Guadalupe Correa-Cabrera
27/12/2021 - 12:03 am
Libertad de Expresión en SinEmbargo
«Hasta el sol de hoy escribo en SinEmbargo cada dos semanas, sin ediciones, sin exigencias ni condiciones, y con toda libertad. El deporte de riesgo que practicaba Mafalda ‘a veces’ es, como todo deporte, doloroso al principio (porque escribir siempre duele), pero resultó ser una gran satisfacción».
Esta es mi última columna del año. Quisiera escribir una reflexión personal y no realizar un análisis de la realidad de México o de alguna otra parte del mundo en esta ocasión. Quiero aprovechar mi texto final del 2021 para agradecer a dos personas que me dieron la oportunidad de escribir para un medio de comunicación que ha respetado siempre—y sin condiciones—mis ideas y mi libertad para expresarlas. Aquí manifiesto mi más sincero agradecimiento a Rita Varela Mayorga y Alejandro Páez Varela, Directora de Redacción y Director General de este mismo medio (SinEmbargo.mx) respectivamente, por abrirme las puertas a un importante proyecto de periodismo digital que admiro y que me permite hacer lo que más me gusta en la vida, pero que se ha convertido, como dice Mafalda de Quino, en un “deporte de riesgo”. Me refiero al deporte de “dar mi opinión”—aunque nadie me la haya pedido.
Conocí a Rita por ahí del 2013, ya no me acuerdo exactamente la fecha. Fue en una cena con las excelentes periodistas Sandra Rodríguez y Juliana Fregoso—a quienes admiro por su valentía y su talento. En ese momento, todas colaboraban para SinEmbargo. Había terminado un sexenio que cimbró a nuestro país con la muerte de decenas de miles de personas y todas dábamos seguimiento a temas de seguridad, narcotráfico y delincuencia organizada en general. Teníamos siempre mucho de qué hablar. Ya en esos tiempos, SinEmbargo era para mí un medio de referencia, aunque nunca me imaginaría lo que iba crecer en los años venideros con el gran trabajo y compromiso de todo su equipo. SinEmbargo es, en mi opinión, el proyecto más importante de periodismo digital en México; un medio pionero que revolucionó los contenidos de los medios de comunicación en el país con una propuesta de vanguardia anclada en la libertad de expresión y el compromiso con la información.
Me desempeño como académica en una universidad pública estadounidense localizada en el Norte de Virginia, en lo que se conoce como Área Metropolitana de Washington DC. En mi carrera, sólo el rigor, la objetividad y la producción científica (avalada por un proceso de revisión de pares) permiten el reconocimiento y la consolidación profesional. Yo valoro mucho la academia y siempre me he ceñido a sus reglas, aunque la verdad confieso que siempre quise ser periodista. Afortunadamente, mi trabajo me permite las dos cosas: desempeñarme como académica y, al mismo tiempo, ejercer el periodismo como parte integral de mi investigación. Así lo he hecho desde que comencé a trabajar como profesora e investigadora en la frontera en la entonces llamada Universidad de Texas en Brownsville (UTB). Soy académica y también me considero periodista, pero gracias a SinEmbargo, a Rita y a Alejandro pude también ser columnista.
En la academia y el periodismo las reglas son claras; las conozco y las acato. La objetividad y el rigor son centrales y no se permiten desvaríos postmodernos. Una vez establecida, quise ir más allá de la profesión que me mantiene y me da seguridad. Quería practicar un deporte de riesgo; quería dar mi opinión e incursionar en un campo totalmente desconocido y hablar de temas más allá de mi “zona de confort”. Por eso busqué a Rita en el verano de 2018, un año después de que había comenzado un nuevo trabajo y pensaba tenía una carrera un poco más consolidada. En 2017 me habían contratado en otra universidad con una plaza definitiva de tiempo completo (o una “titularidad” en la academia), que en Estados Unidos se conoce como tenure. Esa posición es, para muchos en la Unión Americana, símbolo de “libertad académica”. Yo no sé aún qué tanto sea así, pero yo quería ejercer esa “mayor libertad” y era un momento perfecto para hacerlo.
