Violeta Vázquez-Rojas Maldonado
27/03/2023 - 12:04 am
Loret contra el español
"El reportaje de Loret desató reacciones muy esperables, especialmente de parte del público a quien va dirigido, mayoritariamente adverso al proyecto gobernante".
El 22 de marzo, el portal Latinus publicó un reportaje llamado “Libros para la militancia”. Consiguieron (sin decir cómo) los nuevos libros de texto de la SEP, y encontraron una serie de contenidos que, como dice el conductor del programa, Carlos Loret, harían a su audiencia “irse de espaldas”. Entre ellas enlistan que a los niños los enseñan cómo organizar asambleas, qué es una plenaria, cómo protestar contra las autoridades, y “que «dijistes», «buscastes», «estuvistes» está bien dicho”. Según Loret, los libros «quieren hacer de las escuelas una fábrica de militantes de Morena». El reportaje dice que los nuevos libros “tienen faltas de ortografía” y “desdeñan el uso correcto del lenguaje”. Se les acusa de mostrar ilustraciones “con niños de escasos recursos, en salones con paredes de madera y techo de teja”, además de que “normalizan el uso de la consonante “s” al final de los verbos, ya que esto sucede por las diversas maneras de hablar de la población”.
Con una búsqueda ni siquiera muy exhaustiva se puede encontrar el material de los nuevos libros de texto de primero de primaria en el sitio del profesor Alex Duve, que se dedica a difundir y explicar materiales docentes. El profesor, a su vez, los descargó del sitio de la SEP -donde ya no están disponibles-. Aunque la SEP no ha confirmado la autenticidad de estos materiales, es poco probable que se trate de documentos apócrifos, si bien es verdad que todo es material en edición.
El reportaje de Loret desató reacciones muy esperables, especialmente de parte del público a quien va dirigido, mayoritariamente adverso al proyecto gobernante. Su repudio a lo que han logrado ver de los mencionados libros (de los que el reportaje apenas muestra fragmentariamente unas cuantas páginas) se basa en alguna de las siguientes cinco razones, que me propongo a desmontar a continuación.
1. “Quieren normalizar el uso de «dijistes» y «subir p’arriba», y decirles a los niños que son formas correctas”
El libro Nuestros Saberes, al menos en esta versión, no sólo incluye esas formas, sino también los posesivos reduplicados como «su casa de Pedro» y las contracciones como «tons», «ma» o «pa». Las describen como formas que “se pueden usar en el lenguaje que se emplea todos los días con la familia o las personas conocidas”. En ningún momento se les describe como “formas correctas”, aunque ciertamente tampoco se les tilda de incorrectas. El libro dice explícitamente que “hay dos formas de entender lo que pasa en una lengua”: una que considera que hay maneras correctas e incorrectas de hablar (la postura prescriptivista) y otra que, sin usar esos calificativos, simplemente consigna lo que los hablantes, de hecho, dicen, sin juzgarlo como formas “buenas” o “malas” de hablar. Esta postura, la descriptivista, es el punto de vista que adoptan los estudiosos del lenguaje cuando lo abordan desde un acercamiento científico. Es decir, el libro, si algo hace, es cambiar un enfoque normativo por uno más actualizado y más sustentado en la ciencia.
Esas formas de hablar que se consignan, además, son muy frecuentes, y bastante extendidas no sólo en México, sino en varios países hispanoparlantes. No porque ahora se hable de ellas en un libro de texto la gente las va a usar más; antes al revés: se habla sobre ellas y se reconoce su existencia precisamente porque la gente -y especialmente los usuarios de los libros- las usan.
La razón por la que a estas formas se les ha tildado de “incorrectas” es porque se asocian con el habla de las clases populares urbanas o rurales y que, en tanto tales, se desvían de la llamada norma culta o español estándar. Recordemos que el llamado “español estándar”, no es la lengua coloquial de nadie, sino una forma institucional e institucionalizada que se espera que se use en situaciones formales, en comunicaciones académicas, oficiales y en medios de comunicación. Si nuestra manera de hablar se desvía de la norma no es porque hablemos “mal español”, sino porque hablamos una variedad cotidiana, apta y adaptable -como toda variedad- a las distintas situaciones de comunicación en las que nos involucramos. Eso es, simplemente, lo que reconoce el libro.
Para sustentar que nuestra aversión contra “dijistes” se debe al estigma social que se asigna al habla popular y no a que la forma sea gramaticalmente anómala, pondré este ejemplo: cada vez hay más gente con educación universitaria (incluyendo altos funcionarios) que concuerdan el existencial “haber” en plural: hubieron problemas, si no hubieran guerras, no habría miseria, etc. Este uso es completamente divergente de la norma, (en sus palabras, sería “incorrecto”) pero, al no asociarse con habla de clases populares, no se le considera “marca de ignorancia”. En realidad, lo que consideran “ignorante” es el habla de las clases populares, no el habla de todos los que se desvían en mayor o menor medida de la norma académica, que somos prácticamente todos los hablantes de español.
2. “Si cada quien habla como quiere ya no nos vamos a entender”
La verdad es que nadie aprendió a hablar español con su libro de texto de la primaria. Todos adquirimos nuestra lengua materna en la casa donde crecimos, donde nos habló primero nuestra familia, nuestros padres y nuestros hermanos. Por eso se llama “lengua materna”. La variedad de lengua que hablamos, además, siempre tiene la impronta de este primer hogar: no sólo hablamos con el habla distintiva de nuestra región, sino también de de nuestra clase social y de nuestro grupo de edad. Por eso podemos muchas veces saber de dónde viene alguien -de qué lugar, de qué época y de qué estrato socioeconómico- por la manera como habla.
