Óscar de la Borbolla
06/05/2024 - 12:03 am
Breve panorama del libre albedrío
"El libre albedrío es, además, la idea que dota a la vida humana de sentido, ya que si hubiera para nosotros un sentido predeterminado, nuestra existencia carecería de sentido".
Hay un pensamiento que ha acompañado siempre a los seres humanos: la idea de que puede haber un destino. No me importa si aparece como karma o como los regalos que otorgan las hadas madrinas de los cuentos infantiles o en su vertiente clásica, con dramaturgos de la talla inmortal de Sófocles. Por un lado o por otro, en las palmas de las manos o en el asiento del café o en la capacidad predictiva de los modelos matemáticos hay algo que supone que el futuro está escrito y podemos anticiparlo, saber con precisión su desenlace. Entiendo que estos procedimientos son muy diferentes en confiabilidad; pero todos, en el fondo, pretenden descorrer el velo que oculta el porvenir; lo que hoy me interesa es resaltar la universalidad que subyace a todos los métodos adivinatorios: la certeza de que en alguna medida el futuro es previsible.
Esta idea choca con otra no menos extendida: con la del libre albedrío: bases y sustento de la vida humana civilizada. Sin la creencia en que somos libres no podríamos ser imputados por la comisión de ninguno de nuestros actos, ya que nosotros no seriamos los responsables, sino una fuerza que nos sobrepasa y que nos impele a actuar como actuamos. ¿Qué responsabilidad tendríamos si, como en el caso del pobre Edipo, queriendo huir del destino no hacemos sino ir a cumplirlo fatalmente?
El libre albedrío es, además, la idea que dota a la vida humana de sentido, ya que si hubiera para nosotros un sentido predeterminado, nuestra existencia carecería de sentido: seriamos meros títeres en una absurda pantomima: paradójicamente la vida tiene sentido porque no tiene UN sentido, o dicho de manera más clara: tiene el sentido porque nosotros decidimos darle alguno.
La contradicción entre estas dos ideas universales: la previsibilidad y el libre albedrío ha generado incontables especulaciones: Intentaré resumirlas: 1. El universo dualista: la materia se rige determinísticamente; pero el ser humano es más que materia, posee un alma, o como se le quiera llamar, y esta se rige por el libre albedrío. 2. El universo monista: la materia es cuanto existe y es regulada determinísticamente, aquí el alma es una mera función cerebral reducible a la materia. En esta concepción no existe el libre albedrío; y 3. El universo monista probabilístico clásico: solo existe la materia pero no todo esta regido por la necesidad sino que también se admite el azar, un azar resultado de la complejidad, o dicho de otro modo, un azar fruto de no poder prever el encuentro de dos líneas causales. Aquí la libertad humana entra en la zona de lo impredecible pero no por ello existe el libre albedrío, simplemente no se puede anticipar cual vaya a ser la conducta precisa que habremos de realizar, aunque esta esté determinada, y 4. El universo monista intrínsecamente probabilístico o cuántico, en esta concepción también todo cuanto existe es la materia solo que vista en su nivel de partículas: los seres humanos son como todo compuestos de partículas que esencialmente son probabilísticas: cada reacción dependerá del colapso de la función de onda. En esta concepción se da, pese a la naturaleza intrínsecamente probabilística, un altísimo grado de previsión. No me queda claro si en esta concepción puede o no hablarse de libre albedrío, aunque me inclino a pensar que no.
Para terminar este apretado panorama, hay un filósofo en cuya metafísica —hoy muy poco recordada— encontramos una solución para rescatar la idea del libre albedrío del determinismo que actualmente priva de manera mayoritaria: me refiero a Leibniz, quien en su Monadología, y sobre todo en la correspondencia que sostuvo con un teólogo de su época, La correspondencia con Arnauld, puede leerse dicha conciliación: Leibniz admite que, ciertamente, todo está determinado por lo que denomina en latín VIS: Fuerza de Desenvolvimiento propia de cada cosa y, sin embargo, esto no se riñe con la idea de libertad; solo hay que redefinir el concepto de libertad, no como la posibilidad de elegir esto o aquello, sino como un elegir de acuerdo estrictamente con uno mismo y con nadie ni nada más. La libertad como autonomía, la libertad de seguir, cada quien, su propia ley, que es lo que etimológicamente significa autonomía.
Para Leibniz el universo entero está regulado por leyes, regido por la necesidad, pero cada cosa actúa siguiendo su propio mandato y por ello es libre. Esto supone una armonía preestablecida y supone también que al estar todo concatenado, ya todo ocurrió. No para nosotros que, por poseer una conciencia finita, vamos brincando del ahora al después en le devenir, sino para dios que, por poseer una conciencia infinita, es capaz de captar la totalidad del tiempo, pasado, presente y futuro de forma simultánea desde la eternidad.
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