El escritor Imanol Caneyada habló con SinEmbargo sobre Nómadas, una novela donde conviven el avance tecnológico con la miseria, la sed de poder y los pulsos más conservadores que permanecen y se agudizan en el ser humano.
Ciudad de México, 5 de febrero (SinEmbargo).– Imanol Caneyada se contenta cuando se le cuestiona sobre la presencia del esperpento de Ramón Valle-Inclán en Nómadas (FCE), una novela de “ficción especulativa distópica que habla del presente inmediato” y cuyas características empatan también con el Cyberpunk, considerado un subgénero de la ciencia ficción que data de la década de los ochenta.
“Me gusta mucho que el tono de la novela se asocie con el tono del esperpento porque tiene muchísimo de eso. También tiene mucho que ver con el absurdo”, comentó Caneyada en entrevista con SinEmbargo. “Ya había coqueteado con el cyberpunk [...] pero después de mucho tiempo en otros caminos narrativos, tomé esta novela de regreso un poco a esto que creo que es una posibilidad narrativa muy potente para hablar del presente”.
Nómadas —galardonada por el Premio Bellas Artes de Novela José Rubén Romero 2020— es un retrato distópico que tiene lugar en País Nuevo —un no nombre como reconoce Caneyada— en donde un gigante llamado Veneno indaga la muerte su mejor amigo, Ele, un enano que se enamora de Patricia, la pareja del Clarividente Odín, el líder de un grupo extremista nacionalista que busca quitar del poder a LifeLab, una firma que se ha impuesto al Estado mediante la venta de sustancias —muy similares al soma de Aldous Huxley— que mantienen atrapada a la mayoría de la población en una estado de frenesí que en algunos casos no es suficiente para contener los cada vez más constantes suicidios que azotan a esta nación, los cuales han dejado de sorprender a la gente.
La conexión entre las diferentes historias ofrece al lector un mosaico de intrigas que al mismo tiempo ponen el foco en la devastación del medio ambiente, en la sinrazón del humano, el exterminio y la impunidad de un mundo que tiene mucho del actual, salvo por el evidente avance tecnológico en el que se encuentra la sociedad que retrata Imanol Caneyada con dispositivos, por ejemplo, que se conectan al cerebro.
“La tónica en la historia de la humanidad en cuanto a las tecnologías, no importa cuáles sean, ha sido la posibilidad de salvarnos y también la posibilidad de destruirnos”, compartió el autor en relación a un aspecto que es constante en su obra: la convivencia del avance tecnológico con la miseria, la sed de poder y los pulsos más conservadores que permanecen y se agudizan en algunos de sus personajes.
Para Caneyada, Nómadas entra dentro, además, de la categoría de ciencia ficción blanda, aunque lejos de funcionar como una advertencia se materializa como “una carcajada grotesca de algo que parece ineludible e inevitable”.
“Eso le da una carga pesimista desde la risa, le da una carga bastante nihilista, aunque la propia novela plantea una posibilidad de utopía, de escape, que es la idea de nomadismo. Renuncié a la posibilidad de la advertencia desde que elegí un tono entre grotesco, paródico y esperpéntico. Eso salva a la novela de convertirse en una advertencia y más bien juega con un hecho. Ya está ahí, más que futurizar lo que hace es deformar el presente con el pretexto de un tiempo futuro”.
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—Identifico en tu novela esta figura del esperpento que va de la mano con lo que se conoce como el cyberpunk, ¿qué piensas?
—Me gusta mucho que se mencione el esperpento, me gusta mucho porque (Ramón) Valle-Inclán influyó mucho en mi adolescencia, su Luces de bohemia, son textos y visiones de interpretar la realidad que calaron hondamente en mí como lector adolescente. Me gusta mucho que el tono de la novela se asocie con el tono del esperpento porque tiene muchísimo de eso. También tiene mucho que ver con el absurdo. Otro de los tonos que van a influir posteriormente, sobre todo en teatro de Ionesco, van a llegar a mí y van a permear en en esta novela sin duda.
En el cyberpunk ya había tenido un trabajo coqueteando con ello, en mis primeras novelas que es prácticamente desconocida, salió en una editorial muy pequeñita en Sonora y casi no tuvo distribución, Los abogados no saben flotar. Ya había coqueteado con el cyberpunk ahí y en algunos cuentos posteriores, pero después de mucho tiempo en otros caminos narrativos, tomé esta novela de regreso un poco a esto que creo que es una posibilidad narrativa muy potente para hablar del presente, aunque estemos hablando de una ficción especulativa distópica para hablar del presente inmediato.
—¿El retrato futurista que haces es el de un México que hace mucho tiempo perdió su nombre por otro apenas reconocible y el de Sonot es el de Sonora que tan bien conoces o sólo son un reflejo de en lo que podemos convertirnos?
