El escritor español Jesús Carrasco habló con SinEmbargo sobre su más reciente novela, una historia que teje una “complicada mezcla de sentimientos, recuerdos y percepciones que asociamos a la familia, las muchas o pocas personas con las que compartimos la sangre y de muchas maneras también el destino”.
Ciudad de México, 4 de septiembre (SinEmbargo).– “En circunstancias normales los hijos deben estar preparados para asumir la muerte de sus padres, esto es un hecho natural”, comentó en entrevista el escritor español Jesús Carrasco, quien acaba de publicar Llévame a casa (Seix Barral), una novela en donde retrata la responsabilidad que tenemos los hijos con nuestros padres, y en la que ahonda, además, en la idea del regreso del hijo pródigo.
El protagonista de su historia, Juan, regresa a la casa familiar con motivo de la muerte de su padre, de quien lo separa un conflicto sin resolver. “No esperaba que su padre fuera a morir, menos teniéndole lejos, pues se va a encontrar con una instantánea de cómo es su casa, la casa de su madre, de su hermana, la que fue de su padre y la suya”.
Sumergido en diálogos internos que pudo haber mantenido con su padre, en constante fricción con su hermana Isabel, quien le reprocha el abandono hacia los padres de ambos, Juan tendrá que asumir los cuidados de su madre enferma y descubrir que al igual que él, ella también tiene su historia, sus aspiraciones y sus sueños rotos.
“La novela está llena de elementos inevitables: es inevitable la muerte, es inevitable la muerte de los padres y es inevitable la pertenencia a una familia, y de hecho la pregunta fundamental que se hace el protagonista es qué debo hacer con mi madre, en este caso que envejece, que tiene una enfermedad, que necesita, qué debo hacer. Para mí no es tan interesante la respuesta, que cada uno dará la suya, lo que me parece interesante del planteamiento es que es inevitable, o sea, Juan tiene que responder de alguna manera”, planteó el autor.
De esta manera el lector se irá sumergiendo en los pensamientos y los problemas que Juan enfrentará a lo largo de la novela. El abandonar una vida citadina en Escocia que –pese a que trata de convencerse de lo contrario– no le ha redituado en nada, la despedida que nunca tuvo con su padre, la ruptura con él, el abandono de su núcleo familiar, sus omisiones hacia el campo español para el cual nació y sobre todo la constante pregunta de, ¿y ahora qué?
“El mundo real de Juan es el mundo del campo, es el mundo del pueblo, ahí está su familia, las cosas que quiere y no quiere ver, de ahí procede, y luego hay un mundo soñado por él, deseado, en el que proyecta las fantasías que es el mundo de Escocia, de la humedad, de lo exótico, del inglés, de lo que no conoce, es un mundo deseado [...] Entonces están esas tensiones en el libro y desde luego la rural y la urbana, y el conflicto que hay entre los miembros de la familia es claro, todos los miembros tienen tensiones entre sí y entre el padre y el hijo seguramente será la tensión más explicitada en el libro, hay una serie de diálogos que se dirían el uno y el otro, de escenas que se recuerdan, en que vemos que esa tensión generacional existe y que en cierto modo quizás también Juan escapa de casa separándose de esa tensión, de lo que le obliga, de esa herencia de asumir un futuro que no desea para sí y es el que su padre le quiere dejar”, reflexionó al respecto Carrasco.
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—¿Uno de los principales hilos conductores de tu novela tiene que ver con este regreso del hijo pródigo, un regreso en el que afronta varios duelos?
—Es un motivo central de la novela el regreso, de hecho se plantea este regreso o se nombra en la primera línea del texto. El protagonista Juan regresa a la casa familiar con motivo de la muerte de su padre y ahí, de esa manera inesperada que rompe en su vida porque claro, no esperaba que su padre fuera a morir, menos teniéndole lejos, pues se va a encontrar con una instantánea de cómo es su casa, la casa de su madre, de su hermana, la que fue de su padre y la suya.
A partir de ahí se desencadena una historia que podríamos enmarcar perfectamente del ámbito de la literatura familiar, en la que no sucede nada particularmente extraordinario pero al mismo tiempo sucede todo y al mismo tiempo también creo que es una novela que precisamente por ser una novela doméstica o familiar puede estar al alcance de cualquiera.
