Tomás Calvillo Unna
16/02/2022 - 12:05 am
El taladro del tiempo
"Hay que barrer las desdichas/ y soplar y alejar los temores./ La magia no es otra cosa/ más que el arte de ocultar el tiempo;/ por eso cada vez más,/ los magos son menos".
El ruido alerta,
como el silencio advierte.
Somos instrumentos
de una poderosa partitura
que nos revela la evidencia: el pasado desaparece
ante el abrumador cúmulo de instantes de un presente
que no permite la pausa
y la distancia necesaria;
estamos en el laberinto del sonido,
las palabras, las imágenes. Estamos dentro
sin una salida, ni siquiera de emergencia.
Ya no es necesario.
La densidad de nuestros quehaceres,
los pergaminos de relatos,
con sus dictámenes, decretos y demás :
esas ficciones de la memoria ,
en un tronar de dedos se extinguen:
sucesos cuya tensión se disipa;
la contundencia de las horas
que registran su disolución.
Cada quien en su soledad
es la cartografía de una isla
en el océano de la existencia
donde recorremos rutas
para conocernos
experimentando el azoro de la extrañeza
y el ánimo de la coincidencia.
De muy lejos proviene
lo que está próximo
a un lado, en frente,
atrás, arriba, abajo;
es la resonancia:
las ondas del agua
del sueño despierto.
Es asombroso este ser y no ser
que nos define;
estamos en tránsito continuo
hasta retener el aliento
donde se dice que el alma se presenta.
Hay que barrer las desdichas
y soplar y alejar los temores.
La magia no es otra cosa
más que el arte de ocultar el tiempo;
por eso cada vez más,
los magos son menos.
Cómo se derrama la vida en la cavidad infinita
que nos acoge, cómo lo enorme se desprende
y a la deriva ya es un recuerdo que va opacándose;
cómo lo pequeño y fútil se erige por momentos
y encuentra su lugar digno en la corriente
que atraviesa valles y montañas
en el paisaje de la frágil barca de las remembranzas
a la que nos atenemos en su zigzagueante devenir
Sí,
este telúrico sentimiento que nos enlaza al advertir
al propio silencio levantar su hombros y concurrir al
desenlace; esa caída dramática que una y otra vez
nos asiste y transfigura.
Inverosímil este darse cuenta
del vacío fértil que sostiene
la visión donde nos encontramos.
Se necesita valor para saber
mirarse a sí mismo
y reconocer la temeridad de la vida ,
su gratuidad como una apuesta;
su voluntad de cerrar filas consigo misma,
sosteniendo
la infatigable búsqueda del corazón:
su extraordinario y común latido
que convoca, nos convoca
al desprendimiento excelso
de cada momento;
el amalgama que se dispersa
sin poder anudar ya
el linaje que a todos nos reúne.
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