—Es parte del juego. El ubicar el relato en un futuro no tan lejano, está planteado como bastante cercano, me permitía este juego de los nombres, el juego del trasvestismo literario en cuanto a las topografías, las geografías, los espacios y las atmósferas. Es algo que disfruté muchísimo, debo reconocerlo. A la hora de nombrar este espacio donde sucedían las cosas me pareció divertido hacer el guiño hacia un no nombre, porque el lugar se llama País Nuevo, que no es un nombre, es una descripción.
También jugar con los orígenes de ciertos nombres de manera que estaba inventando por un lado y por el otro retomando Sonot, el nombre fonético de lo que es Sonora. Jugar con todas estas posibilidades que tienen que ver con nombres de pueblos originarios, al mismo tiempo nombres inventados y deformados, para crear un espacio que no fuera plenamente identificable. Es algo que me interesaba también, una geografía, una topografía, una cartografía de la decadencia y del fin del mundo como lo conocemos que no fuera identificable. Que fuera creado en la ficción.
—¿El desarrollo tecnológico nos salvará de nuestros peores demonios como especie humana?
—El fuego es tecnología y permitió al ser humano dar un salto evolutivo brutal, aunque también es arma. El fuego da calor, nos permite como especie sobrevivir porque empezamos a cocinar los alimentos. Pero también el fuego es un arma destructiva en manos del ser humano. La tónica en la historia de la humanidad en cuanto a las tecnologías, no importa cuáles sean, ha sido la posibilidad de salvarnos y también la posibilidad de destruirnos. Por ejemplo, la energía atómica en su momento fue vista como la gran solución para proveer de energía al mundo y al mismo tiempo se convirtió en uno de los inventos más destructivos que ha enfrentado la humanidad, y así podemos nombrar varios inventos y descubrimientos relacionados con la tecnología que es intrínseca a la especie.
No podríamos sobrevivir en este planeta si no fuera por la tecnología, pero estamos en un punto donde se nos puede salir de las manos. Nunca antes los avances tecnológicos habían tenido un poder sobre nosotros tan grande ni habían sido tan determinantes en cuanto a nuestra concepción del ser y en cuanto a la forma de relacionarnos con el mundo. Esto marca una diferencia respecto de la evolución tecnológica que ha acompañado al ser humano desde el principio de los tiempos. Ahora estamos en un punto en el que las nuevas tecnologías, esta cuestión de la biotecnología, la Inteligencia Artificial, los metaversos no están a nuestro servicio, sino que poco a poco nos hemos convertido en esclavos de estas nuevas tecnologías y en sujetos objetos de ellas.
Aquí es donde reside este enorme riesgo que no terminamos de entender y de ver porque nos hemos entregado de manera muy ciega sin preguntarnos absolutamente nada. Además la tecnología que ha acompañado al humano anteriormente era una tecnología utilitaria y no tan vital, es decir, era pensada desde una concepción para hacernos la vida mejor. Ahora las nuevas tecnologías lo que pretenden es invadir nuestra esencia y poseernos de una manera que antes no.
—La literatura de ciencia ficción es un género que fascina demasiado por sus proyecciones, por ejemplo, lo que proyectó Asimov de alguna manera se llevó a cabo o Philip K. Dick. ¿Estamos tan volcados en llegar al futuro proyectado que hacemos oídos sordos respecto a los riesgos que implicará llegar a esos avances tecnológicos?
—Nómadas es lo que podríamos llamar ciencia ficción blanda. A diferencia de Asimov que trabajó la ciencia ficción dura, esta no se vuelca sobre el aspecto científico, nada de lo que planteo es alguna novedad científica, más bien es el impacto de las nuevas tecnologías en la sociedad. Esto lo convierte en ciencia ficción blanda y sobre todo en una distopía. Las distopías en general tienen un carácter político, no podemos escapar de eso. Desde que surge este subgénero de la ciencia ficción, el distópico, el carácter político está ahí de manera ineludible.
Por otro lado, ¿por qué no funcionan las advertencias? Es curioso. Es cierto que hay un aliento detrás de un esfuerzo como este de escribir una distopía, una ficción especulativa, puede haber una advertencia, un aliento premonitorio de decir ‘ojo, miren hacia dónde vamos, cuidado’. Las grandes distopías en su momento funcionaron un poco así, hablando de (Ray) Bradbury, Un Mundo Feliz, de (Aldous) Huxley, creo van por ahí.
En ese sentido no me escapo de esa tradición, pero hay algo que sobrevuela a la novela que es el tono paródico y de humor negro que está ahí presente. Es una especie de renuncia a la advertencia, es decir, no funciona como una advertencia, sino más bien una carcajada grotesca de algo que parece ineludible e inevitable. Eso le da una carga pesimista desde la risa, le da una carga bastante nihilista, aunque la propia novela plantea una posibilidad de utopía, de escape, que es la idea de nomadismo. Renuncié a la posibilidad de la advertencia desde que elegí un tono entre grotesco, paródico y esperpéntico. Eso salva a la novela de convertirse en una advertencia y más bien juega con un hecho. Ya está ahí, más que futurizar lo que hace es deformar el presente con el pretexto de un tiempo futuro.