Tengo mucha curiosidad por saber cómo se va a recibir en otros lugares, por ejemplo en México porque tengo la sensación de que México tiene una sociedad en ese sentido muy parecida a la española donde la familia todavía conserva un papel central en la sociedad, pero no sé si sea así en otros lugares, en el norte de Europa, por ejemplo donde yo he vivido, pues las familias se desenvuelven de otro modo y el modo en que asume la responsabilidad de cuidar a los mayores es distinto.
—¿Se puede estar preparado para afrontar el vacío que dejan nuestros padres a partir de esta relación que tú bien hablas que se da en España pero que es muy similar de la manera que lo planteas como uno lo vive en México y seguramente como se puede vivir en el resto de Latinoamérica?
—En circunstancias normales los hijos deben estar preparados para asumir la muerte de sus padres, esto es un hecho natural, lo contrario es antinatural, es decir, los padres no están preparados para asumir la muerte de los hijos, cuando eso sucede el drama es inenarrable, seguramente es el mayor dolor que una persona pueda experimentar, pero la muerte de los padres, indeseada siempre, casi siempre, depende de la familia, es algo para lo que debemos estar preparados y debemos asumirlo.
La novela está llena de elementos inevitables: es inevitable la muerte, es inevitable la muerte de los padres y es inevitable la pertenencia a una familia, y de hecho la pregunta fundamental que se hace el protagonista es qué debo hacer con mi madre en este caso que envejece, que tiene una enfermedad, que necesita, qué debo hacer. Para mí no es tan interesante la respuesta, que cada uno dará la suya, lo que me parece interesante del planteamiento es que es inevitable, o sea, Juan tiene que responder de alguna manera.
—Hay un choque generacional, un choque de distintos tipos de realidades porque la realidad en la que viven y crecen sus padres no es la misma realidad que quiere asimilar Juan, ¿no sé si tú lo consideres así?
—Estoy de acuerdo contigo, la novela tiene muchas tensiones y una de ellas tiene que ver con el campo y la ciudad, con lo rural y lo urbano, por ejemplo. Otra tensión que tiene el libro muy clara es entre España como país y como cultura mediterránea, que como decimos en el ámbito familiar se podría extender hasta a cualquier país latino porque compartimos esa cultura, esa tensión entre país mediterráneo, latino, y cómo afrontan este mismo hecho la familia en un país del norte en Europa, por ejemplo, esta tensión entre la sequedad y el agua, y también entre la realidad y el sueño.
El mundo real de Juan es el mundo del campo, es el mundo del pueblo, ahí está su familia, las cosas que quiere y no quiere ver, de ahí procede, y luego hay un mundo soñado por él, deseado, en el que proyecta las fantasías que es el mundo de Escocia, de la humedad, de lo exótico, del inglés, de lo que no conoce, es un mundo deseado, él proyecta más de lo que es el mundo real, al final de cuentas lo que ahí hace es arrastrar estiércol, como dice su amigo Fermín, o servir copas y atender una mesa en un restaurante o lavar platos.
Entonces están esas tensiones en el libro y desde luego la rural y la urbana, y el conflicto que hay entre los miembros de la familia es claro, todos los miembros tienen tensiones entre sí y entre el padre y el hijo seguramente sea la tensión más explicitada en el libro, hay una serie de diálogos que se dirían el uno y el otro, de escenas que se recuerdan en que vemos que esa tensión generacional existe y que en cierto modo quizás también Juan escapa de casa separándose de esa tensión, de lo que le obliga, de esa herencia de asumir un futuro que no desea para sí y es el que su padre le quiere dejar.
—Uno como padre conoce su responsabilidad que tiene hacia sus hijos, algunos la asumen, otros no, pero tú le das la vuelta, aquí es la responsabilidad que tiene que tener uno como hijo hacia sus padres. ¿Por qué siempre la discusión está hacia los padres y no se aborda la responsabilidad que llegamos a asumir en algún determinado momento hacia nuestros padres cuando envejecen?
—La pregunta es ahora pertinente en este momento de la historia porque hasta la generación previa, yo no sé como es en México, pero en España hasta la generación de nuestros padres, es decir, de las personas que nacieron poco después de la Guerra Civil y que sacaron al país adelante tuvieron la siguiente generación en los 70 digamos, hasta ese momento el testigo se pasaba automáticamente como decíamos antes, no había cuestionamiento, el cuidado se asumía dentro de la familia y particularmente eran las mujeres las que cuidaban y hacían todo el trabajo práctico del cuidado, incluso también el trabajo emocional, el acogimiento de la persona que en ese momento necesitaba el familiar.
