Óscar de la Borbolla
25/07/2022 - 12:03 am
La voluntad de las circunstancias
«Analicémoslo un momento: ¿de veras podemos intervenir en nuestra suerte? Nadie negará —eso espero— que las circunstancias importan. Lo que en todo caso está a discusión es ¿qué tanto importan? ¿Condicionan o son determinantes?».
No es extraño que alguna vez uno se pregunte: ¿cómo habría sido mi vida su hubiera nacido en otra parte, en otro país, de otros padres y hasta en otra época? Las posibilidades de la existencia personal se disparan en todas direcciones y uno sueña en lo que habría podido ser. Luego de este ejercicio, uno maldice o se conforma, se alegra o se entristece. No importa la reacción emocional inmediata, pero, más tarde, una dosis de nostalgia por lo no vivido se queda en nosotros. ¿Cómo podría haber sido mi vida? es una pregunta que quizá todos en alguna ocasión nos hemos formulado.
Esta pregunta supone que uno admite el peso que las circunstancias tienen sobre nosotros: la expresión popular «otro gallo cantaría» se refiere a esto mismo. «Circunstancia» y «situación» son palabras centrales en el historicismo y en el existencialismo: Ortega y Sartre las consideran decisivas. Para mí, sencillamente, se trata la mano de naipes que nos ha tocado en el juego de póker de la vida: con lo que llegamos y donde hemos nacimos, pues esto define, por lo menos, nuestros primeros años, antes de que tomemos conciencia e intentemos un cambio, o marca para siempre nuestras vidas. Porque a la suerte inicial, al lote que nos ha tocado le siguen, además, ocasiones fugaces —como las llamó Hipócrates— que el azar va arrojando a nuestro paso, y si es necesaria mucha suerte para adquirir conciencia, todavía se requiere más para atreverse a escapar y, muchísima más, para efectivamente lograrlo.
A nosotros nos ha tocado un tiempo de un ramplonamente optimista en el que se cree que «querer es poder», que todo es alcanzable y que solo basta con invertir el suficiente esfuerzo y sostener con tenacidad nuestra meta para alcanzarla. Pero hubo tiempos menos simplistas en los que se hablaba de las moiras: Cloto, Láquesis y Átropos, y se creía en lo invencible del destino. El Edipo de Sófocles es, quizás, el más alto momento de esta idea. La historia es harto conocida: un hombre cobra conciencia de su destino y pretende huir y es esa huida lo que lo conduce a cumplirlo.
Cómo me gustaría que los autores de libros de superación personal salvaran a Edipo, pues eso es lo que prometen. Analicémoslo un momento: ¿de veras podemos intervenir en nuestra suerte? Nadie negará —eso espero— que las circunstancias importan. Lo que en todo caso está a discusión es ¿qué tanto importan? ¿Condicionan o son determinantes?
Tesis: ¿Juan consigue más si se lo propone o si no se lo propone? Obviamente, conseguirá más si se lo propone. Luego entonces, ¿el esfuerzo cuenta? Sí, sí cuenta. Si el esfuerzo cuenta, ¿se podrá lograr más con mayor esfuerzo? Aparentemente, sí. ¿Y si Juan pone todo su esfuerzo, su talento, logrará mejor su propósito que sí no se empeña? Sí.
Antítesis: ¿Se ha demostrado con el esquelético razonamiento anterior que querer es poder? No, porque no sabemos qué tanto quiere Juan y tampoco sabemos cuál es la capacidad máxima de Juan, ni el grado de su talento en función de su meta. Porque sí Juan no tiene la capacidad necesaria y su meta rebasa muy por encima a su talento por más que se esfuerce no lo logrará.
Esto es sencillamente un divertimento. Porque lo que realmente ocurre en Juan —en cada uno de nosotros— no lo sabemos. Aquello con lo que llegamos, más lo que fuimos adquiriendo por haber pasado por donde pasamos y, sobre todo, lo que pudimos captar de aquello que estuvo a nuestro alcance, produce una suma tan particular, tan diferente para cada quien que, por eso, algunos pueden y la mayoría no. Hoy entiendo porque se leerá a Sófocles hasta el fin de los tiempos y los libros de autoayuda, en cambio, se descatalogan a los pocos meses.
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