—En tu novela los influencers ya están totalmente empoderados, ya son hasta poderes fácticos que tienen un peso importante en la sociedad que retratas.
—Me pasó algo muy grueso. Cuando creo uno de los personajes del universo de Nómadas, que está inspirado en ciertos líderes mundiales que ya estaban en el poder, y que tienen ciertas características, cuando termino la novela pasó el tiempo, vienen elecciones en México y tenemos el resultado de Nuevo León, donde (ríe) Samuel García gana las elecciones y se convierte en Gobernador de un estado importante en términos productivos y de PIB. Llega al poder un persona que estaba salida del universo de Nómadas y fue empezar a entender claramente, como si la realidad llegara y me diera una cachetada, que por supuesto que no estaba vaticinando ni tratando de advertir ni adivinar nada.
Es una novela que está ubicada en el presente, pero es un presente tan vertiginoso que uno siente que está viviendo en una especie de futuro que nos alcanza permanentemente. Pero es el presente, es una novela rabiosamente presente y no estaba pensada así, de veras, pero fueron las propias circunstancias, la misma pandemia que se atravesó cuando la estaba terminando. No es una novela pandémica, la estaba escribiendo desde el 2019, cuando llega la pandemia estaba a punto de terminarla, me faltaba muy poco y sin embargo, a más de año y medio de haberla terminado, con todo lo que ha pasado a nivel político, el intento de golpe de Estado en Estados Unidos azuzado por Trump, el crecimiento aceleradisimo de las ultraderechas en Europa, y la llegada de ciertos personajes al poder en México, impulsados por su popularidad en las redes sociales, hizo que la novela de pronto más que una advertencia era una especie de derrota.
—Hay un esfuerzo de mostrar la distopía, que no es exclusiva del mundo anglosajón, con una visión hispanoamericana. No dices que es México, pero todos los problemas obedecen a una lógica mexicana y de la región.
—Totalmente, Latinoamérica es México y es una región asolada por la minería. Nos estamos desacomplejizando en ese sentido. En la literatura escrita en español existía este veto a abordar ciertos géneros porque la crítica literaria, la academia y ciertos sectores durante mucho tiempo se apropiaron de la idea de literatura. Había un velo sobre estas expresiones literarias. Hace 20 años existía la idea defendida por críticos literarios de que no se podía escribir novela negra en México, mucho menos ciencia ficción o novela fantástica. Era como si escribir en español te condenaba a una serie de temas, de tonos, de personajes, de universos simbólicos y si te salías de ahí estabas condenado al fracaso, a ser una literatura menor o ser mala literatura.
Afortunadamente, en estos últimos años en México cada vez hay más autores y autoras que están incursionando en temas que parecían exclusivos del mundo anglosajón o de Europa. Está pasando con la novela negra, con la fantástica de terror, cada vez hay más autoras y autores que lo están haciendo, y lo están haciendo muy bien, y se están arriesgando en toda Latinoamérica, no solo en México.
Tal vez la ciencia ficción sea igual uno de los géneros que menos ha provocado todavía, pero ya hay, nos estamos dando cuenta que podemos hacerlo, ya no tenemos estos complejos. Si bien los modelos son anglosajones con una ascendencia muy fuerte en todo lo que hacemos cuando abordamos ese tipo de género, también hemos sabido dar una impronta nuestra a partir de escribir en español, en México y en nuestro presente sociopolítico y cultural.
—Tenemos una tradición un poco perdida de literatura fantástica, por ejemplo en la Anacronópete, esta novela de Enrique Gaspar de los 1800 es la primera referencia de una máquina del tiempo y es una obra española. Ya después el concepto se lo volaron en otra literatura anglosajona.
—Sí, hay una novela de ciencia ficción escrita por un monje en el siglo XIX que habla de un viaje a la Luna. No es que no haya habido tradición, es que ha sido invisibilizada e igual en otros géneros de terror o en el género negro policiaco como Los bandidos del Río Frío que está ahí y puede ser perfectamente una lectura de novela negra. Pero ha habido un empeño en invisibilizar ciertas tradiciones que no son exclusivas del mundo anglosajón, pero a diferencia del mundo anglosajón, en la literatura hispanoamericana, fueron sistemáticamente denostadas a lo largo del siglo XX.
Apenas, porque también sucede en España no solo en Latinoamérica, hay una especie de reconocimiento, tiene algunas décadas de gente que está diciendo aquí estamos, estamos haciendo esto, es literatura y algunos lo hacen con muy buena fortuna y otros lo hacemos con menos fortuna. Eso no tiene qué ver con el género, sino con el talento de cada quién.