fundadores también contribuyeron a la debacle.
Hoy frente a la tumba se recuerda a las Chuchos, pero se olvida que fue Andrés Manuel López Obrador, presidente nacional del PRD, el que exprimió hasta la última gota el buen jugo que se pudo hacer de ese partido para luego defenestrarlo, cuando ya no le redituaba nada con direcciones como la de Leonel Cota y optó por crear MORENA a su imagen y semejanza, como buen enfermo de un narcisismo atroz.
Fui candidato a gobernador de Chihuahua por el PRD en 1992 y después su presidente estatal y consejero nacional. De esa época recuerdo que con todas y cada una de sus limitaciones, el PRD era una buena promesa de la izquierda mexicana que por primera vez agrupaba en un ente partidario que se proponía una revolución democrática y que pudo conjuntar al nacionalismo revolucionario de raíz cardenista, liberales, a los comunistas, socialistas de todo tipo, militantes de la guerrilla y cristianos progresistas, por solo señalar un haz de expresiones y se esforzaba en hacer ejercicios profundos para trazar una senda a la transición democrática, y aún más, consolidar un sistema democrático y constitucional. El poder lo indigestó, lo enfermó y finalmente lo llevó a la tumba.
Todo ese propósito se empezó a disolver cuando López Obrador llegó a la presidencia del partido con toda la secuela de construcción de un liderazgo unipersonal, caprichoso y carismático, notas que desdicen mucho de un sistema democrático.
No olvidaré que un día decidió que significara una conferencia a Héctor Aguilar Camín en la ciudad de Durango y cómo fue que no le gustó que este catalogara al PRD como una mezcla de dos autoritarismos, el del PRI y el comunista, ahí advertí sus intolerancias.
López Obrador llegó a la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de México en 200o aprovechando un fino trabajo de la izquierda, de ahí se catapultó a las dos primeras candidaturas presidenciales para desechar a ese partido como un simple bagazo del que ya no podría brotar ni una gota de jugo.
Los líderes históricos lo dejaron hacer y deshacer y pienso que la vieja izquierda ya cansada y añosa, sin haberse renovado en lo más mínimo, empezó a hincarse ante el santo que decía: “si me dicen populista, que me apunten en la lista”.
El PRD tiene en su haber que muchos más de 500 hombres y mujeres de muchas partes del país fueron asesinados, crímenes que empezaron con los de Francisco Javier Obando Hernández y Román Gil Heráldez, que estaban llamados a ser piezas claves para acreditar el megafraude de 1988. Pero eso a quién le importó.
Sé que es muy pronto el tiempo para hacer un buen balance de este tema. Solo les diré que me separé del PRD hace mucho más de una década, cuando fui testigo de que López Obrador quería imponer, a diestra y siniestra candidatos priistas a los cargos de elección en Chihuahua, como fue el caso de Víctor Anchondo Paredes en 2006, exsecretario de Gobierno de Patricio Martínez García. Todo un corrupto y criminal.
Esas prácticas, vía la purificación lopezobradorista, se quedaron como mal endémico en el PRD, pero luego florecieron con mayor vigor en el huerto morenista.
Claro que sí, volveré sobre el tema.
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