Fabrizio Mejía Madrid
20/09/2023 - 12:05 am
El buen salvaje y el mal caníbal
Les pido una disculpa por haberlos sometido a escuchar estas loas, ensalzamientos y hasta piropos acaramelados de los propagandistas de Xóchitl Gálvez en los medios. Pero es necesario para los propósitos de esta columna que trata, no de la Senadora, sino de la marca que sus creadores han querido hacer de ella.
El 10 de septiembre pasado, el exembajador de Vicente Fox en Cuba, Ricardo Pascoe, escribió en El Heraldo lo siguiente: “Xóchitl Gálvez vino a revolucionar la vida política e intelectual del país. Xóchitl terminó quitándole al Presidente la primacía discursiva, cuya capacidad de aplastar las ideas diferentes es el sello distintivo de la casa morenista. Porque Xóchitl ya es un fenómeno cultural, sentimental, icónico en el imaginario de la mexicanidad. Empezando por su nombre, Xóchitl, y pasando por su historia de vida, ella es un fenómeno disruptivo para Morena. Es generadora de un estado de ánimo social (…) Xóchitl sabe esto y está en plena elaboración de los planes para salvar a México de ser estrangulado, como país, por la perversión de este hombre que sueña como ser un objeto mítico en la historiografía mexicana. Pero la fantasía futurista del Presidente se equivoca en una cosa central: todas las grandes figuras históricas son reconocidas por lo que hicieron cuando unificaron a la nación alrededor suyo. AMLO se ha dedicado a dividir a la nación. No sabe unir. Su propio movimiento está dividido. No es un gran líder histórico. Es un peón de momento, una figura que morirá en la pira ardiente del repudio por haber pensado sólo en él, no en todos. Xóchitl construye, no destruye. Los grandes líderes son constructores de naciones y consensos. Para eso no necesitan dejar elefantes blancos en su camino. La convocatoria de Xóchitl tiene validez para lo urbano y lo rural. Para todas las clases sociales, todas las regiones del país. Ella es el antídoto al sectarismo y la polarización (…) Xóchitl, con ese nombre, genera un nuevo estado de ánimo social y conquista a un país cansado de los falsos redentores. Su nombre reúne auténticamente la esencia de México: lo antiguo, lo ancestral fusionado naturalmente con lo moderno, con el mundo”.
Héctor Aguilar Camín escribió el 10 de julio en algo llamado Expreso 17: “Lo inesperado del momento mexicano es la irrupción de Xóchitl Gálvez. Se debe a muchos factores, pero uno, central, es que agrietó la fortaleza mayor de López Obrador, que es su discurso. Xóchitl tiene un discurso alternativo, un habla que conecta con la gente, y que tiene, sobre el discurso del Presidente, las ventajas de la frescura, la fluidez y el humor. No es un discurso construido por comunicadores o estrategas de campaña. Es un discurso que nace de la persona misma de Xóchitl Gálvez. El mensaje es uno con la mensajera. El discurso de Xóchitl brota de ella con naturalidad, como el de López Obrador, pero su emisión es aire fresco en el ambiente duro, polarizado y rijoso del habla del Presidente. Nadie había podido tocar el mando narrativo de López Obrador. Ni sus rivales ni la realidad. Xóchitl Gálvez lo ha tocado. Sacó al Presidente de la zona de confort donde sus dicterios eran la última palabra. Ganó lo que buscaba: el derecho de replicarle a López Obrador. Directo a él, sin intermediarios. Y sus réplicas tienen la virtud de ser más rápidas, elocuentes y punzantes, que los envíos descompuestos de su interlocutor. El Presidente la subió al ring y la hizo crecer. Lo que vemos cada vez que se enfrentan en ese ring es que Xóchitl punza y baila como Muhammad Ali y el Presidente gruñe y tropieza como Sonny Liston”.
Finalmente, Enrique Krauze, escribió el 3 de septiembre en Reforma: “Xóchitl Gálvez no cree 'encarnar' al pueblo. Es parte natural de ese pueblo. Ahí reside su carisma. Mujer ante todo, y de origen modesto, indígena y mestiza, sojuzgada, liberada por sí misma, estudiante, ingeniera, empresaria, funcionaria pública, su biografía es una metáfora del mexicano que busca una vida mejor. Nada más, pero nada menos. Alegre, valiente, firme, no se doblegará. Hoy la esperanza ha cambiado de manos, está de nuestro lado y no la vamos a soltar hasta lograr el sueño mexicano”, dijo Gálvez, en su discurso del 1 de septiembre. Tiene claro el agravio pero no piensa ahondarlo sino superarlo hablando sin mentira a todos los mexicanos, desterrando el odio, propiciando la reconciliación nacional, única base posible para encarar los viejos y nuevos problemas de este lugar entrañable y nuestro que escribe su nombre con la X”.
