Fabrizio Mejía Madrid
20/10/2022 - 12:05 am
Adiós, PRI
Al final, el sepelio del PRI fue fiel a sus últimas tres décadas: la nostalgia de cuando construyeron carreteras y presas, pero su realidad de una modernización que se hizo sobre la misma red de intereses de siempre.
Cargaron el ataúd del PRI hacia el auditorio Plutarco Elías Calles cuyo escenario estaba adornado con banderas tricolores y símbolos del Partido Único, el Partidote que gobernó México durante siete décadas seguidas. Las banderas del PRI y de México juntas eran como asumir el cinismo de haberse apropiado durante casi un siglo de los colores patrios. Ahí están juntas. A quién le importa ya. La utilería eran unos sillones, un podio, y una tómbola de la que salían preguntas a modo. Era la pasarela de los posibles candidatos a la Presidencia de la República para 2024 que duró dos días, 17 y 18 pasados, y cuyos aspirantes fueron: una expresidenta del PRI, Beatriz Paredes, que promovió la criminalización de las mujeres que abortaran durante su dirigencia junto con Murillo Karam, en 2007; la hija del asesinado presidente del PRI en 1994, Claudia Ruiz Massieu; el hijo del expresidente Miguel de la Madrid, Enrique; el hijo del exgobernador de Oaxaca, Alejandro Murat; el recién electo Gobernador de Durango, Esteban Villegas; el actual Gobernador de Coahuila, Miguel Riquelme; el Secretario de Economía de Peña Nieto, Ildefonso Guajardo; el Secretario de Hacienda de Zedillo, José Ángel Gurría. Esta mezcla entre los juniors de la élite gobernante, gobernadores en funciones, y economistas del pasado neoliberal fue la encargada de pasear el féretro del PRI para colocarse al filo de su tumba. No pude dejar de notar a las dos conductoras del espectáculo: Bibiana Belsasso, hija de Guido Belsasso, un funcionario de la Secretaría de Salud de Vicente Fox que fue inhabilitado durante 40 años por vender permisos de medicinas, y esposa del conductor de TV Azteca Jorge Fernández Meléndez; y Mónica Garza, también de TV Azteca, hija del Meme Garza, dos veces Diputado por Tamaulipas.
El enterrador fue Alejandro Moreno, “Alito”, quien habló de sí mismo y trató de explicarse en público. Dijo: “Unidos, con la frente en alto, izando el estandarte aliancista que pondrá fin al peor Gobierno de todos los tiempos. Nunca pensamos atestiguar semejante destrucción de las instituciones y de todo. Pusimos un alto a la Reforma Eléctrica, votamos en contra de la militarización del país, le dimos certeza al marco jurídico. De la misma forma seguiremos expresando nuestro rechazo a la Reforma Electoral que atente contra el INE. No a ninguna reforma que dañe a la democracia a nuestro país. PAN, PRD y MC serán bienvenidos en una alianza. Nosotros construimos este país. México está aún por conocer al mejor PRI de todos los tiempos. El PRI está preparado para regresar y gobernar en coalición”.
Así “Alito” disfrazó sus vaivenes con el disfraz de una congruencia que va de romper la alianza con el PAN a proponer, ahora, una coalición de Gobierno con todos. Adelantó lo que sería una constante en los discursos de los demás: la evocación de un PRI que supuestamente construyó el país (sobre todo porque no permitió que nadie más lo hiciera) y, al mismo tiempo, la coincidencia posible con Acción Nacional: el dogma neoliberal, monetarista, y echeleganista.
Las primeras exequias provinieron de Beatriz Paredes que declaró, de entrada: “Soy aliancista”. Luego, pasó a hacer un reclamo que, durante siete décadas se le hizo a su Partido, y dijo: “No permitiremos un triunfo electoral ficticio, queremos que el Gobierno no meta las manos en los procesos electorales”. Lo entendió tarde pero algo es algo. Apoyada en un bastón, Paredes sorprendió por su audacia: propuso que, así como Acción Nacional tiene su “sociedad civil”, el PRI tiene la suya y pasó a enumerar los sectores del partido: la CTM, la CNC y la CNOP. No sólo los panistas sin partido se dicen “sociedad civil”, ahora también lo son los sectores corporativos del charrismo sindical de los años cincuenta. Bien bajado ese balón, Senadora. Luego, la Senadora Paredes externó un presentimiento: que la 4T quiere continuar en el Gobierno. Ante semejante provocación, no le queda al PRI más que aliarse con el PAN. Aseguró que habrá un “nuevo maximato”, es decir, la etapa cuando el fundador de su Partido, el PRI, se alargó a través de tres presidencias débiles, de 1928 a 1934. Ya la crítica más dura que le puede hacer el PRI al obradorismo es que hará lo mismo que ellos hicieron. Sin miedo al acertijo, Paredes dijo algo incomprensible: “No queremos que la sociedad sea la caricatura de la Reina del Sur”. Si pensamos que la Reina del Sur es una novela, luego hecha telenovela, no sabemos cómo se vería en formato de caricatura. Luego, simplemente exclamó: “¡Bienvenidos los aspiracionistas!”, como si se tratara de un más de los sectores del PRI o de la “sociedad civil” de los panistas. Pero, al final, entusiasmada por su propia exposición, creo que Beatriz Paredes dio en el clavo cuando dijo: “Lo que pasa es que entendí al revés el reloj y pensé que todavía me sobraba tiempo”. Describió el PRI de los últimos días: creyendo que el reloj va al revés, no han entendido que se han quedado fuera del tiempo.
