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Jorge Alberto Gudiño Hernández

08/10/2022 - 12:05 am

Premio Nobel de literatura 2022

«No es que no quiera tener ejemplares físicos de Annie Ernaux en mis libreros sino que, hasta donde sé, se agotaron los pocos que había en existencia y cuando la compulsión llega uno debe buscar satisfacerla. Esperemos que resurtan pronto».

«En primer lugar, homologa al yo dentro del nosotros». Foto: Michel Euler, AP

Antes de esta semana, apenas había leído dos o tres libros de Annie Ernaux. Recuerdo que, en su momento, los disfruté lo suficiente como para proponerme leer algunos más. Sin embargo, entre las obligaciones, las lecturas extra y otros menesteres, pospuse esa compra y su consiguiente lectura. En otras palabras, los dos o tres libros que había leído de la recién anunciada Premio Nobel no me habían detonado el entusiasmo necesario como para leer su obra compulsivamente (a veces sucede, un libro lleva a otros con una intensidad de la que uno no puede liberarse sino con una mayor acumulación de páginas que, a la larga, lo dejan en un extraño estado entre la satisfacción y el agotamiento: con Ernaux no me había sucedido eso). Pese a ello, entendía muy bien los argumentos de varios de mis amigos y conocidos que hablaban maravillas de su obra. Las entiendo como se puede comprender el entusiasmo ajeno.

El jueves nos despertamos con la noticia del galardón (uno más para Francia). Como un premio me resulta un pretexto tan válido como casi cualquier otro para hacerme de un libro, descargué Los años en mi Kindle antes del desayuno. Lo comencé a leer por la mañana, durante un descanso entre algunas obligaciones, lo seguí leyendo mientras esperaba a que salieran los niños de la escuela, continué durante el entrenamiento vespertino de futbol y lo terminé hacia la noche, con una incredulidad creciente.

La incredulidad obedecía, claramente, a la maravilla.

Se sabe que Ernaux se ha dedicado, desde que tomara la decisión hacia los cuarenta años, a escribir autoficción, novelas autobiográficas o relatos en torno a su propia vida (los límites de estos géneros son difusos). Esto la ha convertido en una escritora del yo que explora, a partir de su propia experiencia (y de la de su familia), desde su corporalidad hasta la política, pasando por muchísimos temas, en medio de profundas reflexiones articuladas a partir de una prosa en apariencia simple.

En Los años las cosas son un poco diferentes. El pretexto son una serie de fotos que van de 1941 a 2006. La escritora las observa y va recordando lo sucedido desde una voz colectiva, desde un nosotros que cuenta cómo se vivía. Considérese que el inicio está dentro del periodo de la Segunda Guerra Mundial y el final nos queda muy cercano, casi con todos los avances tecnológicos de uso cotidiano con que contamos hoy en día.

La voz común llama la atención. No sólo porque sea difícil identificar otras novelas narradas en una primera persona del plural sino porque, al utilizarla, hace dos movimientos de una enorme intensidad. En primer lugar, homologa al yo dentro del nosotros. Es decir, la voz narrativa se asume como parte de esa colectividad. En segundo lugar, por lo opuesto, porque ese nosotros proviene de un yo que asume a su subjetividad como un trampolín para narrar lo universal. Eso configura un relato prodigioso que es, a un tiempo, una crónica erudita de sesenta años de historia, la historia de la sexualidad, la sorpresa frente al avance tecnológico, el encono o el entusiasmo político, decenas de lecturas, películas y referentes culturales, el ímpetu juvenil frente al deterioro medio siglo más tarde…

Además, cada tanto reaparece el yo para no dejarnos olvidar que ese nosotros se construye a partir de la idea del individuo. Entonces las experiencias comunes se decantan para volverse las específicas de una persona en un lugar y un tiempo determinados: como las de la escritora que emprende la titánica tarea de escribir para evitar el olvido.

A diferencia de los otros dos o tres libros que le he leído, en Los años encontré una construcción estética mucho más elaborada a la hora de configurar la prosa. Es cierto, sigue habiendo sentencias contundentes, pero también hay otras que se van elaborando con calma. El mejor ejemplo de esto es que, para ponernos a discernir aún más entre los géneros posibles, Los años bien podría ser un enorme argumento existencial que se desarrolla a lo largo de un par de centenares de páginas.

A diferencia de lo sucedido antes, he descargado más libros en mi Kindle. No es que no quiera tener ejemplares físicos de Annie Ernaux en mis libreros sino que, hasta donde sé, se agotaron los pocos que había en existencia y cuando la compulsión llega uno debe buscar satisfacerla. Esperemos que resurtan pronto. Mientras tanto, yo reivindicaré mi descuido original leyendo.

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.

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