Le llamé a Rita con ese sueño en la mente y, sin explicarle mucho, pienso que ella entendió lo que quería pedirle. Quería pedirle una oportunidad para escribir en SinEmbargo de manera regular. Me parecía un medio de vanguardia, un medio independiente. Inmediatamente me citó en las oficinas del periódico para reunirme con ella y con el ahora Director General, un periodista a quien también conocía y que admiro mucho, Alejandro Páez. Los dos me dieron la bienvenida como columnista en SinEmbargo en agosto de 2018. Nunca olvidaré esa reunión y esa plática tan amena que marcó el inicio de una nueva fase en mi desarrollo profesional. Ya contaba yo supuestamente con la anhelada “libertad académica” que me confería mi titularidad como profesora universitaria. Además, a partir de ese momento, tendría un espacio de opinión en un medio que consideraba (y sigo considerando) realmente independiente.
Y no me equivoqué. Hasta el sol de hoy escribo en SinEmbargo cada dos semanas, sin ediciones, sin exigencias, ni condiciones, y con toda libertad. El deporte de riesgo que practicaba Mafalda “a veces” es, como todo deporte, doloroso al principio (porque escribir siempre duele), pero resultó ser una gran satisfacción. No pretendo cambiar el mundo sólo con una opinión, pero, como muchos de nosotros, siento la necesidad de analizar mi entorno y salir de la objetividad del periodismo y el rigor limitante de lo académico.
Rechazo el cientificismo pues parte del comportamiento de nuestra sociedad y en la política contiene elementos de elección “irracional”. Además, se puede explicar a veces valiéndose uno de un cierto grado de especulación, pues la información con la que contamos nunca es completa. Por eso, opinar se convierte en un deporte riesgoso y muchas veces incómodo (para algunos actores y grupos de interés). Reconozco también que no hay opiniones completamente objetivas. Tomo entonces prestada una frase de Oscar Wilde a mi amigo Hernán Garza—quien la coloca en su perfil de Twitter—y que dice así: “Sólo podemos dar una opinión imparcial sobre las cosas que no nos interesan, sin duda por eso mismo las opiniones imparciales carecen de valor”.
Sobre la incomodidad y el riesgo de opinar, me di cuenta pronto que vivimos en un mundo tan polarizado que, al calor de las redes sociales, quienes no comulgan con tus ideas o las consideran inadecuadas o contrarias a sus intereses, pueden bien armar un linchamiento o una campaña de odio digital—algunas veces ayudados por granjas de bots y troles—basada en mensajes difamatorios o cobardes ataques personales. En un espacio virtual donde el anonimato o la falsa valentía de ubicarse detrás de un ordenador confieren al agresor las herramientas para intentar hacer daño personal o afectar reputaciones profesionales, expresar algunas opiniones se convierte seriamente en un ejercicio de riesgo. En fin, a eso nos exponemos si opinamos. Podemos enfrentarnos a la cobardía de aquellos valentones que parecen no tener miedo detrás de un perfil anónimo, una pantalla de computadora o un teléfono inteligente.
Hace dos semanas escribí una columna en coautoría con Hernán Garza (primer autor de la misma) sobre el muy delicado conflicto en el Centro de Investigación y Docencia Económicas, A.C. (CIDE), que resultó ser bastante polémica. El texto generó dos tipos de reacciones: apoyos incondicionales y críticas feroces (sobre todo por parte de profesores o personas afines a la institución). Así es esto de la opinión en redes sociales y no debe asustarnos.
