Susan Crowley
05/08/2023 - 12:04 am
Basquiat y Warhol, la amistad improbable
Warhol reconocía en Basquiat algo que nadie más supo ver. Su fragilidad, enorme sensibilidad y también su melancolía y autodestructiva expresividad. Las obras de Basquiat pueden verse en dos sentidos.
El arte se hace cargo de tomar la realidad del mundo y convertirla en verdad trascendente. En todas las épocas, el artista ha sido mucho más que un artesano o un cronista. Es el responsable de que los hechos inmediatos, actuales, cobren un sentido en el tiempo. Los vuelve universales. Para ser un artista se necesita talento, habilidad, pero, sobre todo, saber leer los acontecimientos de manera tangencial. Descubrir en ellos los símbolos y significados que podrán ser leídos de múltiples formas en el futuro. La mirada de un artista ha de ser aguda, sagaz, hacer a un lado lo que sobra y leer con cuidado lo que no se ve en la superficie. Ver y plasmar lo que los demás no vemos.
El sentido del arte es sintetizar el espíritu de una era, y transformarlo en sentido. Andy Warhol es ese artista para la cultura americana y para el siglo XX. Ilustrador, pintor, fotógrafo, cineasta, autor de diarios que dejaron tantas revelaciones. Sobre todo, iconografista de una sociedad naciente y a pesar de ello, compleja, cuyos personajes no eran fácilmente catalogables. Cada uno de ellos fue captado por el artista de la peluca platina, de un trazo. “¿Quieres saber realmente quién eres?, ve una lata Campbell’s”. El arte de Warhol rescata de su vacío a una sociedad capitalista desbordada por su ansioso anhelo de consumo y la convierte en el nuevo panteón del poder económico, del vacío y la ansiedad, redimiéndola a través del arte.
La belleza de una lata (Campbell’s), la perfección de una caja de detergente (Brillo box), el rostro de una mujer vacía (Marilyn), hoy son considerados iconos. Como lo dice Arthur Danto, equivalen al poder de las imágenes sagradas de cualquier religión; en este caso, el poder de una sociedad que entregó su vida al dinero y al espectáculo.
Para poder leer a esta sociedad, Warhol tenía que saber impregnarse de ella. Al mismo tiempo conservar actitud distante, fría. Deambular por los sitios que esta solía frecuentar. Como diría Jean Baudrillard ser trans-parente. Camuflarse con la noche, imbuirse en el mal sin mancharse. Ser como ellos, pero nunca uno de ellos. Todos querían a Andy, pero, Andy ¿a quién quería? A muy pocos, contados seres cruzaron la línea de intimidad en su vida.
Uno de esos seres que irrumpió en el ámbito privado del afamado artista, fue Jean Michel Basquiat. SAMO, Same old Sheat, (la misma mierda de siempre). Fue el seudónimo del artista. Un joven mulato de belleza exótica, mirada profunda, extravagantes rastas, elegancia disfrazada. SAMO fue su sello, la carta de presentación y firma con la que tapizó las calles de Manhattan. SAMO era el código y la ruta hacia un nuevo lenguaje artístico. Símbolos, significados, poesía, filosofía, música, especialmente jazz, Miles Davis y una enorme carga de sátira, de inteligencia y de pulsión tanática. Lenguaje críptico que aún espera ser descifrado, pese a ser interpretado miles de veces. SAMO fue el alter ego con el que penetró, como pocos lo han logrado, en la porosa fama neoyorkina. Con SAMO sometió al mundo de los inaccesibles esnobs, coleccionistas, socialités del arte a colmar sus ansias.
La vida de Basquiat fue corta, apenas 28 años. Fugaz. Suficiente para convertir su obra en única, potente, trascendente. Reflejo de la locura y el desenfreno, de la belleza, la poesía y el espíritu, símbolo del arte contemporáneo. Impetuoso, lleno de pulsiones, parecía saber que sus días estaban contados. Se los devoraba en arte y fiesta, en alcohol, drogas y creación. SAMO salva idiotas.
