Alejandro Vázquez Ortiz

El corredor, una alegoría de la violencia como combustible de la podredumbre

Alejandro Vázquez Ortiz

El corredor, una alegoría de la violencia como combustible de la podredumbre

Alejandro Vázquez Ortiz

El corredor, una alegoría de la violencia como combustible de la podredumbre

05/03/2022 - 12:00 am

Alejandro Vázquez Ortiz estrena novela, un abanico de historias que van hiladas de la adrenalina detrás del volante y en la que sus personajes se ven atados por una estructura social complicada, en la cual ejercen violencia “sin ningún tapujo cuando creen que es necesario”.

Ciudad de México, 5 de marzo (SinEmbargo).– El escritor regiomontano Alejandro Vázquez Ortiz ha publicado una nueva novela con una trama digna de una producción cinematográfica: El corredor o las almas que lleva el diablo (Literatura Random House), una historia en la que la violencia estructural con la que lidian sus personajes sirve como combustible de una carrera ilegal entre Monterrey y Saltillo, previo a la cual conocemos seis historias sobre las cuales yace de manera permanente la podredumbre humana.

“Hay un principio de muerte que llevan ellos en sí que es precisamente lo que hace esta búsqueda de adrenalina a través de los deportes extremos, en este caso del pilotaje. De estar siempre al límite, al borde de perder el control. Eso es lo que dicen los pilotos: el piloto sabe hasta dónde puede llegar cuando pierde el control. Siempre se está buscando ese límite, adónde llegar cuando pierdas el control y finalmente choques”, comentó el autor en entrevista con SinEmbargo.

Vázquez Ortiz también es autor de la novela El emisario o la lección de los animales y los libros de cuentos Artefactos y La virtud de la impotencia (Premio Nacional de Cuento Joven Comala 2015). Con esta nueva historia deja en claro su estrecha relación con el mundo de los automóviles, al cual ha estado ligado como parte de trabajo reciclando motores, una influencia que se aprecia desde las primeras páginas de El corredor.

“Me topé con la circunstancia de que me preguntaban a qué te dedicas, le contaba a la gente del gremio, les parecía ese mundo fascinante, extraño, raro. Entonces dije ‘vamos a aprovecharlo, a ver cómo fusionamos estos dos mundos, cómo juntamos el lado de mi trabajo que conozco muy bien y por el otro lado el tema de la literatura’. Surgió esta idea y la fui trabajando”, comentó.

El resultado es un abanico de historias que van hiladas de la adrenalina detrás del volante y en la que sus personajes se ven atados por una estructura social complicada, en la cual ejercen violencia “sin ningún tapujo cuando creen que es necesario”. “No hay ningún héroe, no hay ningún bueno, todos están atados por su circunstancia”, comentó Alejandro.

La novela va acompañada además de una lista de 76 canciones para acompañar cada uno de los capítulos. Desde Judas Priest hasta la polka norteña.

“Es una novela muy musical, que me acompañó con mucha música. Los epígrafes son sacados de canciones de Judas Priest, que reflejan muy bien toda la atmósfera de la novela”, comentó en ese sentido el autor.

Cuestionado sobre si considera que su historia tiene los elementos para ser llevada a una adaptación televisiva o cinematográfica, puntualizó: “Ojalá, no hay mucha literatura sobre carros, pero películas me aventé un chorro de clásicas, un montón. Tiene mucho esa presencia del cine y se refleja en la literatura”.

Portada de El Corredor o las almas que lleva el diablo. Foto: Penguin Random House Grupo Editorial

***

—Haces una propuesta narrativa diferente con El corredor. ¿Te acercas a la podredumbre de la esencia humana a través de los autos o son tus personajes sólo un móvil para poner en el centro de la acción a los vehículos?

—Un poco de las dos. Sí creo que mis personajes son el aliento, casi la gasolina, que hacen que se muevan los automóviles, pero a la misma vez me interesaba ver cómo estos personajes se entregaban a la violencia estructural sin ningún cuestionamiento, incluso dispuestos a ejercerla. No hay ningún héroe, no hay ningún bueno, todos están atados por su circunstancia, atados por la estructura y ejercen esa violencia sin ningún tapujo cuando creen que es necesario. Hay un debate moral en estos personajes, pero siempre parece que están tomando la decisión de esta decadencia y podredumbre.

