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Violeta Vázquez-Rojas Maldonado

08/04/2024 - 12:04 am

El estilo personal de debatir

Los debates, está más que dicho, no cambian un ápice las preferencias electorales, ni lo harán en un escenario en el que la puntera lleva tantos puntos de ventaja.

El debate transcurrió sin sorpresas: en su formato rígido y complicado, las candidatas y el candidato expusieron contra reloj lo que llevaban preparado. El problema con los debates es que pasa como con los exámenes: lo único que muestran no es quién es más apto para el cargo, sino quién es bueno para ajustar la expresión de sus ideas a la estrechez del tiempo asignado. Sintetizar, tratar de entusiasmar a la audiencia con intervenciones breves estrictamente medidas y no obnubilarse bajo estrés es una habilidad especial, y a eso se reduce lo que exponen los debates. Pero a pesar de sus limitaciones, podemos colegir  algunas cosas a partir de la manera de conducirse de cada uno de los candidatos. 

Para sorpresa de nadie, Claudia Sheinbaum es la que se desempeña mejor. Serena, preparada, va seleccionando las participaciones pretendidamente filosas de sus rivales. Como es lógico, ella es el blanco de los ataques de los dos. Pero la materia de los reproches no es nueva. Incluso ya los conocemos con títulos: “El Rébsamen”, “La Línea 12”, porque sólo con decir esos nombres sabemos de lo que se habla. No son ni siquiera acusaciones -porque ni tienen un enunciado claro acerca de cuál es exactamente la responsabilidad de la candidata en esos sucesos, ni presentan evidencias que respalden esos eventuales enunciados, y las que han presentado han sido múltiples veces desmentidas-. Los reproches son, más bien, una especie de cartas manchadas que se sacan para encender en la memoria de la audiencia un recuerdo: “hubo un escándalo ahí”, y activar con él las sensaciones de alarma, de indignación y de impotencia que dejaron esas tragedias. Años después, los diseñadores de campañas, los que confeccionan lo mismo discursos políticos que eslogans para vender mercancías, aconsejan a sus clientes que es buena idea usar las tragedias como armas arrojadizas: “pégale con eso”, casi los oímos decir. Dardos que, de tan usados, han ido quedando romos, pero dardos al fin.

La campaña de Claudia Sheinbaum tiene una ruta bien clara, un patrón visible: cada semana presenta sus propuestas organizadas por temas. Primero, las propuestas de seguridad y construcción de la paz, como prefiere llamarlo, pues enfatizan el fundamento disuasivo más que el punitivo: para acabar con la violencia hay que atender sus causas.  Después, presenta propuestas sobre cómo lograr que el campo sea suficientemente fructífero para garantizar la soberanía alimentaria. Más adelante, propuestas de educación: becas mensuales para los niños y niñas que asisten a escuelas públicas, fortalecer la educación media superior y asegurar el ingreso de los jóvenes a la educación superior, esa que ahora los deja fuera con tasas de rechazo de hasta 90%. Propuestas para erradicar la desigualdad entre hombres y mujeres, propuestas para lograr la soberanía energética y la transición al uso de energías limpias, propuestas para que todas las personas tengan acceso a la atención gratuita y universal de su salud, propuestas para continuar y apretar en el combate a la corrupción. Por eso la candidata es tan rigurosa cuando las preguntas que exponen los moderadores se salen de los temas acordados. Hay una pregunta que comienza hablando de grupos vulnerables y los otros candidatos aprovechan para llevar al terreno de la llamada “militarización” (lo pongo entre comillas porque es el término que ellos usan, sin que sea igualmente claro para todos a qué exactamente se refieren). La candidata de Morena decide no irse por ese derrotero: ya será tema de otros debates. Sheinbaum fue al debate a mostrar disciplina: una cualidad que la caracteriza no sólo en el debate, sino antes de él, a pesar de él y en todos los aspectos de su gobierno y su campaña. Nada en Sheinbaum es improvisado, y si lo es, es sólo dentro de los límites de lo que ya previamente planificó como alternativas posibles.