Es con su firma, SAMO, con la que impacta a una figura trascendente del arte del siglo XX, Andy Warhol. ¿Qué vio el icónico artista en un joven que a veces parecía no bañarse o haber emergido de un bote de basura? El mismo Warhol lo cita en una de sus conversaciones con su amiga, Paige Powell: ‘¿Ya estás empezando de nuevo tu rollo gay con Jean-Michel? Le respondí: ‘Escucha, no me iría a la cama con él porque es tan mugriento”. La fecha de esta conversación, 11 de enero de 1987, justo dos semanas antes de la muerte de Warhol.
Juntos, como iguales, deciden crear un cuerpo de obra y dejar plasmado su afecto, contradicciones, puntos de vista, amistad, diferencias que, en suma, los colocan en el mismo nivel. El tránsfuga de las noches por calles oscuras, por el Metro, por los peligrosos suburbios. El otro un amo de la vida nocturna, ese reino en el que deambulaban todos, Madonna, Grace Jones, Deborah Harris, Mick Jagger, todos figuras retratadas por Warhol. Ahí logró colarse ese joven irreverente vestido como un personaje con ropa de segunda mano que lo hacía ver como poeta maldito, dispuesto a seducir a todos. Los sedujo. Warhol lo dejó dominar a sus dominados. En el fondo sería por muy corto tiempo, ¿lo sabía Warhol?, ¿lo sabían ambos?
“Lo que hubo entre Jean-Michel y Andy no fue algo romántico, sino simbiótico”, recuerda Paige Powell. “Pintaron obras juntos, compartieron estudio y viajes ocasionales. Pero no fueron amantes ni nada parecido. Simplemente se necesitaban el uno al otro. Jean-Michel era hipnótico, poético, enérgico, extremo e impulsivo. Andy era divertido pero formal, poético, pero desde ángulos muy distintos. Jean-Michel idolatraba a Andy. Y Andy siempre estaba en busca de algo nuevo y enérgico”.
Pero había algo más. Warhol reconocía en Basquiat algo que nadie más supo ver. Su fragilidad, enorme sensibilidad y también su melancolía y autodestructiva expresividad. Las obras de Basquiat pueden verse en dos sentidos. Uno es el impacto inmediato. Los lienzos grafitados como muros de la calle, los colores contrastantes, los garabatos. Una segunda lectura es el lenguaje interior, la destreza para crear un cosmos en el que cada elemento tienen un sentido, responde a una creación ex nihilo. Un golpe de poder de un demiurgo que se adueña de los lenguajes. Sinuoso, vertiginoso. Una especie de rayo que fractura la realidad y la lleva a niveles de profundidad increíbles. Para Warhol, la obra de Basquiat era una disección de la sociedad, eso que él colocaba con un orden y una “planitud” únicos, Basquiat lo tasajeaba hasta sangrarlo y hacerlo vomitar el horror.
Fueron cientos de obras las que llevaron a cabo a “cuatro manos”, un trabajo creado a partir de conversaciones, de acuerdos tácitos, de enfrentamientos, de silencios y de sentimientos encontrados. En cada uno de los lienzos Warhol ofrece el soporte, invita a Basquiat a invadirlo, a poseerlo con su salvaje dandismo, al Warhol frágil, femenino. Le extiende su cuerpo de obra para que opere como un amante impetuoso; lo deja hacer. Lo invita a trasgredir. Como Rimbaud a Verlaine, en una orgía infinita de talento, sadomasoquismo y locura. Son obras monumentales, llenas de iconografías warholianas y basquianas, si se puede decir así.
En la fundación Louis Vuitton de París se lleva a cabo una exposición ambiciosa, los trabajos de colaboración de ambos en los que se suma la creatividad del artista de la Transvanguardia italiana, Francesco Clemente. En estas ligas se puede encontrar algo de lo que contiene:
https://www.fondationlouisvuitton.fr/fr/evenements/basquiat-x-warhol-a-quatre-mains
https://www.fondationlouisvuitton.fr/fr/evenements/basquiat-x-warhol-a-quatre-mains
Una exposición que une y confronta a dos genios del arte que supieron mirar, cada uno desde su trinchera. Una mirada tangencial, profunda, incisiva en un siglo que rebasaba su primera mitad y en el que parecía que ya todo se había visto, guerras, drogas, alcohol, consumo, SIDA, políticos corruptos, fiestas convertidas en orgías, callejones sin salida interminables. Después de los horrores, la obra a cuatro manos resulta una refrescante crítica, en especial, a los pecados que ha cometido el mundo del arte y su fascinación por el mercado.
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