—Basta leer solo unas líneas para tener en claro que tienes un conocimiento más especializado que la mayoría en cuanto al funcionamiento de un auto. ¿Cuál es tu relación con este mundo y sobre todo qué te llevó a realizar esta historia?

—De hecho yo trabajo en el mundo del reciclado de motores, básicamente lo que nosotros recibimos es la máquina como tal, se desarma, lo que sirve se guarda para venta como refacción y lo que no se destruye como scrap, y va de vuelta a la fundición. Aparte me dedicaba a la escritura y había ganado algunos premios literarios, me topé con la circunstancia de que me preguntaban a qué te dedicas, le contaba a la gente del gremio, les parecía ese mundo fascinante, extraño, raro. Entonces dije ‘vamos a aprovecharlo, a ver cómo fusionamos estos dos mundos, cómo juntamos el lado de mi trabajo que conozco muy bien y por el otro lado el tema de la literatura’. Surgió esta idea y la fui trabajando y trabajando, también problematizando, quería que hablara sobre la ciudad de Monterrey, problematizar su idiosincrasia.

—Desde el principio creas muy bien la atmósfera, por una parte te sumerges en las entrañas de los automóviles y por otra en la de los personajes

—Sí, esa era mi intención, que se reflejara la metáfora de la podredumbre, las tripas de los motores y las tripas también de los personajes. Que se vieran ahí reflejados su deseos, sus intenciones.

Foto: Penguin Random House Grupo Editorial

—El argumento central de tu historia es que se trata de una carrera ilegal entre Monterrey y Saltillo en la que conocemos seis historias sobre las cuales yace de manera permanente el componente de la violencia, ¿qué es lo que marca a tus personajes, sus historias de vida o su capacidad detrás del volante?

—Sus historias de vida, cada personaje está llevado y guiado. Todas esas motivaciones están ahí, pero en el fondo las motivaciones también le sirven a los personajes de excusa. Hay un principio de muerte que llevan ellos en sí que es precisamente lo que hace esta búsqueda de adrenalina a través de los deportes extremos, en este caso del pilotaje. De estar siempre al límite, al borde de perder el control. Eso es lo que dicen los pilotos: el piloto sabe hasta dónde puede llegar cuando pierde el control. Siempre se está buscando ese límite, adónde llegar cuando pierdas el control y finalmente choques. Ese es el límite que se está buscando y en el que se tiene que estar. Todas esas motivaciones, por ejemplo, la del acerero que necesita dinero para pagar su hipoteca o la de la muerta que quiere buscar la forma de regresar a Estados Unidos. Cada uno tiene sus motivaciones, pero en el fondo te das cuenta que cuando arranca la carrera todo eso se pone en pausa y lo que están buscando es esa adrenalina, ese rush, estar en el borde, en esta estructura; eso es lo interesante de cada uno de estos personajes. Al final, hay una vocación de muerte de cada uno de ellos.

—Son personas que no tienen nada qué perder y están apostando por ganar esa oportunidad que se les ha sido vetada.

—Exactamente, ese es el juego de ponerlos a todos a competir, pero había algo más profundo dentro de ellos. Hay una escena que me gusta mucho cuando arma su motor el acerero, lo prende dentro de su casa, lo escucha, su mujer le habla, pero no escucha porque está hipnotizado por el motor, por el sonido, por el poder del motor. Esa es la gran metáfora. Todas estas personas se olvidan de sus motivaciones y se centran en una pulsión muy extraña de adrenalina. Si nos vamos a esas metáforas, es la gran metáfora del capitalismo. Todos tenemos necesidades, todos tenemos motivaciones para levantarnos a trabajar y demás, pero hay un punto donde nos olvidamos de esas motivaciones y el trabajo se convierte en otra cosa, donde ya tienes satisfechas todas tus necesidades, pero quieres más y más. Ese es el mismo cariz que vemos reflejado en los personajes.

—Has dicho que esta es tu novela más violenta. En ese sentido, ¿qué papel tiene este componente de la violencia en tu historia? Te pregunto porque difícilmente se podría desarrollar el relato sin este componente.