Les pido una disculpa por haberlos sometido a escuchar estas loas, ensalzamientos y hasta piropos acaramelados de los propagandistas de Xóchitl Gálvez en los medios. Pero es necesario para los propósitos de esta columna que trata, no de la Senadora, sino de la marca que sus creadores han querido hacer de ella. Primero, vayamos a la realidad: Xóchitl Gálvez es desconocida para la mitad de los electores, según la encuesta domiciliaria de Enkoll, la encuestadora de W Radio y el diario español El País. Pero, mucho más grave, tiene más opinión negativa que Samuel García, Dante Delgado o Eduardo Verástegui. 32 por ciento piensa mal o muy mal de ella. Sólo 28 por ciento votaría por ella. Así las cosas, nos podemos deshacer de los galanteos del exembajador de Fox en Cuba porque no hay forma de sustentar que, como él decreta, la señora sea “un fenómeno sentimental en el imaginario de la mexicanidad”. Porque, cuando uno oye la palabra “México”, no piensa en mole, Zapata, mariachis, y el calendario azteca, sino en Xóchitl Gálvez. Ha de ser. Aguilar Camín, por su parte, tampoco podría sustentar su hiperbólico enamoramiento boxístico con la Senadora porque no sólo no ha respondido con transparencia a las acusaciones de haber usado su único cargo de elección popular para enriquecerse con contratos extorsionados, sino que ha dicho que “son asuntos privados”, es decir, en términos de Aguilar Camín, es alguien que no se ha subido ni al ring. Es más, no está ni en el estacionamiento de la arena. Lo de Krauze es, como siempre, un desvarío: ¿Cómo cree que la señora Gálvez “reconcilia” si ha insistido en su discurso de odio geográfico contra el sureste, al que sigue sosteniendo como nido de haraganes? ¿Cómo será esa “reconciliación” que le dice huevones a los beneficiarios de programas sociales? Siguiendo con esto, el exembajador del “Comes y te vas”, cree que la historia se hace a base de “reconciliación” y no de enfrentamiento de valores irreductibles. Así, debe creer que Hidalgo, Juárez, Zapata, Madero, Villa, Lázaro Cárdenas iban por la vida amistando con los españoles, los conservadores imperialistas, los porfiristas, las compañías petroleras extranjeras. Según él, todos los momentos decisivos de nuestra historia serían producto de contentar a todos, avenirlos, y exhortar a que congeniaran unos con otros.
Pero esto me da la clave para esta columna. López Obrador es, en palabras de estos mismos propagandistas, un “Mesías tropical”, según Krauze, “un hombre sin mundo”; un “petulante y un pendejo” para Aguilar Camín, y un “terco, inculto y poco inteligente”, para el exembajador. Pero Xóchitl Gálvez es “natural” y “fresca”, según Camín. “parte natural del pueblo”, según Krauze. Y, bueno, el exembajador no tuvo pudor con su galantería casi libidinosa. Es la reedición de la contradicción de los españoles colonialistas entre el buen y el mal salvaje; entre el esclavo con el que se condesciende y el caníbal que escapa a su control; entre el indio encomendado en cautiverio y el alzado contra el régimen colonial.
En un reciente libro publicado por la editorial El Chamuco, Ternuritas. El linchamiento lingüístico contra AMLO, el filósofo David Bak Geler, hace una disección del lenguaje que se ha utilizado, no contra Andrés Manuel, sino contra la posibilidad de que los millones que representa, los antes excluídos de la vida pública, los plebeyos, tengan un lenguaje propio. Se les despoja, primero de cualquier racionalidad, capacidad de pensar, y de abstracción. Así, Jorge G. Castañeda escribió el 19 de noviembre de 2019: “Tenemos un gobierno ajeno a la racionalidad, a los pactos, a la evidencia, a la técnica. El lema implícito de su gobierno es nada menos que “¡Muera la inteligencia! ¡Viva la muerte!”.
Aguilar Camín, 1 de junio de 2022 diserta: “En nada ha sido tan efectivo como en desbaratar lo que heredó, pensando que iba a suplirlo con una transformación histórica, hija de una confusa epopeya por venir, construida en su cabeza como un bloque de hormigón armado con los clichés de los libros de texto gratuitos de su escuela primaria”. En un texto escrito para arriba, “La política del escupitajo”, Jesús Silva Herzog Márquez escribe en Reforma (14 de marzo 2022): “Su universo gramatical consiste de 15 frases”. Como dice David Bak y suscribo, el intento es decir que millones de mexicanos deberían ser ciudadanos sin lenguaje, es decir, súbditos con los que no se debe dialogar ni escucharlos porque carecen del lenguaje, del pensamiento abstracto y, por lo tanto, de la posibilidad de debatir los asuntos públicos. Es un pueblo que, para empezar no existe, porque los catedráticos que sí saben los nombran como “ciudadanos”. Pero, después, ese pueblo que respaldan ocho de cada 10 mexicanos, según la más reciente encuesta del Centro Pew de Washington, no tiene el instrumental para saber lo que es “gobernanza”, “pluralismo”, “sociedad civil" o “contrapesos”. No saben de teoría política y, por lo tanto, su lenguaje carece de legitimidad. Pero a la idea de que todos deberíamos quedarnos callados y obedecer a Aguilar Camín, Krauze y Castañeda, se le añaden otros despropósitos.