A todas estas distintas maneras de hablar nuestra lengua les llamamos “variantes del español” y no las consideramos idiomas distintos precisamente porque son mutuamente inteligibles. La noticia es que siempre hemos hablado diferente (es decir, diferente a otros grupos sociales) y también hablamos igual (es decir, igual a los otros miembros de nuestra comunidad de habla). No es verdad que los libros de texto que reconozcan esta diversidad “acaben con la comunicación”.
3. “Lo que pasa es que quieren que todos hablen como el Presidente”
El historiador Federico Navarrete dijo alguna vez en una entrevista que, si bien López Obrador no era el primer Presidente plebeyo de México, sí es el primero que no trata de disimularlo. Esto es muy evidente en su manera de conducirse, en el trato que tiene con la gente, en los lugares que escoge para comer o los medios que usa para transportarse, y también, emblemáticamente, en su manera de hablar. Son ampliamente conocidos y criticados su elisión de la “s”, el dequeísmo con el que salpimenta sus largas y bien documentadas notas históricas, y, desde luego, las “s” finales del pretérito, como cuando le dice, bromeando, a su esposa: “Te rayastes”. A sus opositores les molestan todos estos rasgos porque son marcas indiscutibles de su origen social, y no se acostumbra en este país que los altos funcionarios que crecieron en estratos populares no hagan todo para renegar de ellos.
Los libros de texto no están inculcando a los niños a “hablar como el Presidente”. Por el contrario, el Presidente es el que habla como hablan amplios sectores de la población. De hecho, gran parte de la eficacia de AMLO como comunicador político está precisamente en no ocultar este legado: le habla a la gente en una manera que les es familiar, cercana, que les permite reconocerlo como uno de los suyos. En suma, lo que los libros de texto hacen al reconocer estas variedades de habla como lo que son (maneras en las que se habla el español), es consignar que la manera de hablar de un gran número de personas es un fenómeno común y frecuente y no algo digno de mofa o de vergüenza.
4. Si no les enseñan “español correcto” a los niños, van a volverlos blanco de burlas y discriminación.
Esta crítica es curiosa porque viene de voces más “progresistas” e ilustradas. El argumento que aducen es que, aunque está bien reconocer que el español (como cualquier lengua) tiene variantes, algunas de esas variantes (la estándar y las que más se le parezcan) son de prestigio, mientras que las variantes populares están estigmatizadas. Eso es una verdad del tamaño de una catedral. Sin embargo, continúa el argumento, no enseñarles a los niños la variedad estándar sólo va a repercutir en que sufran mayor discriminación y rezago social.
El argumento es errado por dos razones: primero, no es verdad que se deje de enseñar la norma estándar. A los niños se les sigue enseñando la norma académica tanto en la expresión oral como en la escrita, eso no ha cambiado. Segundo, lo que sí se les enseña a los niños es a no sentirse menos por la variedad de español que hablan y a no discriminar a otros por hablar diferente. ¿No es eso a lo que aspiramos como sociedad democrática e incluyente? El pretexto de que reconocer la diversidad de hablas “amplía la brecha social” no tiene fundamento.
En suma, ninguno de los grandes temores que trata de infundir el reportaje de Loret sobrevive al más leve escrutinio racional. Esto, desde luego, no lo digo para convencer a los detractores del Presidente, que ni aunque se les muestren los resultados de más de cien años de ciencia del lenguaje van a cambiar sus prejuicios por razones.
Me interesa más que quienes apoyan un proyecto que combate abiertamente el racismo y el clasismo comprendan que detrás de nuestras ideologías sobre el lenguaje hay mucho de estos dos flagelos, y este es el tipo de problemas que trata de enfrentar la nueva escuela. Habrá cosas que criticarles a los libros de texto (la adecuación de las actividades, la relación con los programas, la coordinación con las otras materias, etc), pero eso ya lo analizarán desde su experiencia los docentes y los padres de familia.
También hay que recordar que, como reportó en su momento Hernán Gómez Bruera, hay una batalla entre las grandes empresas editoriales y la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuitos (CONALITEG), pues este gobierno canceló los contratos millonarios con los que estas empresas producían los libros. Apenas hace unas semanas, en la inauguración de la FIL de Minería, organizada por la UNAM, el presidente de la Cámara Nacional de la Industria Editorial Mexicana (Caniem), Hugo Setzer, se quejó de que la SEP no les ha informado sobre la cancelación de los contratos para la producción de los libros de texto. Según el reporte de Gómez Bruera, “las ventas en ese ámbito abarcan más de 350 títulos, más de 37 millones de ejemplares y una facturación total que es casi la mitad de todo lo que ingresa en la industria editorial mexicana”.
Las empresas privadas están perdiendo un negocio multimillonario al no ser más las beneficiarias de los contratos de la Conaliteg. Loret de Mola, junto con otros comunicadores, está emprendiendo una batalla en contra de la SEP en represalia por esta medida. Y su mejor arma es, como siempre, explotar el prejuicio de una clase media que se cree ilustrada y en la que remueve el temor de que este gobierno “no sólo es de ignorantes, sino que quiere hacer ignorantes a todos”. Ojalá comprendan que sólo los está usando.
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