Ahora ya no es así, ahora la sociedad ha avanzado hacia otro lugar, la nueva generación a la que yo pertenezco ha roto con esa tradición que era centenaria o milenaria seguramente, nos hemos ido afuera, nos hemos ido a estudiar a otras partes. Por suerte la mujer se ha incorporado al mundo laboral, cosa que no existía y no sucedía, de modo en que han cambiado los papeles, han cambiado los elementos del juego o las fichas del ajedrez y nos obliga a reconsiderar el juego y ahora ya no es tan clara la responsabilidad. La responsabilidad ya no es 'como soy hijo de esta persona automáticamente tengo que hacerme cargo', ahora ya hay un cuestionamiento, y esa es una de las preguntas que se hace el libro, ¿hasta qué punto nosotros podemos o debemos renunciar a nuestra vida, a nuestra libertad a la que también tenemos absoluto derecho, para cuidar a un familiar que es este caso nos necesita?
—Además hay otra cuestión porque lo normal siempre es este encuentro entre el hijo hombre y el padre hombre, pero aquí tú haces ver que también está ella, la madre que también tiene una historia, sus aspiraciones, sus sueños rotos…
—Yo percibía que había mucha literatura paternofilial, generalmente hijos que saldan cuentas con padres y también había mucha literatura de relaciones de madres e hijas, donde también las hijas saldan cuentas con las madres, pero había pocos cruces, me parece que hay pocos cruces de hijos que se vean ante la posibilidad de relacionarse con su madre, que es el caso de Juan. Lo invertí de una manera absolutamente intencionada y encontré cosas que yo también sentía con mi propia madre, cómo se nos había educado para pensar que estarían para protegernos y cuidarnos, y en algún momento llegamos a pensar que las cosas formaban parte de la casa, es decir, estaban ahí y los calcetines llegaban hasta el armario por arte de magia y que la comida se hacía sola, y dábamos por hecho que fuera del matrimonio no había otra cosa o que las relaciones emocionales y sexuales no existían porque así lo imponía la cultura, la religión, la sociedad y este personaje.
Juan se encuentra con que tiene una madre que es mucho más que una cuidadora, es su madre, que además tiene su propia vida y hay un momento revelador en la novela cuando él acompaña a su madre al médico, él nunca la acompañaba al médico y de repente después de muchos años de relación entre los padres y el médico, ella se encuentra con que acaba de morir el marido y la enfermera abraza a su madre con un abrazo que esta lleno de amor y él se cuestiona 'dónde estaba yo mientras ese abrazo se fraguaba, porque este abrazo no es casual ni instantáneo', es la respuesta de una relación emocional e intensa entre estas dos personas, es mi madre, mi madre tiene vida emocional fuera de la familia y entonces con todo esto le surgen muchas preguntas al personaje y en cierta manera también saca a la luz el personaje de la madre, la ama de casa, que parece que por trabajar en la casa no tiene ninguna remuneración social. Sin embargo su trabajo es esencial para la sociedad, sin el trabajo de las mujeres en la casa no habría hijos criados, no habría sociedad.
—Por último, ¿por qué esta es una de las constantes de la literatura, estas relaciones que parten muchas veces de un conflicto entre padres e hijos?
—Yo creo que el interés de la literatura por este ámbito tiene dos sentidos, uno que es un tema inacabable e inabarcable, y el otro que es un tema universal, como te decía antes, todos somos hijos de la familia o somos hijos de alguien, tengamos familia o no, es decir, todos somos capaces de comprender íntimamente lo que sucede en una novela familiar, no todos somos campeones de la Fórmula Uno, no todos hemos subido a la luna, no todos hemos disparado una pistola láser, pero todos somos hijos de alguien, de modo que todos podemos entender cómo se dirigen los asuntos de las familias, cada uno a su manera, pero todos estamos entrenados en ese tipo de relaciones. Eso lo hace universal y eso es muy interesante para la literatura, porque la literatura fundamentalmente se ocupa de lo particular pero con la idea de universalizar, de crear ese espacio íntimo como tú me decías al principio, la historia es una historia española de un personaje que yo no conozco pero a ti te ha llegado y lo has asumido.