Mujeres y personas menstruantes pueden pasar hasta más de 10 años antes de recibir un diagnóstico de Síndrome de Ovario Poliquístico (SOP) o endometriosis, los cuales se esconden como un dolor menstrual «normal» que en muchas ocasiones pasa desapercibido por médicos.
Ciudad de México, 18 de febrero (SinEmbargo).– Entre la normalización del dolor, la dificultad y el costo del diagnóstico, y la falta de información, mujeres y personas menstruantes pueden pasar hasta más de 10 años con cólicos paralizantes que les impiden llevar su día a día con la normalidad y sin el diagnóstico de Síndrome de Ovario Poliquístico (SOP) o endometriosis.
Estos dolores incapacitantes han llevado a quienes los padecen a ausentarse del trabajo y/o actividades escolares, de tal manera que el Congreso de la Ciudad de México aprobó una iniciativa que se presentará al Congreso de la Unión para que las personas que tengan dismenorrea (dificultad en la menstruación) incapacitante puedan obtener un permiso con goce de sueldo por dos días al mes y estén amparadas frente a un despido por estos motivos.
Las modificaciones propuestas a la Ley Federal de Trabajo y a la Ley Federal de los Trabajadores al Servicio del Estado establecen que este permiso se podrá emitir siempre y cuando se presente un certificado médico que acredite la dismenorrea en grado incapacitante, expedido por persona especialista en ginecología preponderantemente de alguna institución del Sistema Nacional de Salud.
Lo anterior se produce en un contexto en el que muchas mujeres y personas menstruantes no sólo sufren de cólicos, sino que desconocen que estos son síntomas de enfermedades tratables que pueden padecer. En el sitio web de Endometriosis México, un grupo que busca difundir información sobre esta enfermedad, se expone que hay un promedio de diagnóstico de nueve años para la endometriosis, lo cual afecta físicamente y emocionalmente al ser una enfermedad bastante desconocida, una falta de comprensión e incluso pacientes que han sido remitidas a recibir atención psiquiátrica al no identificar un origen fisiológico del dolor.
«Creo que los dolores se hacen a un lado, o sea, si lo que tienes que hacer al día siguiente es ir a trabajar, te tomas algo y vas a ir al siguiente día a chambear. El sistema en el que vivimos, por más abstracto que suene, creo que deja de lado ese dolor para cuando tengas dinero, entonces te lo vas a tratar, o cuando tengas tiempo vas a hacerlo, y la salud se deja a un lado hasta que el dolor es insoportable», expuso Xoch Quintero, persona no binaria e integrante de las colectivas Hola, Amigue y Juntrans Mx.
Elle empezó a padecer de cólicos fuertes alrededor de los 12 años de edad que le provocaban el llanto y la orillaban a visitar frecuentemente la enfermería en la secundaria; para cuando entró a preparatoria y a la universidad, se ausentaba de las clases en los días con mayor dolor e incluso se llegó a desmayar durante un curso. Años después pudo dar con su diagnóstico: síndrome de ovario poliquístico. Por lo que elle vivió derivado de los cólicos, celebró la iniciativa de los diputados y diputadas de la Ciudad de México.
«Considero que una licencia menstrual es justicia para todas las personas que menstruamos, ya que existen prejuicios, estereotipos y burlas al hecho de que muches de nosotres suspendemos actividades durante esos días debido a lo fuerte que puede ser el dolor. Que exista este reconocimiento me parece que va a impactar de forma positiva tanto en el trabajo, como en otros espacios donde nos desarrollamos día con día, como la escuela», dijo Quintero. «[Estaría bien] ver la posibilidad de que no sean sólo dos días, dependiendo del contexto de cada persona».