Guajardo, el exsecretario de Hacienda de Peña Nieto mostró cierta fobia a los ancianos. Sostuvo que se le da más dinero a los adultos mayores que a los niños y que eso es “no invertir en el futuro”. Hubo un aplauso pero no lo sobredimensionemos: el PRI siempre ha aplaudido. Guajardo se hizo engrudo con sus propios argumentos; primero, aseguró que la educación era “el único factor de movilidad social” y, luego, en una anécdota mediante la que quiso dejar en claro que él sí conoce gente pobre, aseguró que un egresado de la universidad no ganaba “ni 12 mil pesos al mes”. ¿Es la educación el único factor de movilidad social o es un factor que te da 12 mil pesos? Misterio. Luego abundó en verdades tan sólidas como ésta: “Nuestra oferta no puede ser el pasado porque el pasado es lo que nos trajo a donde hoy estamos”. Criticó el programa de Andrés Manuel, Jóvenes Construyendo el Futuro, cuando aseguró: “Los jóvenes hacen como que trabajan, los empleadores hacen como que los contratan y nadie sale del pozo donde siguen”. Para terminar usó una frase que podría ser sensata hace media década: “No es posible que México está regresando a las energías fósiles”. Ya no se enteró que Alemania regresó al carbón y Francia a la leña.
José Ángel Gurría no aportó más que su perspectiva íntima, tras 15 años de estar en la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), cuando se desestimó a sí mismo. Dijo: “Fue una gran travesura dirigir a los países más ricos, viniendo de México”. Y se rio, solo, haciéndose chiquito.
Enrique de la Madrid nos recordó dos cosas, una inolvidable y otra desconocida. La primera es que es hijo del expresidente De la Madrid, el introductor del neoliberalismo a tierra mexicana. Y la otra, que fue candidato para la delegación Álvaro Obregón en la Ciudad de México, en el 2003. Afortunadamente perdió. De la Madrid junior abrió con una declaración en el tono del dinosaurio Barney cuando dijo: “Hoy es para mí un día muy especial y estoy muy contento de estar con todos ustedes. Veo a mucha gente que todavía no conozco pero que nos vamos a conocer y vamos a ser amigos”. Pero, conforme avanzaba en su discurso aparecían las fauces, los dientes del junior de la élite. Dijo: “Digámosle a los mexicanos que ahora manden el mismo mensaje que nos mandaron a nosotros en 2018. Que este Gobierno se tiene que ir por sus pobres resultados de crecimiento económico. Hay que explicarles a los mexicanos que todavía no saben que 0 es menos que 2”. Se puso mucho más feroz el neoliberal cuando explicó por qué el PRI necesitaba hacer alianza con los otros partidos: “Sólo si llegamos al poder, cabemos todos”. Dejó para el final la bomba del enredo de intereses y corrupción del priismo de tantas décadas: “Vamos a volver a construir el aeropuerto de Texcoco: infraestructura que sí sirva. Vamos a tirar a la basura todas las regulaciones que sólo estorban. Y que salgan de la pobreza los que realmente se esfuercen”. Al hijo del expresidente sólo le faltó proponer que el Estado se vuelva a desmontar y que la sociedad regrese a no existir.
La hija del presidente del PRI asesinado en 1994, Claudia Ruiz Massieu, dio la frase más poética de la noche cuando aseguró que ---cito--- “Morena es un partido depredador de libertades e instituciones, destructor de la convivencia democrática, y asesino de esperanzas”. En consecuencia, la Senadora Ruiz Massieu propuso convocar a “los desilusionados”. Se refirió a alguien a quien “le quitaron su beca bien ganada para dársela a quien no lo merece”. Es decir, el regreso a la desigualdad del supuesto esfuerzo, y el fin de la universalidad de los derechos. Hizo un resumen un tanto perezoso del Gobierno de la 4T. Aseguró, así, sin más: “La seguridad está peor que nunca. En salud, todo, absolutamente todo está mal. Y además, está en riesgo la relación con nuestro principal socio comercial”.
Al final, el sepelio del PRI fue fiel a sus últimas tres décadas: la nostalgia de cuando construyeron carreteras y presas, pero su realidad de una modernización que se hizo sobre la misma red de intereses de siempre. El PRI nunca fue una ideología, sino una práctica política. Pudo ser estatista o neoliberal, según el caso, porque era una forma de hacer política: la oposición era un enemigo a exterminar, el presupuesto público era un botín de guerra, y el priismo era una especie de pertenencia resignada a un orden que santificaba “la paz social”. Tras casi un siglo de existir, este Partido que se construyó desde la Presidencia, no tiene opciones: si su élite de juniors simplones, economistas de fórmulas, y exgobernadores grises quiere seguir en cargos públicos, debe enterrar a su propio partido entre las siglas de Acción Nacional, el PRD y el Partido Movimiento Ciudadano. Irán, entonces, como propuso Ruiz Massieu, por “los desilusionados”. Ellos mismos, que se miraban en este acto fúnebre, poco menos que abatidos.
Y, cuando voltearon a ver el reloj, supieron que lo habían visto al revés pero ya no había nada qué hacer. Su tiempo se había terminado.
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