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Óscar de la Borbolla

15/08/2022 - 12:03 am

Radiografía de la curiosidad 2

La principal misión de quienes supuestamente deberían ayudar a formarnos: maestros, padres, verdaderos amigos es problematizar, criticar, mostrar lo endebles que resultan las respuestas fáciles y rápidas.

La curiosidad nos invita a lo desconocido, a salir a su encuentro y, por ello, no es sólo una manera de hablar la comparación entre el curioso y el aventurero: el aventurero es quien se arriesga a lo que viene. Foto: Especial

El mundo actual es un supermercado de respuestas fáciles y rápidas donde el individuo satisface de manera inmediata su curiosidad y donde los maestros —hoy en el colmo de la ignorancia de su verdadera función— orgullosamente se autodesignan: «facilitadores». Porque dicho sea de paso: la principal misión de quienes supuestamente deberían ayudar a formarnos: maestros, padres, verdaderos amigos es problematizar, criticar, mostrar lo endebles que resultan las respuestas fáciles y rápidas con las que, por no revisarlas, se produce el triste espectáculo de quienes pasean indiferentes por la mera superficie de la vida.

Pero no vayamos tan rápido: no afirmemos que la curiosidad —una emoción consustancial al ser humano y a algunos animales— está en peligro de extinción entre nosotros porque todo conspira para ello, sin antes habernos demorado otro poco en aquello en que consiste la curiosidad: hemos dicho que es el deseo de enterarnos de lo desconocido, y de ahí se sigue que quien anda curioseando se enfrasca en una aventura cuyo desenlace puede ser venturoso o desastroso: porque no siempre la curiosidad nos lleva a buen puerto: los alquimistas que sentían el deseo vehemente de descubrir la transmutación de los metales en muchos casos perdieron la vida, y también está el triste desenlace de numerosos geómetras que buscaron con ahínco remontar a axioma el postulado de las paralelas: invirtieron su vida entera en una investigación sin resultados.

La curiosidad, dijimos, no siempre fue considerada positivamente y algo de razón había en ello. Hoy, en cambio, la calificación que le damos se ha invertido y lamentamos que la curiosidad no esté lo suficientemente generalizada y hasta nos parece nefasto que las personas existan sin una pasión por el conocimiento o que se estanquen y estén apoltronados sin que la inquietud de una búsqueda los lleve más allá de su zona de confort. La curiosidad y la lectura se han entronizado como lo incuestionablemente valioso.

La curiosidad nos invita a lo desconocido, a salir a su encuentro y, por ello, no es sólo una manera de hablar la comparación entre el curioso y el aventurero: el aventurero es quien se arriesga a lo que viene. La aventura está indefectiblemente asociada a los viajes, a ese deseo de ir a otros lugares que hoy, por cierto, también hemos despojado del riesgo planeando todo aquello con lo que habremos de encontrarnos: pues, antes de salir, elegimos nuestro destino, ventana o pasillo, comparamos los sitios de hospedaje y hasta el menú de lo que contendrá el desayuno, pero, sobre todo, identificamos lo que no podemos perdernos. El viaje está de cabo a rabo asegurado. Hoy tampoco los viajes nos conducen a lo desconocido, sabemos tanto antes de nuestro arribo que la experiencia de estar en otro sitio sólo sirve para constatar que ahí se encuentra lo que ya sabíamos: lo prefigurado hasta el cansancio. En la mayoría de los casos le hemos quitado al viaje la aventura y lo hemos convertido en un tour turístico vayamos solos o en manada conducidos por un guía.

El curioso era un aventurero y también quien sentía un fortísimo deseo, una pasión por lo desconocido: alguien obsesionado, capaz de desvelarse con tal de estar con el objeto de su amor del que no podía apartarse: el curioso era un amante. Pero la intensidad del amante la producía la excepcionalidad del amor; pero hoy el amor, igual que los viajes, también ha perdido su encanto: hoy sabemos de los opiáceos endógenos que intervienen en la bioquímica del amor, sabemos que todos los amores se ciñen a la curva de Gauss, que viene uno y luego otro, y lo sabemos aunque sean muy pocos quienes hayan experimentado realmente el amor, porque también el mundo es un supermercado de amantes fáciles y rápidos.

Propongamos, entonces, como conclusión una respuesta rápida y fácil: la curiosidad no es posible en un mundo donde todo es fácil y rápido.

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@oscardelaborbol

Óscar de la Borbolla
Escritor y filósofo, es originario de la Ciudad de México, aunque, como dijo el poeta Fargue: ha soñado tanto, ha soñado tanto que ya no es de aquí. Entre sus libros destacan: Las vocales malditas, Filosofía para inconformes, La libertad de ser distinto, El futuro no será de nadie, La rebeldía de pensar, Instrucciones para destruir la realidad, La vida de un muerto, Asalto al infierno, Nada es para tanto y Todo está permitido. Ha sido profesor de Ontología en la FES Acatlán por décadas y, eventualmente, se le puede ver en programas culturales de televisión en los que arma divertidas polémicas. Su frase emblemática es: "Los locos no somos lo morboso, solo somos lo no ortodoxo... Los locos somos otro cosmos."

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