«ME QUERÍA HACER LA HISTERECTOMÍA»
Karen Matus empezó con dolores menstruales que le requerían tomar analgésicos potentes a sus 20 años, después de cinco años de que la problemática fuera en aumento. Fue en tres ocasiones a cita médica con diferentes ginecólogas, las cuales le aseguraban que los cólicos que sentía eran una parte normal del ciclo menstrual, pero para ella implicaba detener su vida, le impedía comer y la obligaba a estar postrada en la cama.
«Yo llegué al punto de que ya estaba tan harta por el dolor que dije, ‘Me voy a hacer la histerectomía'», expresó la joven a este medio digital. Karen estaba dispuesta a someterse a una cirugía invasiva para extirparse el útero a cambio de aliviar los dolores menstruales que vivía mes con mes.
Cuando empezó a buscar tratamiento, una de las doctoras le mandó a realizar un estudio para determinar si tenía quistes en los ovarios, lo cual explicaría los fuertes cólicos, pero al no encontrarlos se limitó a decir que eran dolores menstruales típicos. Tardó varios años, 10 después de empezar a buscar atención médica, hasta que se cruzó con el término «endometriosis» y habló con una ginecóloga al respecto.
«Ella me dijo que la única manera de diagnosticarlo era a través de una endoscopía o una cirugía, pero era literalmente abrirme para ver en dónde estaban esos focos de endometriosis. Entonces, ella lo único que hizo es que me dio unas pastillas anticonceptivas y ya me las tomé durante seis meses, más o menos, y ya me dijo que si en ese tiempo no me dolía, definitivamente era la endometriosis», detalló.
Y así fue: después de más de 10 años, tenía un diagnóstico que le confirmaba que su dolor paralizante no era normal. Karen no es la única, pues la Secretaría de Salud federal ha estimado que más de siete millones de mujeres y personas menstruantes en México tienen este padecimiento.
«Casi que me regresó el alma al cuerpo, sobre todo porque me puse a leer incluso de experiencias de otras mujeres con endometriosis y que habían recibido un mal tratamiento y les habían hecho cirugías que ni siquiera eran necesarias, entonces yo creo que también me enfrentaba a ese temor de que me dijeran que iba a ser algo quirúrgico», indicó.
«Siento que ya soy libre, o sea que puedo comer lo que yo quiera, puedo hacer lo que yo quiera, no me siento limitada, no tengo que estar contando los días en los que voy a menstruando. Si yo hubiera algo con mi diagnóstico desde hace tanto tiempo, cuánto dolor no me hubiera ahorrado».
SE PONE EN RIESGO LA CALIDAD DE VIDA
Medicina Sin Violencia es un proyecto que busca impulsar una concientización de la violencia en la práctica médica, entre ellas la normalización del dolor. «Una arista en la que hemos trabajado es justamente en la naturalización del dolor y de los síntomas, y cómo esto retrasa un diagnóstico oportuno en las mujeres [y personas menstruantes], poniendo en riesgo no sólo su calidad de vida, sino hasta a veces puede llegar a la muerte, que eso ya son casos muy muy severos, pero que sí hemos visto constantemente en el caso de menstruación», explicó la doctora Sitara Mehmood, que forma parte de la colectiva.
La normalización del dolor opera en dos sentidos: por un lado, a nivel social se tiene la idea que la menstruación debe de doler, expresado incluso en películas y contenido en redes sociales. Por el otro, también afecta en la práctica médica.
«Hay ginecólogas, ginecólogos, que por su edad y la forma en la que fueron educados y educadas, tienen un poquito más de desconocimiento sobre el tema de la naturalización del dolor y de otros síntomas menstruales que hacen que se retrasen diagnósticos como endometriosis, Síndrome de Ovario Poliquístico, cánceres incluso, y creemos que es muy importante visibilizarlo porque ha traído consecuencias» para las pacientes, expuso en entrevista con SinEmbargo.