—Sí, es la más violenta paradójicamente, no hay presencia viva del narco ni nada por el estilo. Es una violencia a la que asistimos diariamente a los choques. Es importante señalarla, porque al fin y al cabo estamos ‘condenados’, más en el norte donde en las ciudades el transporte público es muy vago, muy poco funcional, donde las ciudades son alargadas, no están concentradas en puntos geográficos muy específicos, sino que se ensanchan. El área metropolitana de Monterrey es muy grande y sus municipios se desparraman a lo largo. Casi estamos obligados a circular en automóvil, esta imposición de circulación es la imposición de la violencia; estás obligado a conducir, a arriesgar la vida al volante. Esa violencia fue lo que marcó esta novela, es lo que me interesaba.

—La violencia por el narco se menciona de pasada, no es algo central en el texto. ¿Cómo tomas esta decisión?

—Esta novela se enclava dentro de una obra más grande que estoy haciendo, incluso van otros dos libros, una es el Emisario o la elección de los animales, que también se publicó en Caballo de Troya en Random House. Estaba escribiendo esta novela y se me estaba saliendo de control, entonces hice otro libro que se llama El Yonque, que es un libro de puros relatos sobre los motores sin tocar la carrera, que está en El corredor. Se cruzan personajes y en esas otras dos novelas se toca más lo del narco y la violencia súper marcada en el norte a partir de la guerra del narco en 2006 que empezó todo, culminando en 2010, 2011, una etapa muy interesante para pensar, para escribir y para trabajar. Pero aquí sí quise apartarme un poco, aunque sí hay coletazos. La decisión fue porque ya lo había tratado en estas otras dos novelas, ya está ahí. Es probable que lo vuelva a tocar de otra forma más adelante, me interesa ver esto porque cuando alguien leyó El Yonque me dijo que es como si la novela del narco se hubiera adaptado a una cuestión costumbrista, es decir, es la costumbre de la violencia, es parte de y está ahí de fondo como si fuera una cosa atmosférica, porque ya está súper metido, ya no es lo principal, sino es parte de.

—Por otra parte, hay una playlist que acompaña a cada uno de los capítulos. Desde Judas Priest, The Misfits y The Clash hasta División Minúscula, pasando por corridos. ¿Cómo seleccionaste cada una de estas canciones y de qué manera acompañan a la historia?

—Es una novela muy musical, que me acompañó con mucha música. Los epígrafes son sacados de canciones de Judas Priest, que reflejan muy bien toda la atmósfera de la novela. Incluso en entrevistas Rob Halford decía que cuando él vivía en Birmingham en Inglaterra, vivía a lado de una fundidora y siempre escuchaba los martillos, las maquinarias gigantes de moverse y golpear. Decía que algo de ese sonido pasó a la música de Judas Priest. Judas Priest recoge como nadie esa tónica y esa estética reflejada en la novela. También me interesaba otro tipo de música, por ejemplo, incluso hay un personaje que es El Lobo que siempre está escuchando polka. La polka norteña siempre me ha parecido muy llamativa porque es una música muy rápida y tradicional. No sé cómo llegó al norte, nunca he investigado bien. Es una música europea y de repente tiene las polkas norteñas, no sé si en las guerras se quedaron acá unos soldados. Pero es una música súper rápida y eso es lo que me gustaba. Toda la música refleja un poquito de esa necesidad de adrenalina y rapidez.

—Al final, viendo en retrospectiva, ¿qué fue lo más gratificante y qué fue lo más complicado a la hora de darle forma a esta novela con estos componentes diversos?

—Lo complicado quizá fue buscar hacer congeniar a todos estos personajes que aparecen y desaparecen, llevar a cada uno al final, guiarlos y acompañarlos paso a paso sin que ninguno se me desbalagara o se me fuera más de la cuenta o quedara menos de lo que debería tener. Eso fue lo más complicado.

Lo más satisfactorio fue haber terminado una novela que funciona y que, por las lecturas que he tenido, hace precisamente lo que quería: problematizar la violencia, problematizar la relación tecnológica que tenemos con los automóviles, con la ciudad y su construcción, y retratar un poco la idiosincrasia regiomontana industrial, capitalista.

—¿La historia se presta para llevarla a un producto televisivo o cinematográfico?

—Ojalá, no hay mucha literatura sobre carros, pero películas me aventé un chorro de clásicas, un montón. Tiene mucho esa presencia del cine y se refleja en la literatura.

Obed Rosas
Es licenciado en Comunicación y Periodismo por la FES Aragón de la UNAM. Estudió, además, Lengua y Literatura Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras.