Melvin Cantarell Gamboa
22/11/2023 - 12:05 am
El peligro está aquí, el desierto crece
Quien se decide a pensar, a desplegar el uso de la razón y ajustar su inteligencia a la voluntad de saber sobre lo que sucede en su entorno, a reflexionar sobre el estado del mundo, la época y la gravedad de la situación, seguramente se inclinará por la inversión de sentido de todo lo que hoy aceptamos como bueno.
“Toda época está infectada,
sufre dolencias propias”
Peter Sloterdijk.
Experimentos con uno mismo.
Todos debiéramos sentir como propias las dolencias del momento porque tenemos la obligación de pensar, entender y reflexionar sobre las condiciones de nuestra época y contemporaneidad, con la advertencia de que no es solo la búsqueda de la inocuidad frente a lo que nos causa daño, sino de comprometernos con la verdad sin importar el riesgo.
Escribo esto porque el tema de la guerra está presente y se recurre a experiencias existenciales para prometer que cada una de ellas será la última y al fin se alcanzará la deseada paz perpetua. El 11 de noviembre de 1918, por ejemplo, se firmó el armisticio que ponía fin a la Primera Guerra Mundial, se dijo entonces que sería la “última guerra de la historia”, sin embargo, a ésta han sucedido otras cada vez más horrendas y atroces que dan testimonio de lo monstruoso de la voluntad de poder que prevalece en el mundo, de la hipocresía y el cinismo con que se intenta velar la ambición, el cálculo y la avidez de beneficio; solo que ahora éstas pasiones son inseparables de la destrucción de la naturaleza convertida en artefacto, utensilio, producto objeto, cosa y mercancía por la tecnología ultramoderna y el sistema capitalista neoliberal que representa un nuevo tipo de sociedad totalitaria que destruye la libertad mediante la pseudo libertad individual, eliminando, al mismo tiempo, la verdad, la comunicación, la experiencia histórica y propagando el odio en afán de ampliar su dominación.
El despedazamiento entre pueblos, etnias, clases e individuos en competencia unos contra otros, es universal. Hoy los hechos demuestran el carácter pseudo inclusivo de los sistemas económicos-políticos; sus promesas de justicia social son solamente estrategias retóricas idiosincráticas, que se materializan en un discurso de inclusión y una política de exclusión, ante la cual los condenados de la tierra, al ver cerrados los caminos, en ocasiones optan por la vindicación directa por medio de la ira y la violencia que los hace sentirse actores justicieros por un momento en su deseo de hacer lo posible para hallar un lugar en el mundo.
En la actual coyuntura, por ejemplo, un pueblo sin país, los palestinos, vive la amenaza de exterminio y aniquilación debido a que Israel incumplió el acuerdo firmado en la ONU, el 23 de septiembre de 2003, que creaba un Estado Palestino independiente, no miembro de las Naciones Unidas, como lo hicieron antes con las resoluciones del Consejo de Seguridad de ese organismo en 1948, 1967 y 1973, desacatos que dieron lugar a enfrentamientos frecuentes entre palestinos y el ejército israelí. Tal es el origen del grupo armado Hamas y de su radicalización actual, responden al anhelo del excluido a la posesión de un territorio y un lugar donde vivir con un gobierno propio, libre de la carga impuesta por la ambición del vecino, su avidez territorial, propio del egoísmo del poderoso frente al débil. Sus acciones son inaceptables, ninguna violencia debe ser permitida venga del bando que venga, solo que, en este caso, a los israelitas hay que exigirles algo más que permitir el ingreso de ayuda humanitaria a Gaza y obligarlos a un alto al fuego y a no persistir en el asesinato de civiles indefensos, mujeres, niños y ancianos.
Escribió el filósofo y poeta francés Paul Valery: “La actual civilización es mortal, no sólo los hombres”; estas durísimas palabras deben obligarnos a pensar y reflexionar en términos comprensivos para detener la amenaza de guerra total que amenaza al planeta (Ucrania, Palestina, Líbano, Irak, Siria, Irán y Medio Oriente). Ante el peligro de lo que pasa estamos obligados a reaccionar como corresponde; no hacer nada porque no entendemos ni comprendemos es irresponsable; urge decidir un camino de salvación en función de lo que es conveniente para todos en términos de equidad, dignidad y justicia, pues, de otra manera, todo estará perdido.
Nietzsche escribió (Más allá del bien y del mal): “El que no es capaz de ver más allá de sí mismo y ascender por encima de sí mismo hasta el ámbito de su misión, para hacerse cargo de la misma, conforme a su esencia… demostraría que el hombre es todavía un animal, un bárbaro, un no definido y no un ser de razón; muy lejos de ser capaz de ponerse por encima de sus ambiciones, egoísmos y avidez”.
Lo que está sucediendo alimenta el peligro total, pues a lo anterior hay que sumar las últimas decisiones tomadas por las grandes potencias: romper o abandonar los acuerdos de paz, de no proliferación de armas nucleares, de no agresión, no respetar las votaciones de las naciones miembros en los organismos internacionales o vetarlas si no se ajustan a sus intereses. Nada de esto es inocuo, solamente que, de seguirse rechazando las soluciones propuestas, pronto quedarán fuera del alcance de los organismos internacionales lograr una pacificación planetaria, cancelando de esta manera la posibilidad de conquistar ese porvenir “glorioso” tantas veces prometido.
Quizás algunos ingenuos piensen que la falta de acuerdos para conciliar los conflictos se deba a que ningún sistema, ningún país y ninguna institución ha completado su evolución ni la humanidad ha definido todavía como llegar a ser lo que puede ser y el hombre incompleto que somos aún no ha descubierto ni inventando la fórmula de paz adecuada para beneficio universal, porque todavía se fundamenta en el poder jerárquico, en las armas y, de este modo, es imposible eliminar el peligro que amenaza la seguridad global y mientras esta creencia no se supere ningún ofrecimiento de paz será posible y las promesas seguirán ofendiendo el sano juicio.
Hasta ahora solo hemos vivido en una paz armada y quien se arma está en guerra y no vivirá en paz jamás. La humanidad solo podrá establecer su morada y gozará de tranquilidad y seguridad perpetua cuando detengamos el desierto que ahora crece, mientras esto no suceda el mundo aciago en el que vivimos continuará descendiendo paso a paso a los infiernos.
En los hechos, vivimos una crisis de civilización basada en la estimulación de necesidades, al mismo tiempo que se niega a los débiles su derecho a vivir, crecer y expandir sus anhelos de satisfacción. Un deseo insatisfecho, dice Nietzsche, “es una voluntad de nada y se expresa: nada vale, la vida ya no vale nada”; los marginados del planeta vivimos a la deriva, sin rumbo, desorientados, en el vacío administrados por una racionalidad estratégica fundamentada en lo utilitario e instrumental (Escuela de Frankfort), erráticos, en desarraigo respecto al mundo de la vida bajo el dominio biopolítico del capital (Foucault y Sloterdijk), con la paradójica obligación de ser felices; distorsión patológica cuando se pierde todo compromiso con la verdad.
¿Por qué este pesimismo? Porque nos negamos a pensar, entender y comprender nuestro mundo. Por esa razón escribió Federico Nietzsche, El desierto crece (“Así hablaba Zaratustra”). Ese desierto, esa crisis de civilización a la que yo me refiero es el nihilismo que caracteriza el pensamiento actual. “El reino del nihilismo”, según Nietzsche, se expresa en los valores superiores a la vida (Dios, mundo trascendente, ideales, etc.) que, al ser superados por otros diferentes, la voluntad del poder dominante se hace negativa. Nietzsche sintetiza esta transmutación con “la muerte de Dios” y el fin del mundo suprasensible considerado como verdadero de donde provienen ideales, que sustentan las creencias y el accionar de los hombres. Por esta razón el nihilismo es el más inquietante de los huéspedes en la cultura y en la política, se ha colado por todas las puertas y sigue avanzando mientras nos neguemos a pensar, a desplegar el uso de la razón y ajustarla a la voluntad de saber para reflexionar sobre el estado del mundo y de la época, para actuar sin demora en vez de permanecer indolentes, apáticos, negligentes y desidiosos; ya que solo podemos reaccionar con certeza sobre aquello que entendemos y, sólo somos capaces de entender aquello que nos afecta y nos daña porque constituye un peligro, pues lo grave siempre da qué pensar.