Gálvez también se muestra en su debate como es: va preparada sólo en el sentido de que ensayó -y esta vez incluso memorizó- algunas de sus líneas, pero su preparación carece de algo elemental: estrategia. A pesar de que lleva carteles con imágenes que la ayudan a ilustrar muchos de sus ataques, no pensó tácticamente en el momento adecuado para mostrarlas. Las usa erráticamente, o en un orden predeterminado inmune al tema en turno, como tarjetas de lotería: “Los Panama Papers”, “La ivermectina”. Ninguna de ellas da en el blanco porque la candidata de Morena no acusa de recibido ni Gálvez tiene tiempo de elaborar más. Las propuestas de Gálvez son pocas y opacas: ampliar la cobertura de la Pensión de  Adultos Mayores para incluir personas desde los 60 años, un programa para la alimentación adecuada, otro para atender la pobreza. Su política social, igual que esa imagen que nos dejan sus participaciones, está basada en tarjetas: con esta tarjeta te dan atención médica pública y, si no hay, entonces atención privada pagada con dinero público. Con esta otra recibirás 5 mil pesos mensuales si eres una mujer vulnerable, etc. Por cierto: ¿quiénes son las mujeres vulnerables y cómo se decide eso? Misterio. En estos detalles se esconde la celada de volver a usar los programas sociales como moneda de cambio por favores electorales. Aunque dice que no se acabará con los programas sociales -tan férreamente los defienden los votantes-, el hecho de “tarjetizarlos” esconde una trampa, pues pone una traba material a la universalización. Serían derechos a los que no acceden todos, sino sólo quienes tienen la tarjeta. Ya nos podemos imaginar el entramado de burocracia y corrupción que se puede desplegar en la implementación y entrega de esas tarjetas. En suma, las propuestas de Gálvez, aunque no ausentes totalmente del debate, son propuestas menos calculadas que las de Claudia Sheinbaum, quien no sólo las ha pensado con cuidado, sino que ya previamente las ha puesto a circular. Gálvez y su estilo desparpajado y casual le juegan en contra: frente a la seriedad y rigor programático de Sheinbaum, ella parece incauta y desorganizada. Pero intenta revertir esa desventaja a su favor: a Claudia Sheinbaum la acusa repetidamente de ser “una mujer fría y sin corazón”. Un reproche curioso si tomamos en cuenta que ningún varón en política sería acusado de semejante falta.

El candidato Máynez es el que muestra menos tablas pero viene con una consigna: lanzar ataques hacia los dos lados, que algo quedará. Su principal reto es convencer a la audiencia de que, a pesar de lo que han mostrado décadas de evidencia, en el país no hay dos proyectos políticos en disputa, sino tres. El tercero es el suyo. Cuál es, no lo sabemos porque en realidad toma propuestas de uno y discursos del otro. “Primero los pobres” es, un principio fundamental del obradorismo. Máynez está de acuerdo, pero también quiere reprochar (otra vez viene a la mente la imagen de las tarjetas de lotería) que en este gobierno se canceló el programa que subsidiaba estancias infantiles. Entonces convierte lo que es un principio en un eslogan que condensa las dos ideas, sin decir nada nuevo: “Primero los niños y niñas”. A Máynez le recomendaron mantener siempre un buen ánimo concordante con la imagen “fosfo” de su partido, e intenta sonreír permanentemente, pero no hay músculo facial que aguante ese rictus por dos horas, así que la sonrisa se le cae cada vez que se distrae.

Los debates, está más que dicho, no cambian un ápice las preferencias electorales, ni lo harán en un escenario en el que la puntera lleva tantos puntos de ventaja. Tampoco son buen indicador para conocer qué tan “presidenciales” son los candidatos, pues dominar las habilidades de ajustarse al tiempo y no dejarse dominar por las provocaciones, aunque sean indispensables para el ejercicio de un cargo público, no son, ni cercanamente, las únicas ni las más importantes para conducir los destinos del país. Lo que sí nos dan es la oportunidad de ver a los candidatos desempeñarse bajo una situación de tremendo estrés y confirmar esos rasgos de su personalidad -y de lo que podría ser su modo de gobernar- que ya conocíamos desde antes. 

Violeta Vázquez-Rojas Maldonado
Doctora en lingüística por la Universidad de Nueva York y profesora-investigadora en El Colegio de México. Se especializa en el estudio del significado en lenguas naturales como el español y el purépecha. Además de su investigación académica, ha publicado en diversos medios textos de divulgación y de opinión sobre lenguaje, ideología y política.

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