Me llamó la atención, sin embargo, la reacción de algunos académicos del CIDE, como la del profesor-investigador titular de la División de Historia de esa institución, Andrew Paxman (@APaxman), nacido en el Reino Unido y SNI Nivel 2 (según su perfil en redes sociales). Alegando mala calidad de mis textos (“columnas mal concebidas, con poco sustento, fuentes discutibles y falta de lógica interna”), el Dr. Paxman etiqueta al Director General de SinEmbargo (@paezvarela) en un tuit, se manifiesta sorprendido y (con tono de reproche) se pregunta por qué me “sigue dando espacio, ya que los demás columnistas de @SinEmbargoMX son de alta calidad”.
En uno más de sus ataques de ira, otro profesor titular del CIDE (de la División de Estudios Políticos), José Antonio Aguilar Rivera, comienza a proferir insultos y marca copia a todas mis instituciones de afiliación, incluyendo al Decano de la Escuela de Política y Gobierno de la universidad a la cual me encuentro adscrita. El Dr. Aguilar Rivera es bien conocido por sus arrebatos y desplantes en la red social de Twitter, lo cual es extraño por parte de un profesor-investigador universitario, pero “cada quien”. Se entiende su frustración en estos tiempos de estrés.
Y así, un pequeño grupo de académicos afiliados al CIDE o que manifiestan su apoyo a esta institución con el hashtag #YoDefiendoAlCIDE, profieren injurias que van desde alegatos falsos sobre la dirección de mi tesis doctoral, hasta la sugerencia de que quienes habíamos escrito la columna sobre el CIDE habíamos fumado alguna sustancia psicoactiva. Otro valiente profesor me ofrece (y no al autor principal del texto) el pago de un viaje a la ciudad donde labora en Estados Unidos para debatir la columna. En fin, parece ser que nuestro análisis en SinEmbargo realmente encendió los ánimos de un pequeño grupo de científicos sociales cuyas reacciones furibundas no parecen hacer justicia a sus brillantes trayectorias.
Las campañas de odio en las redes sociales no son raras, pero podrían, bajo ciertas circunstancias, causar daño real. No me sorprende de grupos de interés, administradores de granjas de bots o troles, políticos y enemigos personales escudados en el anonimato. Sí me desconciertan, en cambio, los ataques virulentos provenientes directamente de profesores-investigadores que, al quedarse sin argumentos ante una situación que los sobrepasa, recurren a la agresión, al descrédito y la calumnia. Y, por si fuera poco, llegan al extremo de vincular el trabajo de uno con recursos materiales obscuros o agendas de grupos de ideología extrema que no es posible verificar (porque no existen).
Por ello quiero dejar algo en claro. Jamás he recibido dinero alguno por mis opiniones en medios de comunicación. Tampoco estoy relacionada contractualmente, ni de ninguna otra manera, con el Gobierno de México. Colaboro con SinEmbargo únicamente por el placer de hacerlo y estoy muy agradecida por la oportunidad de participar aquí con una columna bimensual. No conozco el modelo de negocios, ni estoy familiarizada con las operaciones de este medio digital y no tengo tampoco el gusto de conocer a los otros miembros de su Consejo de Administración—además de Rita Varela y Alejandro Páez.
Por otro lado, mi salario proviene únicamente de mi universidad (que es pública y está ubicada en el Norte de Virginia) y no estoy relacionada financieramente, a través de mi institución, con ninguna fundación privada o grupo de izquierda o de derecha aliado con capitales privados. Mis apoyos del pasado y afiliaciones tienen únicamente que ver con mi trabajo académico y proyectos de investigación y nunca han estado sujetos a acuerdos políticos o a algún tipo de condicionalidad. Agradezco a todos aquellos que confiaron en mí y en mi trabajo, y esto no ha limitado mis críticas a los que alguna vez apoyaron mis proyectos—esto ha quedado sentado. Por último, mis opiniones en medios y en mi columna de SinEmbargo son personales y no representan, de ninguna forma, los puntos de vista o las posturas políticas o ideológicas de las instituciones a las que estoy afiliada o a las que apoyaron mi trabajo en el pasado.