Pensar sobre la condición humana necesariamente conduce a la materialización de acciones concretas capaces de liberarnos de un estado de cosas indeseable. Quien se decide a pensar, a desplegar el uso de la razón y ajustar su inteligencia a la voluntad de saber sobre lo que sucede en su entorno, a reflexionar sobre el estado del mundo, la época y la gravedad de la situación, seguramente se inclinará por la inversión de sentido de todo lo que hoy aceptamos como bueno.
No obstante, no basta saber pensar por sí mismo, esta cualidad humana no es suficiente para combatir e impugnar lo que existe, hay que sumar otros poderes y utilizarlos para su derribamiento. Hasta hoy “nuestra especie ha sido definida como animal racional, en adelante, ese animal ha de superar su actual humanidad para elevarse al status del sobrehumano, la racionalidad es la etapa intermedia entre la bestia y la barbarie actual” (Nietzsche, opus. cit.); es cierto, aun nos separa un abismo del sobrehumano, sin embargo, “este hombre desmedido, meramente cuantitativo no es la continuidad imperfecta del individuo actual, sino el más pobre, el más simple, más tierno, más sensato, prudente y parco de los seres pertenecientes al género sapiens” (opus. cit.).
Ahora bien, las élites, el sistema y sus pensadores se han planteado el problema y proponen también la superación del hombre actual proveniente de Renacimiento y completado por la Ilustración; parten así mismo de la idea “crisis de civilizatoria”; sin embargo, no pretenden comprender lo que es el hombre, sino predecir lo que puede llegar a ser y convertirse; su propuesta incluye superar las actuales limitaciones humanas, intelectuales y biológicas mediante la bioingeniería, violentando de esta manera la evolución a través de la tecnología hasta alcanzar el Ubermensch (el superhombre, en el ideario yanqui el indestructible supermán); el procedimiento está en marcha y todos estamos incluidos en el proyecto cuya avanzada está representada por internet, teléfonos celulares inteligentes, redes sociales que controlan nuestros datos, gustos tendencias, inteligencia artificial y la unión de lo orgánico con la cibernética en las criaturas cyborg o robots inteligentes.
La propuesta nietzscheana es todo lo opuesto, la idea del sobrehumano se identifica con la superación de la naturaleza humana y de los valores humanos vigentes; es el hombre incompleto que se superará a sí mismo en conexión directa con la naturaleza, la originalidad de la vida y basada en la nobleza propia de la especie, divorciada, eso sí, de las distorsiones de la cultura y la civilización actuales.
Postdata: El bloque en el Senado conformado por PAN, PRI, PRD, MC y Grupo Plural, presentó una acción de inconstitucionalidad ante la Suprema Corte contra la reforma a la Ley Orgánica de PJF que elimina 13 fideicomisos del Poder Judicial. Sobre el tema me permito el siguiente comentario: La ubicación de la Suprema Corte no debe asociarse al poder, pues desde esa posición favorecerse a sí misma sobrepasa la soberanía que le asigna el régimen republicano que se vincula a un territorio de poder específico; sólo el poder absoluto puede alcanzar inmunidad absoluta, lo que lo debilita. Si el poder de la Suprema Corte es aplicado a la autoinmunidad, la conducirá a su autodestrucción, a la anomia, la anarquía y la disolución de la propia casa y sin casa, dice Derrida, no hay hospitalidad (Jacques Derrida. La escritura y la diferencia. Ánthropos Ediciones. Barcelona).
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