Además del desconocimiento en profesionistas médicos, mujeres y una persona no binaria externaron a este medio constantes en el proceso de diagnóstico: actitudes condescendientes de parte de los médicos con quienes se trataban, el no brindarles información al momento de hacer las revisiones, minimización de los síntomas por no tratarse de una problemática que influyera en la fertilidad, y preguntas que las hicieron sentir incómodas al cuestionarles sobre sus intenciones de gestar o el número de parejas sexuales que habían tenido.
Al respecto, la gineco-obstetra Zarela Lizbeth Chinolla Arellano consideró que en la práctica médica falta mayor sensibilización para conectar con las y les pacientes, pero también mayor información tanto a pacientes como a doctores sobre enfermedades relacionadas al sistema reproductivo para disminuir los tiempos de diagnóstico, pues se calcula que el ocho por ciento de las mujeres y personas menstruantes viven con Síndrome de Ovario Poliquístico y el 10 por ciento con endometriosis.
Detalló que el proceso de diagnóstico específicamente para endometriosis es difícil por varios motivos: normalmente es necesario realizar una laparoscopía, pero no cualquier persona tiene acceso económico a este tipo de procedimientos; y segundo que incluso dentro de la formación médica no siempre hay la capacitación para, a través del cuestionamiento inicial, identificar que se podría tratar de SOP o de una endometriosis.
«Tenemos ciertas deficiencias en los programas educativos en cuestión de los hospitales que forman estos ginecólogos y obstetras, además de que estamos muy arraigados a muchos paradigmas como tal de no atender o minimizar precisamente este tipo de problemas», señaló. «Entonces, entre la formación que tenemos, que no tenemos tanto impacto en cuestiones prácticas más que cuando ya haces una especialidad de rama (o subespecialidad), (…) es cuando ya tomas muy en cuenta este tipo de padecimientos porque son crónicos y degenerativos; es decir, la paciente lo va a padecer probablemente toda su etapa reproductiva o toda su vida, y se llama degenerativo porque puede provocar algunas complicaciones a largo plazo».
La falta de información se extiende hasta las aulas en los niveles de educación básica, pues no hay suficiente divulgación sobre temas de la salud menstrual de tal manera que mujeres y personas menstruantes que viven con fuertes dolores o sangrados irregulares no saben detectar en qué momento acudir con un médico.
«A nadie le preocupa la salud reproductiva y la salud menstrual de muchas mujeres, y hay muchas personas que a veces mal informan porque dicen que menstruar es totalmente normal. Sí, pero hay mujeres que cada vez que menstrúan se mueren del dolor», advirtió. «Y es impresionante que lo minimicen y lo normalicen, entonces hacen creer a la paciente, o a la mujer, o a la adolescente, que se tiene que aguantar, que eso es lo normal y que eso es por generaciones que se ha presentado. Entonces es una cuestión cultural; en el momento que las pacientes decidan o empiezan a demandar este tipo de tratamientos, explicaciones, seguimientos, pues obviamente la formación y los recursos educativos tendrán que modificarse».
La especialista remarcó que incluso se puede hablar de ignorancia y falta de empatía por parte de médicos que normalizan y minimizan el dolor, pues en muchas ocasiones se limitan a recetar medicamentos y no explicar a sus pacientes el proceso de diagnóstico, el motivo de los procedimientos y de las preguntas que se realizan –entre ellas el historial de vida sexual y reproductiva– y que las mismas preguntas se hacen sin tacto.
«Tiene que ver con la falta de juiciosidad [de los médicos] y de que las pacientes estamos acostumbradas a que te digan: ‘pues hasta que tengas vida sexual se te va a quitar el dolor, o cuando tengas hijos’. Si yo decido no tener hijos o si decido no tener vida sexual, no me la voy a pasar mal toda la vida», remarcó. «Una parte de la formación médica es cómo hablarle a las pacientes. Yo creo que es lo único que podría hacer el cambio, hay muchas pacientes que creen en todo menos en el médico. La formación médica tiene que ser muy empática, tiene que ser muy humanista y tiene que ser de mucha educación».