Manifiesto toda mi solidaridad con aquellos opinionólogos, comunicadores, académicos y cualquier miembro de la sociedad civil que enfrentan los embates de las campañas de odio en las redes sociales. Todos tenemos derecho a expresar nuestra opinión y a hacer críticas, en ocasiones fuertes, a las opiniones o comentarios de los demás. Todos hemos ofendido o proferido alguna injuria con o sin intención; hay declaraciones o actos que nos molestan y que nos invitan a la acción. Sin embargo, existen límites a la libertad de expresión cuando está en juego la reputación o la dignidad del otro—y más aún cuando los ataques contra las otras personas se basan en argumentos falaces.
Veo con tristeza los ataques a grandes personalidades de la comunicación y la academia. Entre ellos, me llaman la atención y me ensordecen los embates feroces contra la Profesora Denise Dresser, con quien confieso no tener afinidad alguna. Y no obstante que somos tan distintas y que al parecer no compartimos lo fundamental en lo que a ideas, ideologías y principios se refiere, la respeto absolutamente como mujer y como profesional. Me escandalizan algunos de los ataques que veo recibe en redes sociales y desearía sinceramente que no se continúen reproduciendo. Admiro a Denise por su fortaleza y resistencia.
Hace unos días, me llamó mucho la atención leer un tuit de la Dra. Dresser con motivo de la Navidad (acompañado con una imagen de ella misma bailando y disfrutando—o “perreando” como lo ha expresado) que decía lo siguiente: “Para todos mis seguidores, troles, bots, haters, alumnos, afectos, y demás denominaciones va un abrazo navideño. Y mi compromiso de seguir argumentando/debatiendo/irritando/riendo y perreando por un México más equitativo, más próspero, y más democrático del que tenemos hoy”.
Este mensaje resultó ser para mí una gran lección. Y aunque mi ideología, actitudes, filias y fobias políticas no podrían ser más distintas que las de ella, en esta ocasión la emulo (sin colocar imagen alguna) y reitero mi compromiso de seguir practicando el deporte de riesgo de dar mi opinión (aunque no me la pidan), además de continuar especulando y detectando redes de intereses y posibles conspiraciones en las altas esferas del poder. Con respecto a esto último, declaro que seguiré planteando mis hipótesis de conspiración en algunas de mis columnas.
Como dice el Profesor Charles Pigden de la Universidad de Otago en Nueva Zelanda: “[S]i no se es un teórico de la conspiración en el sentido anodino de la palabra, entonces se es un idiota en el sentido griego de la palabra, es decir, se es alguien tan miope políticamente que no tiene opinión alguna sobre historia o asuntos públicos”. Defiendo, por consiguiente, algunas hipótesis consistentes que plantean conspiraciones en base a datos preliminares y relaciones evidentes. Sobre el tema, recomiendo mi columna del año pasado, también en SinEmbargo, titulada “En Defensa de las Teorías Conspirativas” (https://www.sinembargo.mx/28-12-2020/3916004).
Finalmente, reitero mi convicción de que en el año que apenas comienza seguiré opinando sobre temas diversos—también sobre los cuales no soy necesariamente experta. A diferencia de algunos que maliciosamente, o ya sea por ignorancia, capacidad limitada o autocensura, me acusan de opinar sobre temas que están fuera de mi “área de expertise”, yo sí entiendo lo que significa escribir una columna o texto de opinión regularmente. Además, nadie puede decidir si tenemos o no la “autoridad” para opinar sobre algún tema. Es nuestro derecho expresar posturas sobre temas que no son de nuestra especialidad. No me autolimito para únicamente repetir en mis columnas el material de mi autoría en publicaciones científicas avaladas por mis pares; de esas tengo suficientes y pienso (espero) se seguirán acumulando. Me confieso afortunada de poder ejercer la libertad académica—aquella que supuestamente me confiere lo que los estadounidenses conocen como tenure. Y esta libertad la refrenda el medio que me brindó un espacio. Agradezco el respeto total a mi libertad de expresión. Gracia a Rita y a Alejandro. Gracias a SinEmbargo.
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