Óscar de la Borbolla
09/05/2022 - 12:03 am
Radiografía de la imaginación
«(…) si ‘lo que es’ no es más que una idea, un sueño relativamente colectivo, ¿por qué no recombinar su elementos y pegar una mitad de mujer con un pez o a un caballo ponerle alas? La imaginación podría explicarse como la sospecha de que el mundo es un sueño».
La imaginación es la fuerza creativa que nos caracteriza como especie o, mejor aún, lo que hace que los seres humanos seamos la fuente que surte la realidad con novedades: teorías, soluciones, fantasías, artefactos… han llegado al mundo por la imaginación, esa facultad de representarnos mentalmente lo que aún no existe.
Sin imaginación no habría civilización ni cultura y seguiríamos repitiendo lo mismo con lo que nuestro primer antepasado aseguró nuestra supervivencia como especie. Es a ella —más incluso que a la razón— a quien debemos la serie de cambios que desde las cavernas nos trajeron hasta aquí. Por ello, siempre he pensado que la imaginación es el rasgo definitorio de los seres humanos. Todo lo que nos rodea: bienes y males, fueron en su momento novedades que aparecieron como frutos del individuo o de la colectividad.
Por los sentidos nos representamos mentalmente la realidad, lo que admitimos como mundo no es otra cosa que una serie de imágenes en la conciencia. El color, la forma, la textura, el sabor, el peso, la temperatura… no son la cosa misma que está ante nosotros, sino representaciones, apariciones dentro de nosotros, en nuestra conciencia, ideas a las que otorgamos la mayor de las dignidades: creemos que eso que vemos “es”, y no solo que es, sino que es como lo percibimos. Vivimos convencidos de que los estímulos sensoriales que se condensan en nuestra conciencia son, y que son tal y como se nos muestran.
Vivimos de por sí en un mundo imaginario y con una imagen relativamente estándar (no complicaré más el tema incorporando el factor de la historicidad: supongamos que la imagen del mundo, la idea de mundo, ha sido la misma para todos en todas las latitudes y épocas). En pocas palabras: siempre estamos en la imaginación aunque lo llamemos pomposamente «lo que es» y, por ello, no es extraño que sobre «lo que es» proyectemos «lo que podría ser». Sí «lo que es» es un sueño relativamente popular, estándar, porque no habría de ser posible otro sueño: «lo que podría ser».
«Lo que podría ser» es el campo al que propiamente llamamos imaginario. ¿Si es de un modo, no podría ser de otro? Esta pregunta pone de manifiesto que el factor que activa la imaginación es la sospecha de que «lo que es» no sea tan definitivo: admitimos que es así. Pero, ¿acaso podría ser de otro modo? Los elementos de lo que llamamos real comienzan a jugar, a combinarse caprichosamente de otras maneras y nacen las sirenas, los centauros, los hipogrifos y, obviamente, los pegasos: si «lo que es» no es más que una idea, un sueño relativamente colectivo, ¿por qué no recombinar su elementos y pegar una mitad de mujer con un pez o a un caballo ponerle alas? La imaginación podría explicarse como la sospecha de que el mundo es un sueño.
«Lo que quisiéramos que fuese» abre también una zona de lo imaginario. «Lo que es» es así, pero ¿por qué no es de otro modo, de una manera más acorde conmigo, con lo que deseo? Si todo esto no es más que un sueño, una representación, ¿por qué no cambiarla en la dirección de mi deseo? El deseo también activa la imaginación, nos pone a urdir los modos que nos permiten satisfacernos. El deseo muestra la insuficiencia de «lo que es» y mueve en nosotros todas nuestras capacidades racionales y estratégicas para modificar el mundo y hacerlo más parecido a lo que deseamos. El deseo es uno de los más eficaces surtidores de novedades para el mundo. ¿Quién no quisiera realizar sus sueños?, ¿que «lo que es» fuera a nuestro modo?
La sospecha y el deseo rompen el totalitarismo de «lo que es» y lo convierten en «lo que era», en «lo que fue». Y es entonces cuando se descubre la holgura que supone la libertad. La libertad creadora: no me conformo con el repertorio de «lo que es», no elijo entre lo que hay, sino que produzco mi propio mundo. No imito, no repito, creo mi camino, abro otra ruta. La imaginación es el efecto de descubrir que «lo que es» puede ser de otro modo, a nuestro modo y que ahí está la libertad que somos.
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