Como habla cada mañana, lo acusan de incontinencia verbal. El 8 de agosto de 2022, la conductora Tere Vale dijo en el programa de Ricardo Rocha: “Un día, a lo mejor dentro de muchos años, se encuentra fosilizado el cadáver de López Obrador, ve tú a saber, y entonces dicen, ‘el único hombre que tenía la próstata en el cerebro, caray, cómo no nos dimos cuenta'”. Pero, a lo que apunta Bak revela la intención de crear asco, repugnancia contra algo infeccioso. Nada más claro que el texto de un reportero de Mexicanos contra la Corrupción de Claudio X. González, Salvador Camarena, que se atrevió a publicar esto el 25 de junio de 2021 en El Financiero: “Hay que limpiar el lenguaje, quitar lo que quieren agregarle a fin de dividir. Llevamos tres años de descuido, meses y meses de permitir el intento de imponer palabras y oraciones que reducen los universos an- tes que ampliar las posibilidades de explicarnos y entendernos. Con la práctica adquirida en la pandemia, cuidemos la boca y limpie-mos el lenguaje, no nos vayan a contagiar”.
Perdidos en la repugnancia del contagio a lo popular, que necesariamente es tosco, analfabeta, iletrado, sucio, vulgar, Denise Dresser, el 28 de junio de 2021 acierta al menos en definir sus emociones con respecto, no al Presidente, sino a los millones que lo aprueban. Dice Dresser: “El Presidente todo lo trastoca, todo lo redefine, todo lo resignifica para que lo blanco sea negro, el petróleo y el carbón parezcan la panacea, lo ciudadano sea ‘fifí’, la defensa de fideicomisos científicos sea la defensa de la corrupción, la lucha por derechos se vuelva la apología de los privilegios, lo progresista se convierta en conservador. El país que AMLO quiere es uno que se reacomoda a la profundidad de sus prejuicios, y al tamaño de su ignorancia”. Esa redefinición de lo que fue el régimen del PRIAN con su “transición a la democracia”, su IFE-INE, e IFAI, es lo que ya no entienden los analistas como Dresser y vierten sus entrañas para compartirnos su desdicha intelectual.
Silva Herzog desde el 28 de noviembre de 2018 ya tenía su análisis de un Gobierno que todavía no empezaba: “Su proyecto no termina de perfilarse, pero lo que tiene ya forma plena es la épica de los símbolos. Por lo pronto, la hazaña histórica a la que convoca es, más que cambio, representación del cambio. Romper con las efigies, abandonar los ceremoniales, dejar atrás recintos y vehículos. Destrozar emblemas. Contar de otro modo nuestros cuentos. Cultivar el conflicto y señalar al enemigo. Darle nombre al presente. La residencia presidencial se convertirá en museo, desaparecerán los guardias presi- denciales, se venderá el avión oficial. Seremos testigos de una obsesiva ostentación de sencillez. Tendremos como presidente a un franciscano que hace streaming de su modestia. Ahí está el acento del lopezobradorismo y, visto de cerca, no parece una estrategia absurda. ¿No se engolosina la política contemporánea con la gestualidad? ¿No hemos sustituido el cambio por la representación del cambio? En la era de las restricciones, aparece la tentación de desplazar el poder al territorio de los símbolos y escapar así de la impotencia política. Cambiarle el nombre a las cosas, mudar huesos, abandonar palacios, tirar estatuas, rebautizar calles y parques. Esculpir de otro modo el cuerpo del nosotros”.
Pero, ante no legitimar lo que dice la mayoría, insultarla, llamarla ignorante, supersticiosa ---el libro de Bak tiene todo un capítulo sobre la pandemia y el amuleto de AMLO---, con la que no se puede dialogar porque repite 15 frases que no entiende, llegamos a la cúspide de la oposición: el “Vas carnal” que nos llegó el 23 de mayo 2021, gracias al periódico Reforma y a un columnista que saltó a la celebridad lamentablemente vacía, Eduardo Caccia. Ese “carnal” fue un intento de manual para que los empresarios pudieran comunicarse con los que inevitablemente iban a votar por Morena en la elección intermedia de 2021. Fue un esfuerzo monumental de tratar de copiar el lenguaje del obradorismo pero fracasó cuando se empezó a parecer a un diálogo entre Pedro Infante y La tusita en Nosotros los pobres, sobre todo cuando recuperó el “derecho al pecho la flecha”.
Y así llegamos a Xóchitl Gálvez y al uso de la grosería para hablar en boca de Marko Cortés y "Alito" Moreno del PRIAN. No hay mucho qué hacer con ese lenguaje impostado de naturalidad sobre todo ahora que Xóchitl lee todo, hasta las groserías, de una tarjetita que le escriben. Ella es la salvaje controlada por la élite. Andrés Manuel siempre será su caníbal. Así, el buen y mal salvaje del siglo XVIII, regresan, como dice el clásico, en forma de farsa.
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